Análisis 35,  Jesús Pol

Nuestros sanitarios


Jesús Pol[1]

Me dejo llevar mientras un aluvión de recuerdos sin palabras agita el bolígrafo. Puede que esta sea la página en blanco que más me cueste rellenar. Sin embargo, pararse en medio de esta tormenta “sin sentido” y construir un refugio de palabras que nos permita tomar aliento mientras seguimos creando el camino para seguir hacia delante, parece un ejercicio más que necesario. Yo poco sé, poco puedo contar, pero por si sirve, vamos a ello.

Los recuerdos de los primeros días vienen teñidos por el silencio. El silencio de las calles, del complejo asistencial, el mío y el de los compañeros. El silencio en aquellas primeras reuniones ya marcadas por la distancia, donde las palabras reverberveraban con fuerza en el cuerpo. El silencio de los pacientes ante noticias, novedades y los diferentes movimientos que implicaban grandes cambios. Eso que se llamó covid-19 acechaba en cada esquina y los puntos ciegos se multiplicaban. Contenerla y mantenerla alejada mientras seguíamos firmes en la atención y el cuidado de nuestros pacientes, se presentaba como una tarea titánica. En lo que dura un pestañeo cambió la indumentaria, los gestos y las miradas. Cambió el tiempo, su densidad y su textura se volvieron más viscosas, menos manejables. Una inquietante bruma parecía alejar la posibilidad de ver el sol. Quizás por ello el sielencio. Dicen que en los momentos más difíciles hay gente que saca lo mejor de sí. En nuestros equipos hay una gran muestra de ello. Los cambios que la pandemia ha exigido a unidades como las nuestras, solo son posibles de realizar gracias al esfuerzo, la creatividad y la valentía de grupos de personas anónimas y comprometidas, capaces de dejar a un la lado las pesadas cargas de las preocupaciones asociadas a estos tiempos para seguir adelante con paso firme. En equipo nos cuidamos, y a la espera de los abrazos,  compartimos cargas, consejos y algunas risas. Cuidarse para seguir atendiendo y protegiendo. Cuidarse para proteger al otro, una lógica sencilla que se lleva a rajatabla en nuestro trabajo pero que desgraciadamente no acaba de calar en la sociedad.

Aquellas primeras semanas fueron las más difíciles, las más tensas. Parecía que en cualquier momento todo se vendría abajo, se desmoronaría, que no seríamos capaces, que no seríamos suficientes, que…Pese a ello, el acudir al trabajo para mí era en cierto sentido un alivio, le daba algo de sentido a aquellos días locos en los que la realidad parecía una película de ficción. Eran días oscuros en los que escapar de la sombra melancólica no era fácil. Aunque de alguna manera se hizo y ello nos permitió estar abiertos a las sorpresas que se iban sucediendo, las mejores y más gratas vinieron (y vienen) de las personas que atendemos, protagonistas también de estas líneas por todo lo que día a día nos están enseñando. Sometidos al confinamiento más estricto y pese a su sabida fragilidad, sostienen esta situación con un estoicismo admirable. Para nuestra sorpresa muchos ha encontrado un reequilibrio. Los pacientes que atendemos en las unidades en las que trabajo viven, la mayoría, atravesados por la psicosis, ello implica para algunos, que en la mano de cartas que tienen para jugar la partida de sus vidas, haya aparecido un comodín que les da ventaja en estas condiciones del juego. Donde otros se angustian, ellos se apaciguan. Con la invasión de lo real que implica la pandemia tienen fácil situar la amenaza que les concierne, una vez situada es más fácil mantenerla a raya. Otros quizás estén mejor porque, digamos, que en la aventura de su día a día no hay tanto ajetreo, se producen menos exigencias, menos tensiones, más retiro.

Con las sorpresas y algún que otro susto, los días pasan aunque el tiempo parezca no moverse por momentos. Un protocolo sustituye o se le sumaba a otro. Aunque más preparados y con más medios, las medidas no dejan de aumentar la carga. En este contexto, conjugar la atención y el cuidado, nos exige día a día creativos juegos de malabares para evitar que el terreno que se le gana al virus no se pierda con los pacientes que atendemos. Un equilibrio complejo, donde la incertidumbre que genera aquello que no se deja atrapar por nuestro control puede hacernos perder de vista las consecuencias que se pueden generar si pasamos por alto el sufrimiento subjetivo. El covid-19 amenaza de muerte al organismo y por ello, y al mismo tiempo, supone una amenaza a la estabilidad del sujeto. Al sufrimiento particular de cada uno de nuestros pacientes se le añade la incertidumbre, la inquietud por familiares y amigos, las distancias con ellos, las pérdidas, la desesperanza…las visitas, las salidas acompañados y los permisos a los domicilios familiares han un supuesto un bálsamo refrescante, tendrían que verles las caras. Eso sí, el alivio fue corto, ya que le tregua entre ola y ola apenas les permitió rozar la playa. Quizás su cansancio no sea diferente del nuestro. Aún así, y de momento, mantienen la calma respetando y asumiendo las medidas a su manera. Quizás puedan servir de ejemplo silencioso para pensar.

El camino que queda sigue siendo largo, hemos aprendido a recorrerlo, paso a paso, día a día, sin bajar la guardia, sin dejar de sorprendernos, asumiendo la incertidumbre, dejando paso al cambio. Ahora transitamos de nuevo por terrenos complicados, pero tenemos un bagaje y hemos podido ver que, pese a todo, pudo llegar la primavera, que ésta siguió dando paso al verano y que tras él llegó un nuevo el otoño. Del futuro no sabemos, pero mientras llega, no está demás seguir aprendiendo para abrir el camino sin esperar a los milagros.


[1] Jesús Pol es Psicólogo Clínico en el Hospital Psiquiátrico San Juan de Dios, en Palencia. Máster en Psicopatología y Clínica Psicoanalítica por la Universidad de Valladolid. Participante en el SCF de Castilla y León.