Análisis 35,  Margarita Montero

Una burbuja especial


Margarita Montero[1]

Los primeros casos chinos en nada tocaban al ingenuo  mundo occidental. Esta negación trajo como rédito el carácter “imprevisto” de la pandemia, a tal punto sorprendente que casi anuló el instante de ver. Sin apenas atisbarlo nos vimos confinados.

El aislamiento, defensa primaria, era ahora imperativo del amo.

Esta situación inédita ha forzado el reconocimiento de facto, de algo que ya era, lo colectivo como único sujeto, “sujeto de lo individual”, en su vertiente eventualmente patógena, en su cara salvadora.

Nada hay de lo gregario en el ser hablante según Freud; lo real sin ley del virus, hasta que sea decodificada su ley por la ciencia, nos confronta con términos que hoy suenan casi míticos, sociedad, comunidad, civilización…

Del mismo modo, términos como “rebaño”, “manada”,  volatilizan el individualismo feroz del discurso capitalista, en un destino común.

El Otro de la ciencia, a duras penas ha sido garante, apoyo, referente, en la función imposible de ofrecer un sentido a lo real sin sentido. Las serias dudas acerca de la existencia de un Comité Científico en España revelan irónicamente el carácter de semblante del Otro que no existe. Así, primero la angustia, después cada uno con su fantasma y sus significaciones singulares.

Trabajo en una burbuja especial, una unidad residencial donde viven pacientes diagnosticados en su mayoría de psicosis.

Valoro mucho el trabajo que hacemos en un esfuerzo, siempre singularizado y alejado del asistencialismo, de alojar en nosotros y dar su lugar a personas que sufren un gran desamparo. 

La llegada de una persona a nuestra unidad no se debe en su totalidad a sus fracturas vitales; sin duda múltiples factores podrían enumerarse, factores que a todos nos deben concernir. Pero no es este comentario el momento de esa reflexión; constato aunque sin resignación una realidad que insiste.

Con frecuencia hay en los pacientes un rechazo al ingreso  que se suele limar con rapidez, cuando, como dice un compañero, “saben que tienen la llave de su habitación”.  Privacidad, respeto por la intimidad y la individualidad, pero también un empuje constate, un ofrecer situaciones que sirvan de puente para la “sociedad”, la vida que nos creemos más vida,  la vida fuera de la institución.

A menudo nuestra reflexión es sobre la universalidad de esa máxima desde la que funcionamos, “la vida está fuera”, en aras de esa “rehabilitación”, al fin normalización, atropello del sujeto.

Pero al poco caemos en el error del forzamiento vehemente hacia actividades, estilos, órdenes de vida que circulen por la vereda de lo deseable por el Otro social, esperando que algo del deseo se movilice hacia algún lugar, sea el que fuere. A veces el pertinaz rechazo del psicótico a nuestro empeño en su “inserción”, nos obliga a aceptar, que somos nosotros los que estamos “fuera de lugar”.

Pero en estas llegó el encierro, tan de repente y tan radical: no se puede salir a la calle, no se puede ir con las familias, no se puede recibir visitas, se restringen al mínimo las actividades grupales, lúdicas, ocupacionales,  las terapias de grupo…

La incertidumbre acerca de cómo iban a afectar a nuestros pacientes las durísimas restricciones impuestas por los protocolos para las residencias como la nuestra, se inclinaba hacia lo peor. Contra todo pronóstico nos equivocamos.

¿Qué significa la pandemia  para el psicótico?, ¿Cuál es su relación con el virus?, ¿Cómo explicar la paciencia y el aguante increíbles al consentir en un unas prohibiciones y normas tan estrictas?

Esta situación nos ha permitido una reflexión sobre el lazo social en la psicosis, que reconsidera el aserto neurosis/ discurso/ lazo social,  vs/ , psicosis/ fuera del discurso/ fuera del lazo social/… fuera… tan bien argumentado últimamente por Carolina Alcuaz en su libro “Otra sociedad para la locura”.

Nuestros pacientes psicóticos se han adherido a esta causa común y   correlativamente, ha habido de manera general una estabilización; es una realidad que están mejor. No ha habido especiales angustias, han disminuido los fenómenos alucinatorios, se han pacificado los estados de ánimo…

La restricción de libertad de movimientos restringió igualmente el acceso a tóxicos, con la consiguiente estabilización de muchos pacientes, así como con la disminución de los problemas relacionales derivados del consumo y compra-venta.

Pero algo más de este beneficio secundario parece que se puso en juego. Obviamente el uno por uno se ha puesto de manifiesto, dentro de la singularidad individual, y con referencia a los diferentes modos de tratamiento del goce.

En este último aspecto, en aquéllas personas que consiguen armar su propio discurso, su sentido delirante “no establecido”, las cuestiones referidas a la pandemia, no han supuesto una merma, una variación, ni siquiera una especie de intersección con su propio delirio. Así, cada cual, como dice un paciente, alucinatoriamente designado “nonato”,  sigue “sublimando sus cuestiones”, en concreto para él, son sus históricas y coaguladas cuestiones sobre su genealogía, reactualizadas hace un tiempo con las amarguras de las herencias y testamentos entre hermanos al reciente fallecimiento de la madre.

No hay que abundar en el carácter  transestructural de semejantes preocupaciones tan universales en la sociedad como la pandemia.

Entre los perseguidos, objetos a merced de la maldad del Otro, nadie ha localizado este Otro malvado en el virus, (¡ni en los llamados “menas”!), no ha habido otros temas conspiratorios, ni temores de contagio. La muerte que ha planeado tan invisible y tan cercana para el resto, con sus diferentes modos de exorcizarla, no ha preocupado a nuestros pacientes, interrogándonos sobre el estatuto de la muerte en las psicosis.

En cuanto a la respuesta más esquizofrénica, con su inconsistencia, permite afirmar “no creo en el virus”, a la par que lo extrae de su propio cuerpo con alguna  incisión, o en las analíticas  p. ej.,  o te cuenta cómo va  el virus según lo ha visto por la tv.

Podría decir que para aquéllos pacientes más desorganizados, el virus, ni existe, ni deja de existir, en su repliegue más autístico. Ellos existen. Pero es una realidad que ha habido una respuesta común en nuestra unidad  a esta alarma planetaria. Nuestros pacientes se han visto convocados, “como cualquiera” en una tarea común, que exige una restricción grande de libertades pero “como a todos”, que les saca del lugar de exclusión.

Así mismo, con su consentimiento (¿sumisión?), adherencia a los dictámenes de “instancias superiores”, han tomado parte activa en una misión inevitablemente común. Aquí no cuentan incapacidades ni eximentes de enfermedad mental, maquillajes de la segregación. La universalidad del virus ha supuesto un borramiento del dentro/fuera del lazo social.  A todos no ha igualado, y a todos nos ha convocado  a  responder en aras de una corresponsabilidad en su resolución.  Llamativo  el contrapunto al que asistimos del supuesto “lazo social”: las disensiones y posturas individualistas entre la comunidades autónomas, entre los países, las estrategias mercantilistas de las vacunas…

En nuestra burbuja especial se ha establecido un verdadero vínculo social a propósito del real de la pandemia. Esta adhesión al imperativo del amo, no ha ido de suyo. Entre “obedecer”, sin más y “rebelarse”, sí,  han obedecido, no han habido grandes “rebeliones”.  Como en todo lazo social, los vínculos que se establecen en las psicosis, están mediatizados por las condiciones libidinales en juego. En este sentido  considero que la ligazón afectiva y el con-sentimiento  a las normas impuestas por la pandemia han sido vehiculizados  por uno de los lazos fundamentales para el psicótico, muchas veces, sobre todo en nuestra unidad, el único lazo, el transferencial.  Al fin es el sentimiento de pertenencia a una comunidad, que también  ha reforzado los lazos horizontales entre los mismos pacientes, inventando modos de “aguantar un poco más”, en esta peculiar asíntota temporal, donde el tiempo de espera es el acto.      


[1] Margarita Montero es Psicóloga Clínica en el Hospital Psiquiátrico San Juan de Dios de Palencia. Máster en Psicopatología y Clínica Psicoanalítica por la Universidad de Valladolid. Participante en el SCF de Castilla y León.