Análisis 35,  Escuela lacaniana (número 35),  Fernando Martín Aduriz

Una entrevista inolvidable[1]


Fernando Martín Aduriz

Cuando demandamos un análisis lo hacemos para que nos desaduanen

Jacques-Alain Miller. Causa y Consentimiento.

¿Lo hacemos para que nos desaduanen?

Si lo hacemos al demandar un análisis, me he preguntado si también lo hacemos cuando solicitamos la entrada en la Escuela. En ese Curso de 1987, Miller razona así: «Como el analista es un aduanero, podemos hacer contrabando. Con este giro, “contrabando”, Lacan designa en cierto pasaje de sus Escritos[2] la posición del obsesivo, que todo el tiempo se hace desaduanar, es decir, que continuamente saca cosas de su valija para que el aduanero opine o le haga pagar…El neurótico es el que tiene la honestidad de percatarse de que, una vez pagados todos los derechos de aduana, algo pasó de contrabando, y entonces él rehace el viaje para poder pasar delante del aduanero…En términos de goce, él goza ante cada ocasión de estar a punto de pasar de contrabando. Es un contrabandista que sin cesar paga derechos de aduana»[3].

Recuerdo que estuve cinco años, de 1999 a 2004 efectuando entrevistas de admisión a la Escuela. Hice seis entrevistas con cinco miembros distintos, en cinco ciudades diferentes, viajando en aviones, coche y tren. Era como cruzar fronteras, pasar aduanas, encontrándome con aduaneros muy diferentes, con estilos de explorar muy versátiles mi deseo de entrada a la Escuela. La lógica era clara, habiendo pertenecido a minúsculos grupos de estudio de psicoanálisis y formado con psicoanalistas no pertenecientes al Campo freudiano, se trataba de verificar que mi formación era acorde a lo esperado, y máxime porque en 1998 había habido una crisis muy fuerte en el Campo freudiano, y era muy reciente la constitución de la Escuela, incluso en febrero y en noviembre de 1999, aún estaba en proceso de constitución, pues la ELP acabaría fundándose en mayo de 2000.

Lo que era más difícil de comprender es por qué razón ya en 2002 fui rechazado. Total que acudí a las dos entrevistas del comienzo del otoño de 2004 decepcionado de la experiencia de las entrevistas de admisión. Tomé, por lo tanto, el tren en estas dos últimas entrevistas, cientos de kilómetros como si este nuevo paso aduanero para mostrar mis credenciales, mis anhelos, mis objetos en la valija analítica no iban a ser sino un trámite definitivo, un ahora o nunca. En la penúltima entrevista, en Galicia, un mínimo jugueteo con la pregunta acerca de mi síntoma por parte de mi entrevistador estuvo a punto de dar al traste con todo el asunto. Finalmente balbuceé algunas mínimas explicaciones, pues quería marcar bien la diferencia entre acudir a las sesiones con mi analista y acudir a una entrevista para entrar en la Escuela. Además me sentía obligado a un trabajo para el “pequeño retraso de cien años” (expresión que soltaría en Barcelona un año más tarde al hablar en una Asamblea de la Escuela) en que respecto al psicoanálisis se encontraba mi tierra castellana, objetivo finalmente no individualista, sino la premura de constituir una Escuela en mi tierra, de dar paso a una creación colectiva, tal y como meses más tarde se produjo al comienzo del verano de 2005.

Y tras otro largo viaje me presenté en una ciudad andaluza para pasar el último bastión, la última entrevista. El analista me hizo esperar en una consulta pulcra, en una sala de espera imponente, en un pequeño barrio en que se olía el mar. Un viernes a la tarde, una persona muy atenta y simpática a quien conocía de vista de alguna Jornada, y a quien había leído un texto notable de los Cuadernos Andaluces de Psicoanálisis, me preguntó por mis razones para entrar a la Escuela, y le solté con cierta solemnidad ya preparada: “bueno lo he contado ya en cinco ocasiones en los últimos cinco años, ésta va a ser la última”, como disponiéndome así a un instante decisivo. Me dejó explayarme unos minutos, y no me dijo nada, simplemente, se levantó y me dijo, le voy a pedir que espere otro poco en la sala de espera que he de hacer una llamada. Enfurecí: esperar y Aduriz eran (y son) oxímoron, razón por la que años más tarde leería con placer infinito el libro de Miller[4] donde narra la imposibilidad para la espera de Jacques Lacan. No era el único que no podía esperar.

En esos interminables minutos, recuerdo que sopesé la idea de irme, al interpretar que un viaje tan largo para hablar tan sólo cinco minutos, volver a la sala de espera de nuevo, y ahora esperar no se sabe qué, me desanimaban de la idea de seguir “en capilla”.

Finalmente se despejó la duda, me hizo pasar de nuevo, y me anunció (solemne, y muy educadamente) que había decidido invitarme a cenar en su casa, y antes acudir a ver el Museo importante que se acababa de instalar en su ciudad. Que había telefoneado a su mujer y que si fuera tan amable le indicara a mi mujer, que se encontraba esperándome en un Hotel, su parecer ante esa invitación. Con pocas palabras me hizo ver que por él, ya era miembro de la Escuela, y que ahora restaba el dictamen del Consejo al que él pertenecía y después París y su famosa reunión anual. Pero que en la vida había que celebrar los instantes felices, frase que de nuevo repitió en la terraza de su chalet adosado, en medio de la noche, ante el mejor champagne que acababa de comprar para obsequiarnos, no sin antes visitar ese Museo y las dos otros principales calles de su ciudad. Ah, y el Ateneo, en el que dictaba un Seminario lacaniano. Entre las risas y los relatos en la velada nocturna introdujo sabiamente su amor por la Escuela, y por el concepto de Escuela: un lugar al que sostener entre todos, no un lugar al que pedir privilegios[5]. Creo que su amabilidad me desarmó, su simpatía andaluza, su conversación inteligente, y entonces con esta inolvidable Entrevista atípica, generosa, con la figura griega de Anfitrión dando ejemplo de buen aduanero, de símbolo de la bienvenida de otros muchos, puso broche de oro a un recorrido que había sido tortuoso y decepcionante, imposible sin sobrellevar si no hubiera sido por la infinita paciencia conmigo de Vicente Palomera, a quien di la matraca enfurecido varias veces, y la parsimonia de su famosa frase “nosotros a lo nuestro” de nuestro común colega, José María Álvarez. En honor a la verdad diré que mi analista parisino me dio una lectura inolvidable para mí en una sesión, cuando al pronunciar en una sesión años antes, un “estoy decepcionado de la Escuela”, él me contestó: “mejor así”.

Creo que decepcionarse de una Escuela no ideal, constituye el paso previo a sentirse responsable de su destino, y por ende, de su contribución silenciosa al progreso y a la mera existencia del psicoanálisis en el mundo.


[1] Intervención en la actividad de Escuela, Seminario Lacaniano de Castilla y León el 17 de marzo de 2021.

[2] VER LACAN, J., (1966), “La dirección de la cura y los principios de su poder” (1958),en Escritos II, Siglo XXI, Madrid, 1985. “La condición del deseo que retiene eminentemente al obsesivo es la marca misma, con lo cual lo encuentra estropeado, del origen de su objeto: el contrabando”.

[3] Ver MILLER, J.A.-, Causa y consentimiento, Paidos, Buenos Aires, 2019.

[4] MILLER, J.-A., (2011), Vida de Lacan. Escrito para la opinión ilustrada, Gredos, Madrid, 2011.

[5] Esta idea del psicoanalista que me entrevistó ha sido la base de mi interés por el concepto de Escuela como sujeto, del amor a la Escuela, y la base de lo que he implementado en otras Asociaciones: no se constituyen asociaciones para dar confort a los siguientes en venir, confort a cambio de una cuota, se constituyen como acto de generosidad y se sostienen por amor a la causa que vehiculan.