Análisis 36,  Antonio Gamoneda,  Letras (número 36)

Quien canta su mal espanta

Antonio Gamoneda[1]

El autor de este libro, que, no está entre los cincuenta porque para eso es el autor, claro, me envió puntualmente el libro por correo, pero las inesperadas fiestas leonesas, inesperada para mi hasta esta mañana, y el libro se retrasó, y  apenas he podido ojearlo, pero esto no me acobarda mucho, serán otras carencias las que deben acobardarme, porque sí conozco a Fernando Aduriz como escritor, que podría estar aquí si el autor de este libro fuera otro, y también por su profesión, diríamos más científica, de psicoanalista.

Claro, ustedes se dan cuenta de que reunidas en la misma actividad y persona, las funciones de psicoanalista y las de escritor que hace un pregunta que es nada menos que por qué se escribe, todos los cincuenta presuntos autores y más que hubiera, entran en una situación que pudiera ser por parte de los vivientes, incluso de los no vivientes, conflictiva consigo mismo.

Estoy seguro, seguro, de que si Fernando Aduriz le ha atribuido a Tolstói, un poco lejano ya, la causa para escribir, aunque en su vida hubiera dicho otra, si su ectoplasma pudiera acudir a esta reunión, y su respuesta fuera otra tendría que aceptar la propuesta de Fernando. No tiene sólo una causa el escritor. Ángela González también lo ha dicho, no tiene una sola causa el escritor, por razones parecidas a las de Fernando porque tiene la misma profesión.

Es verdad, es verdad, cada escritor tiene varias, incluso un escritor puede tener causas inconfesables para escribir. Bueno, no pasa nada.

Los seres humanos somos complejos, contradictorios e inconfesables en algunos casos también. Siendo esto así, yo me veo en parte en esa situación que he anunciado conflictiva. Efectivamente he localizado, espero no haberme equivocado demasiado, más de una causa, y quizá más de tres, para que yo escriba.

Por su parte Fernando Aduriz ya tiene registrada una respuesta mía, y creo que Ángela González también, que dice “como ocasión de haber nacido mi única nieta, Cecilia”. Bien.

Luego, por otra parte, un día de estos pasados, por teléfono le pregunté a Fernando, que cuál era, en su caso, la razón y causa de la escritura. Sí, me contestó, pero yo creo que la pregunta le pareció (no, no te molestes Fernando), un tanto inoportuna o extemporánea, porque seguramente lo iba a decir aquí y podía yo pisarle la respuesta. Entonces derivó hacia una autoridad muy convincente como es María Zambrano, que argumentaba que la causa de la escritura era, supongo que no sólo para ella: fundamentalmente preservar la soledad. Bien. Pues estoy de acuerdo con María Zambrano, con la causa todavía no manifiesta de Fernando Aduriz, y con la mayoría de las que anden por el libro, por eso mismo Ángela, porque son múltiples.

Entonces, podía orientar mi comunicación con ustedes, a enumerar mis causas, pero no me parece bien, eso podría ser una maraña complicada, un tejido que al reunirse todas las mallas no resultase demasiado descifrable, y ocurre que yo podía haberme ahorrado el parlamento. Entonces no.

Entonces ahí mismo, sentado, he estado pensado, tratando de encontrar yo mi causa fundamental. La razón, que diríamos existencial de que yo escriba.

Creo que la encontré, pero que no era nada original. Porque siguiendo un poco en la averiguación, di en pensar que puede ser la causa de todos. Y que por tanto, por mi parte no hay más que una participación en esa causa general.  Tengo que decirlo, y no me demoro más. ¿Cuál es esa causa?

Podría decirlo en cinco palabras exactamente, las he contado.

Y no tendría que atribuirme el descubrimiento, está en la vida, sobre todo de nuestros coetáneos más viejos, y nuestros antepasados. Casi todos ustedes habrán oído, al menos a sus madres y a sus abuelas, “quien canta su mal espanta”. Bien.

Primero tengo que decir que hay una analogía profunda entre el hecho de cantar y el hecho de escribir. Los poetas estamos diciendo constantemente, mi canto es esto o lo otro. No es una confusión, desde la proto historia la poesía estaba confundida con la música, desde el principio era una sola cosa con la música, y concretamente con la canción. Pero es verdad, piénselo ustedes, quien canta su mal espanta. Esta es razón fuerte. Ahora casi no vale esee hallazgo. ¿Por qué? Porque no canta quien necesita espantar su mal, sino las televisiones y las emisoras. Bueno, no me voy a oponer a ello, además no serviría de nada. Pero miren ustedes, cuando yo era un chiquillo, las vecinas, incluso mi madre, entristecida y viuda reciente, cantaba, ¡todos cantaban!, necesitaban espantar los males. Los males que eran totales.

En aquel momento, mis recuerdos alcanzan a la guerra civil española, y este era uno de los males que había que espantar con la canción. 

Esto es cierto que sucede, (y pido a los psicólogos su discrepancia o su asentimiento en su momento a esta afirmación mía).

Claro, ustedes me dirán que no solamente tienen valor de cántico como la eterna poesía de la proto-historia, porque hay novelas que no comportan ninguna queja, que no proporcionan consolación, que contrariamente son solamente una manifestación de júbilo, o de la diversidad placentera de la propia vida, que tiene naturalmente su estética. Vale, me vale también. No tengo por qué pensar que todos los seres humanos son desgraciados.

Ocurre que el fenómeno profundo, aparte de la trayectoria sentimental que está en la exteriorización de algo que estaba, (ayuda, por favor a los psicólogos) internalizado, ¿se puede decir así? Que podría ser incluso un secreto, o algo feliz, y a veces su obra va a manifestar júbilo y placer.

Sí, pero en los dos casos, en el uno y en el otro, lo que ocurre es la transubstanciación de material interiorizado, y del mismo material una vez exteriorizado. Porque ocurre que la exteriorización es también un acto de creación estética. Y entonces la materia, jubilosa o dolorosa, que pueda ser sustancia de nuestro libro, el deseo de comunicar, de exteriorizar esa misma sustancia, adquiere consolación al configurarse el mismo hecho desgraciado, por ejemplo, como un hecho estético. Ya está contaminado por una presunta belleza, por una estética, y entonces su naturaleza ya no es la misma para el propio autor, es algo aceptable y deseable, quizá no el hecho dramático o doloroso, y sí los resultados de su comunicación que han convertido ese hecho en otra cosa, en otra cosa que tiene dimensiones estéticas, que proporcionan un placer, un placer que ya es inseparable de lo que pudiera ser un sufrimiento originario.

Dos cosas y terminaré, porque yo creo que a todos nos urge escuchar a Fernando.

A la hora de valorar la causa de la escritura, parece que fundamentalmente la versión exteriorizante mía es poética, bien, podía no serlo pero funcionaria igual, porque también estaría orientada a convertirse en un objeto exterior.

Pero la necesidad de la poesía o de la escritura sin más, como consolación en nuestros años, yo creo que puede quedar bastante explicada si les recuerdo que mi generación, por ejemplo, son los niños de la guerra y de la posguerra. No hay que olvidar que ha durado mucho la dictadura, es otro asunto, pero hay que decirlo, porque tiene que ver con la escritura, para tener que ser sustituida por una democracia imperfecta, por una democracia incompleta. La que tanto se invoca en términos políticos, completamente imperfecta, primaria y hasta diría que aberrante, no se puede decir esto sin aportar alguna razón. Bien, ¿cómo puede ser perfecta una democracia habitada, decidida y configurada por poderes dictatoriales económicos? Y, ustedes lo saben como yo, que es así. Bien.

Pero donde quería llegar es a la necesidad de consolación que tenemos l0s seres humanos de estas etapas vitales que yo estoy representando mínimamente aquí en este momento, que son los ochenta años de guerra, de posguerra y democracia imperfecta y creadora de sufrimiento también. Algo se ha avanzado, bien, pero falta mucho.

La consolación como causa de la escritura, me parece que es uno de los puntales más serios que se pueden elegir, y luego concedo toda la legitimidad, toda la gratitud incluso hasta esos escritores hábiles, a quien que se les da bien escribir, que pueden ganar mucho dinero, y son best-seller, y pueden hacerse hasta ricos, cosa desde luego poco frecuente entre escritores. Con independencia de otras muchas causas que podría decir y que algunas ya han sido recogidas como causa de que yo escriba, como causa fuerte, dejo anotada la necesidad de consolación efectiva con tamaño existencial que la creación literaria de orden estético proporciona a los autores. Y ya es hora, paso la palabra a Fernando.

[1] Antonio Gamoneda, leonés, es poeta, Premio Cervantes 2006. Autor de una amplia obra poética repleta de galardones como Descripción de la mentira, y dos textos autobiográficos, sus memorias, Un armario lleno de sombra, y La pobreza. Esta intervención se produce el 5 de octubre de 2022 en el Museo Casa Botines de León en la Presentación del libro de Fernando M. Aduriz, ¿Por qué se escribe? Cincuenta escritores, La Dragona-MG, Málaga, 2022.