Análisis 36,  Ángela González Delgado,  Letras (número 36)

La savia negra de las amapolas[1]

Ángela González

La escritura y el deseo que la causa es la encrucijada de la que parte Fernando Martín Aduriz para invitarnos a la lectura atenta de este libro, ¿Por qué se escribe? Cincuenta escritores. Un asunto, el deseo de escribir, que forma parte, junto con la lectura, de esas pocas cosas que nos conmueven y transforman en cuanto que somos sujetos atravesados de lenguaje, fundados ya por palabras antes incluso de nuestra llegada al mundo.  Si la vida es sueño, en el decir de Calderón[1], escribir pudiera ser acaso parecido a soñar o semejante a dormir, como lo era para Pessoa cuando enmarañado en su perpetuo desasosiego indicaba que, «escribo como quien duerme y toda mi vida es un recibo por firmar». [2]

El texto tiene su origen en la larga colaboración de Aduriz con el Diario Palentino, en el que cada semana ofrecía al lector una nueva columna de sus Vecinos Ilustrados, es este un trabajo que da cuenta de su pasión y entusiasmo por la civitas. También de su dilatada experiencia clínica de décadas, de su finísimo ojo clínico, de la pasión lectora que le habita desde siempre, de su deseo vivo que toma forma en una curiosidad inagotable. El formato breve de cada semblante, alrededor de 3.500 caracteres, posibilita una ágil lectura, y hace bueno el valor de lo breve a lo Gracián tan querido por el autor y tan de moda en los tiempos del Twitter. La magnífica edición redondea el texto al acompañar a cada escritor de su particular imagen.

Tomando el acto de escribir como búsqueda y encrucijada, Aduriz espiga cincuenta escritores, a quienes escoge de entre sus predilectos, y se acerca a ellos con el agradecimiento de aquel que se deja acompañar cada día, con el afán del lector que consiente al juego de lo simbólico, y que encuentra en su biblioteca solaz, sosiego y la zozobra ineludible que todo buen libro procura.

Nombres de escritores, autores de bellísimos textos,que se aproximan a las razones del escritor para escribir. Algunos de ellos habitaran ya en los estantes sus bibliotecas, de otros quizá tengan noticia por primera vez, en todo caso este libro tiene el valor de alentar la búsqueda de nuevas aventuras lectoras, de conseguir que retornemos a aquellos escritores que ya nos acompañan desde siempre. De su lectura nace una nueva mirada, algo de lo íntimo, de la esencia de la escritura nos convoca y alienta.

 De entre todos, ineludible, Jacques Lacan, cuya influencia se hace presente en cada texto. También Fernando Pessoa y todas sus vidas, heterónomas, como suplencia. Y María Zambrano, su «escribir es defender la soledad en que se está[3]» es uno de los asertos favoritos de Aduriz para pensar la escritura y por qué́ se escribe. Y Antonio Gamoneda, quizá el más bello semblante de entre todos los que componen este libro singular, no se sí será a causa de la excelencia de su letra solamente o si acaso su cercana y tierna amistad quizá su entrañable presencia, siempre atenta. Encuentro en su semblante, como en ningún otro las más bellas y vibrantes líneas erigidas a cuatro manos, las de Gamoneda, las de Aduriz.  Pura poesía:

«No es el pensamiento el que genera lenguaje, sino que es más bien el lenguaje el que genera pensamiento… se te imponen unas palabras, y esas palabras, a su vez, son las que crean pensamiento poético consciente. El no saber sabiendo». Antonio Gamoneda resume en muy pocas palabras la fuente de la escritura poética, el manantial del que él ha bebido.

Si respondiéramos según su tesis de que es el lenguaje el que genera el pensar, diríamos que Gamoneda escribe porque la causa musical en las palabras bullía con fuerza en su interior.

Ahora bien, si pasó quinientas semanas sin escribir, si no pudo resistir «la perfección del silencio», y permaneció́ «como un barco calcificado en un país del que se ha retirado el mar», hay que colegir que se necesita un Otro hacia quién dirigirse, y entonces puede exclamar (el poeta) «las sentencias suben hacia las cánulas de mis oídos». Hubo ese momento en que Gamoneda escribe de nuevo y puede proclamar en su imprescindible libro Descripción de la mentira, que «he salido de la habitación obstinada».

Antonio Gamoneda escuchó «la huida de los insectos y la retracción de la sombra al ingresar en lo que quedaba de mí», pero de nuevo se encontró́ mirando «un rostro que sonríe» y entonces sintió́ que hablaban de él «como una vibración de pájaros que hubiesen desaparecido y retornasen».

Se escribe, entonces, para alguien. Gamoneda, para su nieta. Cuando nace Cecilia, su abuelo retorna a la escritura. Se escribe «para que tú me adviertas, para que me convoques en la humedad de tus axilas».[4]

Planteado el enigma, rastreados los autores y llevados al diván por Fernando que pretende repensar, en su propio decir, el auténtico motivo de la escritura de sus cincuenta escritores, un motivo ignoto para ellos mismos pero patente en su obra y en su vida, avanza su personal interpretación y muestra que no hay una respuesta al enigma que hace pregunta ¿por qué se escribe?, sino muchas, casi tantas como autores, como si de un colorido crisol se tratara, bajo la atenta mirada de «un psicoanalista, que a su vez, cuando es posible, escribe»[5] acercándose así al secreto que habita en aquellas personas que, como decía Emily Brontë, escriben porque no pueden evitarlo.

No puedo resistirme a traer a esta presentación, para finalizar, a Javier Marías, quien afortunadamente no pudo no dejar de escribir, aunque en ocasiones, enredara con la quimera de no contar: «No debería uno contar nunca nada, ni dar datos ni aportar historias ni hacer que la gente recuerde a seres que jamás han existido ni pisado la tierra o cruzado el mundo, o que sí pasaron, pero estaban ya medio a salvo en el tuerto e inseguro olvido»[6]. Así comienza Tu rostro mañana. En las palabras que inauguran un buen libro ya puede acaecer ese sobresalto íntimo que sobrecoge al lector, que hace nacer el brillo en su mirada, como estas, «No tenía yo más de cinco años, y, niño solitario y no deseando estar sino así, ya me acompañaban algunas figuras de mi sueño…»[7] Son las primeras palabras de ¿Por qué se escribe? cincuenta escritores. Leer este libro es un placer al que no debieran sustraerse, quedaran así impregnados de la savia negra de las amapolas, tal como canta el poeta.


[1]CALDERÓN DE LA BARCA.P., La vida es sueño, Unidad Editorial-Planeta, Madrid, 1.999. p.8.

[2]PESSOA, F., El libro del desasosiego, Acantilado, Barcelona 2003, p. 240.

[3]ZAMBRANO, M., “Por qué se escribe”, (1934), en Hacia un saber sobre el alma, Alianza, Madrid, 1989.

[4] MARTÍN ADURIZ, F., ¿Por qué se escribe? Cincuenta escritores, La Dragona, MG Ediciones. Málaga, 2022, p83.

[5] Op., cit. p15.

[6]MARÍAS, J., Tu rostro mañana, 1 Fiebre y lanza, Círculo de lectores, Barcelona, 2003, p.11.

[7] MARTÍN ADURIZ, F., ¿Por qué se escribe? Cincuenta escritores, La Dragona, MG Ediciones. Málaga, 2022, p17. 


[1]Intervención en León, Casa Museo Botines, en la Presentación del libro de Fernando M. Aduriz, ¿Por qué se escribe? Cincuenta escritores, La Dragona-MIG, Málaga, 2022. El verso que da título a este artículo es de GAMONEDA, en su libro La prisión transparente, Vaso Roto Ediciones., Madrid,2016, p.65.