Análisis 34,  Vicente Palomera

¿De dónde viene la neurosis?

1. La tesis de Freud.

Esta fue la pregunta que Freud se planteó a lo largo de su trabajo. Hasta 1932, llegando al final de su obra, Freud siguió declarando que hay aquí un misterio. Otro modo de formular este misterio sería preguntar ¿de dónde viene el síntoma?, tomando el síntoma en un sentido muy amplio, designando bajo este término los síntomas neuróticos típicos, desde la obsesión y las somatizaciones histéricas hasta las inhibiciones y la angustia, lo que encontramos en el título de Freud a uno de sus trabajos más importantes, Inhibición, síntoma y angustia.

Sabemos que, gracias a los procedimientos que inventó, Freud formuló muy rápidamente su descubrimiento principal, a saber, que la neurosis es una enfermedad de la sexualidad y que, en el fondo, todos los sufrimientos neuróticos, una vez descifrados, son trastornos sexuales. Este fue el motivo por el cual se le reprochó su “pansexualismo”, es decir, se le acusó de ver el sexo en todas partes.

Pero, en verdad, hay que decir que hay una gran evolución en el pensamiento de Freud, entre su primera teoría de la neurosis y la última. En efecto, al principio, Freud había declarado que la neurosis era una enfermedad de la sexualidad, sin embargo, al final, en un el texto titulado El malestar en la cultura, señalará que es la misma sexualidad la que está enferma. Estas no son expresiones de Freud, pero ilustran muy bien su posición. En efecto, en los textos tardíos Freud llega a pensar que hay algo perturbado, algo que no funciona –de un modo esencial y no accidental– en la relación entre los hombres y las mujeres, es decir, en la relación entre el amor y la sexualidad. Si bien, al principio, Freud piensa que, en el fondo, el síntoma es un fenómeno patológico que afecta a algunos sujetos, que las neurosis son el resultado de traumatismos de la sexualidad, al final, considera que la sexualidad      –en el sentido amplio de relación de amor con el otro sexo– es, en sí misma,  traumática. Esto obliga a Freud a cambiar la definición del síntoma que, de repente, se convierte en algo general. A decir verdad, todo esto no es un descubrimiento del psicoanálisis, es algo sabido desde siempre, aunque no desde siempre la gente se queja. En cualquier caso, todo indica que hay una “maldición sobre el sexo”. Esta expresión resume a mi entender la tesis de El malestar en la cultura. Es impresionante que Freud, tras cuarenta años de trabajo sobre la neurosis, termine considerando que la sexualidad es, en sí misma, sintomática y que, después de haber pensado, que los neuróticos eran sujetos que se defendían de la sexualidad, acaba pensando, a la luz de su experiencia del inconsciente, que hay algo inasimilable en la misma sexualidad.

Para dar un poco de presencia a esta tesis podemos tomar las cosas a su nivel más visible recorriendo los cinco psicoanálisis que Freud publicó. En ellos comprobamos el carácter demostrativo de dicha tesis.

2. Cinco casos

Empecemos por “el pequeño Hans”. Hans es un niño de cinco años que sufre de una fobia, algo banal en un niño de esa edad. Los padres lo llevan a Freud y uno se da cuenta de detrás de la fobia está el problema de la pareja que forman los padres. Hay una discordia en la pareja parental detrás del síntoma y, más allá de ella, también el problema de la pareja que Hans puede formar con las niñas, así como del hombre que él será en el futuro. El caso de Hans es, a este respecto, muy ilustrativo.

En segundo lugar, el “caso Dora”, una encantadora adolescente que en su acting out pone en escena una cuadrilla infernal: dos hombres y dos mujeres. Lo que se descifra en el síntoma es el problema hombre-mujer, se pone al descubierto la discordia que anidaba en el juego del síntoma de Dora. Lacan aísla que en la “matriz imaginaria” con el hermano mayor la razón pulsional de la discordia al situar “la mujer como el objeto imposible de desprender de un primitivo deseo oral” (Escritos, p. 210).

En tercer lugar, el “hombre de las ratas”. Vemos que el desencadenamiento de su trance obsesivo se produce justo en el momento de tener que elegir una esposa, problema –como sabemos– muy complicado para el neurótico obsesivo.

En cuarto lugar, en el caso del “hombre de los lobos”, Freud consigue descifrar los síntomas a partir de una escena que toma la forma de una discordia de la pareja formada por los padres.

Finalmente, el “caso Schreber”. En él se muestra que la discordia se presenta bajo la forma delirante en la que Schreber acaba tomándose por la mujer de Dios. Recordemos que las peleas entre Ormuz y Ariman desempeñan un papel determinante en el delirio de Schreber. Éste tendrá que arbitrar en la querella entre ambos.

2. El síntoma como satisfacción substitutiva

La tesis de Freud, resumida de un modo sucinto, dice que un síntoma es una satisfacción sexual sustitutiva. Por muy simple que parezca esta afirmación, tenemos que explicarla ya que es a la vez paradójica y muy compleja porque dice que allí donde falta satisfacción, una satisfacción sexual, pues bien, se la reemplaza por otra. Es un proceso banal. Por ejemplo, vemos que el niño, decepcionado porque se le acaba de rehusar algo, agarra el chupete, en la satisfacción del chupeteo. Pero es también paradójico en la medida en que el sujeto que tiene un síntoma no tiene el sentimiento de que cuando sufre se satisface. Es la paradoja de una satisfacción que se presenta como un sufrimiento y que, además, es una satisfacción que se ignora. En otras palabras, no es solo paradójico sino también complejo porque uno se pregunta: ¿pero, dónde está el sexo en el síntoma?  

Freud nos muestra que si se descifra un síntoma se descubre que el síntoma es un modo de gozar. La palabra “gozar” tiene un uso particular difícil, particular porque designa un afecto que debe ser distinguido del placer, es decir, se situá   “más allá” del principio del placer, como Freud señala en su texto Más allá del principio del placer.

La tesis de Freud hace del síntoma un modo de gozar sustitutivamente. La tesis es simple y paradójica a la vez.

En un texto de 1908, Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad, Freud dice que el desciframiento del síntoma conduce al fantasma psíquico. Este es un punto crucial porque indica que el fantasma es una “soldadura” de dos elementos heterogéneos: por un lado, de algo que concierne al autoerotismo (el goce del cuerpo propio a partir de una de las zonas erógenas) y, por otro lado, de las representaciones de deseo ligadas al amor del objeto. El fantasma hay que leerlo como la soldadura entre el amor de objeto y del goce autoerótico que no concierne al Otro, es decir, al saber ligado al amor, al deseo. En definitiva, el goce que se descifra en los síntomas es discordante respecto a los lazos de amor.

La conclusión que se deduce de ello es que hay una carencia en el inconsciente mismo, esto es, que el lenguaje con todas sus representaciones, con todos sus significantes no logra inscribir el goce sexual que se presenta como heterogéneo a los lazos de amor y de deseo: hay un agujero en el universo del lenguaje que muestra la imposibilidad de asimilar la sexualidad.

3. Teorías infantiles

Todo esto tiene una traducción clínica evidente y se manifiesta de un modo preciso y patético, a la vez. Es bien sabido que los seres hablantes se preguntan acerca de su venida al mundo, se preguntan pero también interrogan a sus ascendentes sobre su existencia: ¿por qué me has hecho nacer? Sabemos que esta pregunta no tiene respuesta en el registro de lo simbólico. Por supuesto, los padres hacen lo que pueden para responder a esa pregunta, pero, en verdad, ninguna de ellas responde a la pregunta . Freud descubre esto de un modo muy preciso cuando señala que en los niños, en un momento de su existencia, aparece una especie de inquietud –a veces en forma de obsesión– en la pregunta: ¿de dónde vienen los niños? Este no es el único fenómeno que permite darnos cuenta de que el ser viviente no está inscrito en lo simbólico, lo constatamos también a nivel sexual, bajo una forma clínica igualmente precisa, cuando comprobamos que el primer encuentro del niño con el goce es generalmente “traumático”. No significa que no vaya a poder recuperarse, sino que, en cualquier caso, se trata de un shock, ya se trate para la niña o el niño de sus primeras masturbaciones, o de la constatación de la diferencia de sexos (el caso de “el pequeño Hans“ es muy ilustrativo). Para la niña, se trata igualmente de la diferencia de los sexos, pero también de los primeros descubrimientos sobre el órgano masculino. Freud descubre que todos estos encuentros se producen en una temporalidad discontinua, son un shock para el sujeto infantil y desencadenan, a veces, síntomas, pero siempre una fuerte actividad de pensar que los niños tratan de asimilar, de metabolizar, por medio del pensamiento, aquello con lo que se encontraron.

Hay un breve artículo de Freud, de 1908, sobre “Las teorías sexuales infantiles” donde nos explica este proceso, poniendo de manifiesto que el discurso que se le transmite a un niño, cuando se trata de dar cuenta de la vida y del sexo, suele ser tan vacío y carente, que el niño se ve obligado –entre los cinco o seis años- a transformarse en un inventor. En suma, las “teorías sexuales infantiles” consisten en inventar lo que no sabe y lo que no se le dice.

Esta investigación sexual en la infancia es siempre solitaria, implica un primer paso hacia la orientación autónoma del mundo y establece un fuerte extrañamiento del niño respecto a las personas de su entorno.

El niño, rodeado de múltiples enigmas sobre la sexualidad, se pregunta –movido por sus pulsiones- por tres cosas: ¿de dónde vienen los niños?, ¿qué pasa que una parte del cuerpo parece ser diferente en las personas?, ¿qué sucede en la habitación de los padres? Cuestionamientos estos que quizá sean el origen de todo deseo de saber que trascenderá de la infancia a la edad adulta.

A través de sus “¿Por qué?” los niños preguntan por la causa de sí y el “¿De dónde vienen los niños?”, es el prototipo con el que abre el espectro de la investigación sexual infantil. Freud nos recuerda que esa es la “interrogación más antigua y ardiente de la humanidad”.

La investigación sobre la sexualidad que realiza el niño, por desconocer el valor del semen y la vagina, culmina con una renuncia, que muchas veces lleva a una detención de la pulsión de saber y -vaticina Freud- puede acarrearles problemas en la escuela: “La conducta de los niños en la escuela, que plantea a los maestros bastantes enigmas, merece en general, ser vinculada con la incipiente sexualidad de aquellos”, y recuerda que la excitación sexual puede producir efectos displacenteros como la angustia, el miedo, y plantea una paradoja: la concentración en una tarea intelectual tiene un efecto de excitación sexual.

En suma, Freud nos presenta en su artículo una doctrina de la invención cuando observa que el niño no sabe lo que ocurre entre un hombre y una mujer en su vida íntima e inventa una ficción, aunque no de la nada . Freud señala que el sujeto infantil inventa una ficción, construye una teoría a partir del goce que ya conoce y, dado que ha experimentado algunos goces en su propio cuerpo, oral o anal, inventa que entre un hombre y una mujer debe pasar algo correspondiente a dicha experiencia en su desarrollo sexual.

Así, pues, las “teorías sexuales infantiles” están orientadas por sus pulsiones actuales en el momento de inventar sus teorías del coito anal u oral. La tesis es que el goce, ya se trate de la existencia o del sexo, no está inscrito en lo simbólico, no hay lenguaje alguno que responda allí. Concretamente, esto implica que, si se plantea el tema de los ¿porqués?  -¿por qué vivo? ¿por qué nací? o, de otro lado, ¿por qué te vas con mamá, o con papá? ¿por qué cerrais la puerta de la habitación?, etc., a decir verdad, la única respuesta sería: porque sí, que es  precisamente la respuesta que se suele dar cuando no hay respuesta, ya sea por rechazo o por la imposibilidad de responder.

4. “No hay proporción sexual”

Por todo ello, se entiende mejor la sorprendente fórmula que el psicoanalista Jacques Lacan propuso para traducir el descubrimiento de Freud: “Il n’y a pas de rapport sexuel” (traducido al castellano: “No hay proporción sexual”). Formula que, hay que señalar, está escrita en singular. En otras palabras, hay síntomas porque no hay relación sexual. La frase requiere algunas explicaciones. Hay, evidentemente, una relación con el sexo. Cada sujeto se refiere a la sexuación y, además, hay relaciones entre los hombres y las mujeres: es un hecho. El “no hay relación sexual” tiene un sentido preciso. Existe, entre los hombres y las mujeres, una relación posible de amor y de deseo. “Relación” designa aquí lo que los conecta o vincula entre sí, pero el goce, inclusive el goce de la relación sexual, “no hace relación”, es decir, no nos conecta con el otro. Más bien, el goce separa.  Se podría incluso decir que el goce es siempre “autista”. Siempre se goza solo e, incluso si es al mismo tiempo que el otro, no se goza del Otro ni tampoco con el Otro. Es cierto que el amor sueña con la fusión, es el sueño de ser “una sola carne” con el otro, pero existe una disyunción entre el amor y el goce.

Esta disyunción, esta discordancia, se declina de un modo diferente según los tipos de neurosis. Por ejemplo, la histeria protesta contra el goce en nombre del amor y, especialmente, contra el goce masculino que ella no comparte. La obsesión es lo contrario. El obsesivo está mucho más fijado a su goce que el sujeto histérico. Evidentemente, esto objeta a su amor y generalmente tiene problemas con el amor. Lo vemos en el caso del “hombre de las ratas”.

A la inversa, para el sujeto histérico, los primeros encuentros con el goce, los encuentros infantiles, como observó Freud, producen generalmente una reacción de aversión que más tarde se perpetúa bajo la forma del asco. Para el sujeto obsesivo, o futuro obsesivo, al contrario, se produce una captura, un “exceso” de placer, dice Freud, que no podrá olvidar jamás.

En cualquiera de los dos casos, se trata de dos formas distintas, son fenómenos que muestran que entre el goce y el lazo de amor y de palabra hay una brecha.

Lacan considera que es culpa del lenguaje. Lacan habla de faute (que es, a la vez, falla, falta y culpa). La culpa es una forma de la causa. Contrariamente a Freud, Lacan no piensa que la causa del malestar es la civilización. Al contrario, las civilizaciones (porque hay que escribirlo en plural) son diferentes órdenes instaurados en lo real para hacer la vida posible entre los seres humanos. Cada civilización no es sino un modo de –no diré de “resolver” los problemas, sino de hacerlos vivibles. Cada civilización establece, impone las modalidades de las relaciones entre las mujeres y los hombres y de las relaciones entre las generaciones. Cada una tiene sus “hebras” para regular el conjunto de las relaciones tanto a nivel del poder como del amor. Ocurre que en la civilización actual,  que denominamos como civilización de la ciencia, hace aparecer el problema de un modo más agudo que otras. Esto es algo para que reflexionemos. La manera en que se ordenan y organizan las satisfacciones de los sujetos, el modo en que se ordenan sus vidas, ha cambiado muy sensiblemente respecto al siglo pasado. Los cambios de costumbres, tanto a nivel del poder como del sexo, es considerable, pero también muy  propicio para poner de manifiesto esta especie de imposibilidad que Lacan formuló al declarar que “no hay proporción sexual” y que motiva, también, que los síntomas cambien.

Los sujetos que hoy escuchamos no tienen la misma sintomatología que aquellos que Freud escuchaba a principios del siglo XX. Los síntomas cambian porque los síntomas son modos de gozar que están doblemente condicionados, a la vez por las aporías del goce sexual que hemos mencionado y por lo que podríamos llamar, si se quiere, las ofertas de la civilización, sus ofertas para gozar y sus fracasos para satisfacer.

La clínica de la neurosis es el medio que le permitió a Freud poner de manifiesto las raíces del malestar en la civilización y la práctica inventada por Freud nos ayuda a trabajar con lo que no funciona, siendo esta la razón que hace el psicoanálisis sea una práctica difícil y exigente para los psicoanalistas ya que apunta a introducir en la vida cotidiana lo “imposible”, es decir, “lo que no funciona”.

Vicente Palomera