Análisis 34,  Gustavo Dessal

La cifra irónica y los analistas[1]

No voy a abrumarlos con la repetición de las escasas pistas que Lacan nos dejó a propósito de la nominación de AME, ni tampoco haré el intento de añadir una nueva interpretación al significado de esa “cifra irónica” con la que Lacan califica ese título. Todas las que he revisado son tan sugerentes como indemostrables, lo cual no las vuelve menos valiosas para acentuar la dificultad del problema. De los textos que he releído para esta ocasión escojo “¿Dónde encontrar al AME? La Comisión de Garantía”, escrito por Graciela Brodsky, y cuya plena vigencia deduzco por encontrarse en la página web de nuestra AMP. Pero antes una obviedad como punto de partida, que pertenece a la historia del movimiento psicoanalítico. En cierto modo, el título de AME procede de la antigua tradición del concepto de analista didacta, y al mismo tiempo constituye su subversión. La Escuela que Lacan propone no solo como organización institucional sino fundamentalmente como concepto, resulta de aplicar el matema de S(A tachada) y verificar de qué manera eso descompone la lógica consolidada en la IPA. La excomunión de Lacan bien puede tomarse como la operación que, retroactivamente, introduce la tachadura del A.

De lo que resulta:

Excomunión IP(Atachada) Escuela
             

  Retengamos, entonces, y a propósito de este matema de S(A tachada) el conocido párrafo de “Subversión del Sujeto” (Lacan, J. Escritos, pág. 798 ) que lo define así: “… significante de una falta en el Otro [añado: como lo es la falta de Lacan en el Otro de la IPA] inherente a su función misma de ser el tesoro del significante. La falta de la que se trata es ciertamente lo que hemos formulado ya: que no hay Otro del Otro”. Y más adelante: “…nuestro oficio no tiene nada de doctrinal. No tenemos que responder de ninguna verdad última, especialmente ni pro ni contra ninguna religión”.


                Prosigo: aunque no es infrecuente que esta última advertencia se nos olvide un poco. Si no tenemos que responder de ninguna verdad última, ¿por qué no habríamos de incluir en eso el título de AME, lo cual vendría a resonar precisamente con su carácter irónico? Puntúo, entonces, el problema que extraigo del texto de Graciela Brodsky. Los estatutos de la AMP rescatan del Acta de Fundación de 1964 el principio de autorización como algo que emana del propio psicoanalista, y la precisión de que “esto no excluye que la Escuela garantice que un psicoanalista surge de su formación (Brodsky, G. : op.cit.). Aquí tropezamos con una dificultad que tal vez explique en parte la confusión del problema del AME. La noción misma de garantía entra en franca colisión con el hecho de que, si no hay Otro del Otro, es porque precisamente la función de la garantía es lo que en el Otro falta. ¿No habrá algo de ironía, pues, en el hecho de que Lacan responda a una pregunta sobre los criterios para nombrar un AME invocando justo aquello que cuestionó hasta el último día de su vida, esto es, el sentido común? “Se los voy a decir -responde Lacan. Es lo que se llama el sentido común, es decir, la cosa más difundida del mundo. El sentido común es esto: a este se le puede tener confianza. Nada más. No hay absolutamente ningún otro criterio”. Confianza, entonces, como aquello que puede suplir la falta de garantía en el Otro. Confianza (y merecida) en una Comisión de Garantía movida por el amor, puesto que debe dar lo que no tiene, a menos que se tome a sí misma como el Otro del Otro, lo que por fortuna no es el caso. Confianza en una Comisión de la Garantía para la que no hay una Comisión que la garantice.
Mientras el título de AE se sostiene en una teoría y en un dispositivo, el título de AME -que da fe que alguien puede sostener su oficio por haber dado pruebas de una formación, la que la Escuela dispensa- carece de una teoría y carga consigo el peso de una formación que no puede definirse, aunque por supuesto no carezca de contenido.
                La reflexión del artículo de Graciela Brodsky desemboca en dos afirmaciones contundentes, que mantienen la tensión del problema:


1) Que las pruebas de que alguien es un psicoanalista, y no un psicoterapeuta, sólo
pueden verificarse en la supervisión a la que se somete.
2) Pero al mismo tiempo, por el carácter privado de ese encuentro denominado
supervisión, “no es seguro que quien se acerque a nuestra Escuela sepa qué hace ella con el control de la práctica de sus miembros”. La Escuela no informa de modo directo sobre las conclusiones que los analistas extraen de sus supervisantes.
                El texto finaliza con un “es así como Lacan concibió su Escuela”, es decir, no renunciando a mantener esta complejidad de fuerzas y negándose a resolverlas mediante una reglamentación que de últimas habría conducido a restaurar el fantasma institucional de una formación enteramente contenida en la idealización de lo simbólico. Tras décadas, intentamos mantener abierta la interrogación, y la ironía no solo hace parte de la cifra con la que la Escuela reconoce a un analista, sino que ella misma es irónica, por cuanto se sabe semblante. Como tal, no solo sostiene una enseñanza, sino que se constituye como un refugio contra el malestar de la civilización, no para escondernos de él, sino para preservar el discurso y la ética que preside el acto analítico en su dimensión privada y pública.
                ¿Cómo cernir esa confianza con la que el título de AME designa al mismo tiempo la imposibilidad de definir qué es un analista?


[1] Intervención en la Mesa redonda “La cifra irónica”, Barcelona, 23-11-18.

Gustavo Dessal