Análisis 35,  David Cuevas

Vigilar y castigar

 Análisis sociológico del estado de reclusión desde una óptica foucaultiana


David Cuevas[1]

Me gustaría comenzar señalando desde la humildad, que este análisis probablemente sea único; pues la casualidad ha unido los pilares sobre que se sustenta, una lectura intensa de la obra de Michel Foucault, Vigilar y Castigar, durante una crisis social sin precedentes provocada por el COVID-19.

La obra de Foucault nos desenmascara, por usar términos propios del autor, el sistema penal y su evolución desde el siglo XVIII, valiéndose como base del análisis concreto del sistema penal francés. Pero, ¿no son los delitos e ilegalismos en esencia el reflejo de los males de la sociedad? Por tanto, se podría decir que Foucault nos ofrece un valioso análisis de cómo han evolucionado las sociedades a lo largo de los siglos, partiendo del punto en el que el hombre comenzó a darle a la razón el lugar que le corresponde.

Sin más preámbulos vamos a comenzar con este análisis desenmascarador de los aspectos sociales que su trivialidad pasan a menudo desapercibidos salvo para iniciados y doctos en sociología o quizás para las mentes criticas e inquisitivas, aspectos que resultan tremendamente reveladores en estos tiempos. El tema estrella es la normalidad o anormalidad, que considero se debe enfocar desde dos posturas: su etimología y su etiología. Es decir, no sólo debemos saber que es normal y cómo cambia esa normalidad, sino también de dónde emana el concepto de lo normal y lo anormal y por qué.

Al igual que Foucault vamos a analizar algo de extensión global o semiglobal a través del análisis concreto de una sociedad, la española. Y los datos recogidos durante la investigación de campo son recogidos en mi ciudad, Palencia, en la Comunidad de Castilla y León, ya que el propio tema del análisis es el que me marca los límites de estudio.

Importancia y efecto del léxico

El punto más lógico para empezar y aquel elemento que debemos desmenmascar primero el propio término utilizado para definir la crisis. En los medios de comunicación, en comunicados oficiales de nuestros políticos y en las bocas del pueblo está presente el termino confinamiento. Confinamiento es nuestra nueva normalidad, es lo que nos han dicho que es lo normal ahora nuestros gobernantes. Pero lo que estamos viviendo no es un confinamiento, es una reclusión. Si analizamos ambas palabras son prácticamente sinónimos, pero bien, si analizamos los términos nos damos cuenta de que reclusión viene de recluso; lo cual sugiere individualidad, mientras que confinamiento siempre da una sensación más colectiva. El efecto en el inconsciente colectivo y por extensión en los individuos es muy diferente, en función del término usado. La gente que nos dirige es muy consciente de la importancia y efecto del lenguaje de ahí este detalle léxico a desenmascarar.

La normalidad

La nueva normalidad de estos tiempos impuesta en primera instancia por una pandemia y en segunda por nuestros gobernantes, paradójicamente, es lo que hace escasos meses se hubiera considerado anormalidad; conductas anti sociales individuales para formar un colectivo homogéneo, una masa, promovidas por nuestros gobiernos. El poder ha elegido una estrategia para salvarnos de un mal, pero sacrificando en gran medida nuestra alma. ¿Puede ser que, en los momentos más bajos, los humanos se vuelven más primarios? ¿Nos habrá hecho involucionar en cierta medida una crisis que afecta de forma directa al cuerpo, pero cuyas consecuencias tienen efecto directo sobre la mente?  

Está claro que, y atendiendo al léxico de nuevo, nuestra nueva normalidad es la normalidad del recluso, es una normalidad de reclusión; por eso precisamente Vigilar y Castigar es la mejor herramienta para desenmascaras los entresijos de esta crisis.

Símil del recluso

En los primeros días dominaba el miedo al servicio de la incertidumbre, provocada por una situación sin precedentes para nuestra sociedad. Al igual que el reo que espera la sentencia para saber cuánto tiempo de su vida va a pasar recluido. Pero lo más curioso y aquí es donde hablo concretamente de mi ciudad, pues me baso en la observación objetiva, es que tanto en las salidas justificadas como en la desescalada, la gente se mueve por corrientes. Pasamos de una sociedad vista como una masa abstracta a la vista de un fluido cuya forma se adapta a la morfología urbana, y ni siquiera a toda ella. Al igual que presos vigilados y dirigidos por carceleros, la gente se mueve siguiendo vectores de igual dirección y un sentido que va de casa a su objetivo y viceversa. Los cuerpos de seguridad patrullan vigilando a todos como carceleros, propiciando así estas corrientes de humanos tan características de una cárcel, respetando la distancia de seguridad. Más curioso aún es el caso de la desescalada para hacer deporte, es el caso más evidente de que el COVID-19 nos ha hecho reclusos. Es imponente ver parques llenos de gente dando vueltas una y otra vez, sin rumbo, sin desviarse, apenas sin pensar. Es la viva imagen del patio de la cárcel.

¿El estado de reclusión nos ha convertido en reclusos? ¿Las salidas reguladas y la presión de las autoridades emulan demasiado bien la experiencia carcelaria? ¿Es nuestra casa la celda y el mundo un patio de recreo al que nos permiten salir cuando toca? ¿Quién decidió que la mejor manera de luchar contra el COVID-19 era convertirnos en reclusos? ¿Por qué?

Economía de poder y vigilancia

Quizás sea una casualidad provocada por la escasa preparación de nuestra especie ante esta situación a causa del acomodamiento y la desnaturalización. El poder tiene una especialidad: controlar. Y ante cualquier problema en primer lugar busca ejercer control, y que mejor manera de controlar una sociedad que aplicar un modelo de control que lleva funcionando siglos en el sistema penitenciario. Si hablamos de control y sumisión pocos ejemplos son mejores que una prisión. Y hoy en día con la tecnología como aliada es muy fácil vigilar y controlar. Sin ir más lejos todos hoy en día portamos un potente objeto de seguimiento y vigilancia; un panóptico moderno y adaptado a cada uno. Nuestros móviles que nos conectan con otros, y más en estos tiempos, conforman la mejor red de vigilancia de la historia; una auténtica pesadilla Orwelliana del mundo real. Puesta al servicio del poder para controlar, y que en esta crisis se está haciendo evidente. No nos olvidemos que las ciudades más y mejores vigiladas de Europa surgieron para luchar contra el ISIS. Pero con esa amenaza ya casi extinta, las medidas de seguridad justificadas por la lucha antiterrorista siguen siendo efectivas, luchando ahora para vigilar a las masas. Es característico del poder usar el miedo para aumentar su economía, el miedo provoca inseguridad de la cual el poder nos libra a cambio de nuestra libertad. ¿Renunciarán a los poderes especiales los gobernantes tras las crisis? ¿Quedarán residuos de estos poderes para siempre en una clase ya poderosa de por sí? No puedo evitar ver un paralelismo entre esta situación y la antigua Roma, cuando el enemigo estaba a las puertas abolían la democracia y nombraban a un César para coordinar su defensa, pero después este César no quiso renunciar al poder e instauró el imperio. Esperemos que cuando venzamos a este enemigo que nos acecha tras la puerta de nuestra celda, la economía del poder no quede todavía más descompensada.

El nuevo concepto de desviación social

Es curioso cómo la lucha contra la pandemia se ha materializado en un conjunto de medidas que nos han llevado una vida de reclusión. Recordemos ahora a esas personas más reservadas o con una vida social menos activa. Salen menos, se relacionan menos. Enseguida se les tilda de anti-sociales, y ahora el COVID-19 nos ha llevado a normalizar conductas y estilos de vida que hace escasos meses consideraríamos desviadas. Es más, los Cuerpos y Fuerzas de seguridad del Estado, vigilan que nadie se desvíe de la nueva normalidad, castigando conductas que hace meses eran percibidas de forma diametralmente opuestas.

Conclusión

La sociedad es un tejido cambiante, en constante ebullición; está formada por elementos a su vez en constante movimiento. Este clima cambiante es lo que hace de la sociedad y sus individuos, un objeto de estudio difícil; pero también profundamente interesante. Y nuestras mejores herramientas para abordar la difícil tarea de un análisis social, ya sea breve y superficial como es el caso de éste, o bien uno profundo y profesional, han de ser la observación y la razón.

Debemos entender la sociedad como un todo, pero teniendo en cuenta los elementos. Debemos observar y usar nuestra razón para filtrar y ordenar la información, pero siempre desde una óptica tanto minuciosa como objetiva. En ese sentido conviene recordar a Jacques Lacan: “Es común que lo obvio pase desapercibido, precisamente por obvio”.


[1] David Cuevas es estudiante de Criminología en la Universidad “Miguel de Cervantes” de Valladolid.