Análisis 36,  Jesús Pol

Se las arregla como puede en su mundo

Su mundo amenazaba con desmoronarse en las frías aguas de la perplejidad cuando la mirada seria de un superior encendió la mecha de una pequeña antorcha que le iluminó lo suficiente como para iniciar el duro y constante trabajo delirante que lo ha mantenido en pie hasta nuestros días. Por aquella época contaba con 19 años y pasaba su tercer año en el ejército profesional. Fiel a su estilo, se entregó en cuerpo y alma a unas exigencias cada vez mayores. Un mando la tenía tomada con él y los castigos caían en forma de imaginarias y bajadas de bandera. Él se mantenía firme y realizaba todos los cometidos que se le imponían, él “aguantaba lo que hiciese falta”. Quizás para soportar esto acompañaba sus quehaceres con dosis elevadas de cannabis, alcohol y cocaína. Algo le inquietaba y le exigía una alerta cada vez mayor. Vivía inmerso en una atmósfera nublada cargada de señales sin sentido que se dirigían a él. Algo parecía a punto de suceder, un peligro inminente que lo tenía a cada paso más desorientado. Tras una serie de líos que implicaban arrestos, la mirada de uno de sus mandos mientras estaba en la celda, le dio acceso a la clave que le permitiría restaurar un mundo que se venía abajo.

El primer encuentro con él tuvo lugar hace ya casi cuatro años. Fue a mi llegada a la Unidad de larga estancia del psiquiátrico de Palencia. Es uno de los primeros pacientes que vi y uno de los que primero veo cada día. Afable, insistente, de mirada escudriñante y permeable al humor. De discurso acelerado, algo disgregado y sembrado de expresiones inusuales. Cuando lo vi por primera vez la puerta estaba abierta, pero él llamó y pidió permiso para entrar, luego hizo un saludo militar y tras alguna pregunta dijo, como para convencerse, “usted parece de fiar, vengo a hacer lo que hago con todos, informar…”. Cada día acude un mínimo de una o dos veces, hay días en los que su agitación es mayor y acude más. Informa de los peligros que acechan al centro, al país, al planeta…Es portador de los secretos de más alto nivel y receptor de información que necesita transmitir a la mayor brevedad posible. Cuando no puede acudir a ninguno de nosotros, llama a la policía o al 112, ellos lo atienden y reciben su mensaje, ya lo conocen. Su función es esa, él informa no actúa, una orden a la que él se agarra pese a que haya que apuntalarla casi cada día. Su cuerpo es objeto de agresiones constantes cuando duerme, se queja de pinchazos, golpes, envenenamientos, abusos sexuales…por la noche diferentes “tipejos” se las arreglan para entrar en su habitación, “me quieren linchar”. A veces quiere ir por alguno de ellos, dice que en defensa propia podría actuar, está en juego su vida, “siendo tú quien eres no creo yo que puedan hacerte nada estos, hay cosas más importantes en las que centrarse”, le digo. “Es verdad, tengo sangre azul”, sonríe, se levanta saluda y se va tranquilo. Años atrás se paseaba por su pueblo vestido de militar y armado con machete y cuchillos. En su casa eran habituales las explosiones de agresividad sobre todo tras el fallecimiento del padre. A su hermana y a su madre les resultaba más difícil frenar sus exigencias y contener sus locuras. Pese a la elevada tensión y las amenazas verbales, el siempre aceptó el límite que normalmente iba acompañado de algún ingreso. Siempre habla bien de su padre, “un gran caballero”, con el que mantenía diálogos secretos mediante contraseñas. A él acude en esa primera misión en la que acaba exhausto tras recorrer a pie la distancia entre diferentes ciudades. Cuando era pequeño, su padre sufrió un accidente que lo dejó en silla de ruedas, él se volcó en su cuidado. “Lo que ha tenido que pasar al cuidar de mi padre, era muy pequeño para todo eso”, dice la hermana. Ahora cuida de sus compañeros más frágiles, siempre atento y detallista con ellos, también cuida y nos protege a nosotros, muchas veces espera tras la puerta cuando entra alguien que él considera peligroso o aparece cuando algún grito llama su atención. Él saca el sol todos los días, sin ello no podríamos vivir, para ello utiliza los relojes, objeto que continuamente cambia para poder realizar su cometido. Con los mensajes recibidos puedo encontrar una fórmula para la vacuna del Covid. Más trabajo le costó para el volcán. “Es muy cansado, un sufrimiento constante el que me toca, pero si no lo hago yo…”. En los momentos de mayor tensión su padre aparece en sus delirios, quieren profanar su tumba y robar su cadáver.

Han pasado 13 años desde su ingreso, su evolución ha estado marcada por su relación con las sustancias. Los porros tienen en él un efecto altamente perjudicial, ya que su trama delirante se dispara produciendo una agitación mayor que retroalimenta dicho efecto. El delirio adquiere un tinte fantasmagórico que inflama la megalomanía y lo sumerge en un exceso del que le es complicado salir. Él encuentra un tratamiento para sus dolores en el cuerpo, con ellos, al igual que con él alcohol, encuentra un alivio cuando ya nada le sirve. También le ayudan a interpretar y manejar todas las señales que se le presentan y que fuera del centro son mucho mayores. De alguna manera aumenta su parapeto contra ese mundo enigmático que lo acecha, por eso no es fácil renunciar a ello, pero al mismo tiempo aumenta la posibilidad de que se meta en líos importantes y esto es capaz de reconocerlo. Su relación con las sustancias ha ido cambiando hacia un uso menos problemático. Él informa de los consumos y sus motivos. Un día le dije algo así como “los porros igual están bien cuando se es joven, pero tú ya no eres un chaval, igual van siendo horas de que te centres en cosas más importantes”, se me quedó mirando pensativo y dijo, “igual tienes razón”. La intervención fue positiva, aunque como muchas otras hubo que repetirla.

Es capaz de leer la mente, recibe mensajes de diferentes aparatos, a veces le hablan con la mirada y le acompaña alguna voz a la que consigue no hacer mucho caso. Hay días que acude con urgencia una y otra vez, le llegan mensajes contradictorios que lo incitan, lo provocan. Angustiado busca un lugar amable en donde parar un poco la deriva delirante, busca algo a lo que agarrase, “¿qué hago…?”, para no ser arrastrado por los efectos de ese, “su arreglo”, que no permite que nada se escape a su filtro.

Su mundo, como el de todos, está agujereado por el impacto que la lengua tiene en la carne y como todos, dando vueltas al agujero de lo Real, no le queda otra que buscar su arreglo. “La lengua desorganiza el goce del cuerpo”, dice Miller. El arreglo al que recurre nuestro sujeto es el delirio. Tal y como nos dice Freud “el delirio, en el cual vemos el producto de la enfermedad, es en realidad la tentativa de curación, la reconstrucción”.

Él en su mundo, solo, pero con fuerzas para tender un puente que le permita una suerte de encuentro en la distancia. Sobre su puente yo tiendo el mío para dejarme utilizar allí donde lo necesita, siempre con un pie dentro y otro, firme, fuera para que no me arrastre su deriva. Día a día mantenemos charlas en las que puede compartir libremente sus locuras, pero también sus inquietudes y las diferentes dificultades que se le presentan en la vida. De un tiempo a esta parte se ha echado una novia, con ella pasa todo el día, ella lo necesita y él la cuida, se ocupa de ella, es “su mujer” y por ella “lo que haga falta”. En cierto grado esta relación lo estabiliza, pero no está libre de las vicisitudes que aparecen en las relaciones de pareja, “esta mujer me va a volver loco”. Al principio quiso dejarla más de una vez quiso dejarla porque mentalmente le confesaba sus infidelidades, esto le angustiaba mucho y acudía rápidamente al despacho llorando, como otras veces, marcarle que si no ha sido “apalabrado” no vale, le sirve y al poco vuelve con ella. Él, como todos, se las arregla como puede en su mundo.