Análisis 36,  Andrea Torres

Juegos de rol: ¿Tienen algo que aportar en el psicoanálisis?

Andrea Torres[1]

No es secreto que las sesiones cada vez más están llenas de pacientes que dedican buenas horas de su tiempo a jugar distintos tipos de juegos. Los casinos y juegos de azar poco a poco dejan de ser tan populares en la población más joven y los videojuegos y juegos de mesa son los que se llevan la mayor atención en la clínica.

Pese al incidente de 1994 denominado “Crimen del rol”, en el que los juegos de rol fueron criminalizados por los medios de comunicación, estos han vuelto a entrar en auge en los últimos años. La popular serie de Netflix “Stranger Things” ha contribuido a despertar el interés en la población más joven hacia juegos como “Dragones y Mazmorras” y el confinamiento por el COVID-19 en el 2020 ha hecho que jugar juegos de mesa desde casa se convierta en una opción atractiva para pasar el tiempo.

El acto de jugar siempre ha sido un tema de interés en el psicoanálisis, enfocándose principalmente en el juego infantil como lenguaje con el que los niños comunican sus miedos o fantasías inconscientes, o como medio de satisfacción de sus necesidades reprimidas. El interés en el juego adulto, a diferencia, suele estar enfocado en lo patológico, en la adicción, y en su mayoría en los juegos de azar, descartando estas nuevas formas de juego que además establecen consigo una forma de vínculo e identidad a través de elementos imaginarios.

Los juegos de rol, o RPG por sus siglas en inglés (Role-Playing Games), consisten en sistemas de juegos simbólicos reglados, en los que los jugadores crean personajes de forma descriptiva que están inmersos en mundos simulados. Las reglas del juego actúan como límites para abordar su uso en un contexto social, y, por lo general, existe un director de juego que se encarga de que estas reglas sean cumplidas, funcionando como un narrador que planifica el argumento y las metas de la partida mientras guía al resto de jugadores dentro de ese mundo. Tanto el director del juego como los jugadores interpretan sus respectivos personajes, interactuando y relacionándose entre ellos y con el ambiente como si fueran estos personajes.

La relación entre el director y el o los jugadores oscila entre competir y cooperar, ya que el director presenta obstáculos a la vez que pistas, enemigos y aliados, y la historia se construye entre lo ofrecido por el director y las acciones de los jugadores. Las metas dentro del juego son diversas, pudiendo acarrear combates, negociaciones, influencia política o incluso entablar relaciones románticas.

 Este tipo de juego ofrece una mirada distinta en el trabajo con jóvenes y adultos, pudiendo inferir una proyección por parte de los jugadores de elementos fantasmáticos de sí mismos en la imagen que dan a sus personajes. Las representaciones están cargadas de símbolos que pueden ser características exageradas de sí mismos, o elementos compensatorios que la persona carece. Así, muy similar a un niño, el juego de rol provee un espacio seguro, en el que un joven o adulto puede proyectar miedos y deseos que pueden estar reprimidos sin ser consciente de ello de una forma lúdica, en una dimensión transicional en la que saben que lo presente no es real, actúan como si lo fuera y en el fondo están representando aspectos simbólicos de lo real a través de lo imaginario.

A diferencia del juego simbólico infantil, no existe una construcción fantasmática individual, sino una interacción grupal de los fantasmas individuales, siguiendo las normas impuestas por el director de juego, que cumple la función paterna de imponer la ley y crear un universo con normas e indicaciones. El uso de reglas permite un distanciamiento ilusorio entre el personaje creado y los elementos proyectados propios del jugador. Las defensas están puestas en marcha, pero permitiendo una fuga de estas pulsiones y deseos reprimidos a través del acto que la palabra puede estar enmascarando.

El juego adulto, a su vez, puede estar desarrollando consigo un trabajo elaborativo, como ya había sido advertido en el juego infantil, en el que hay una reproducción de eventos traumáticos y una búsqueda de sentido y desenlace de los mismos a través de la repetición. En la dimensión del juego de rol, los personajes van teniendo un desarrollo y madurez a medida que se involucran con distintos eventos de la historia, sufriendo un proceso dinámico de catexias y contracatexias con las que el jugador se identifica, interpreta y busca el sentido para solucionar los posibles conflictos. Un jugador con un personaje que inicia con símbolos muy exagerados de sí mismo, y poco a poco va adoptando actitudes más equilibradas, indica que el simple hecho de jugar conlleva un trabajo analítico. Si estos jugadores, a su vez, son acompañados de un proceso analítico externo en el que manifiesten cómo han iniciado sus personajes y cómo ha sido su desarrollo, es posible que puedan adoptar una perspectiva que les permita poner nombre a lo inarticulable, pudiendo entender y tener cierto control sobre su condición al ver los eventos y conflictos en tercera persona (en el personaje).

El hecho de que haya un vínculo tan estrecho entre la persona consciente con un mundo interno inconsciente cargado de símbolos a la hora de crear el personaje e introducirse en un mundo de fantasía es de gran interés en el psicoanálisis, ya que puede aportar información que no pasa por el filtro de la represión de una forma tan agresiva, ni por la distorsión de la palabra. Además, tras preguntar a jugadores de rol de Castilla y León de diferentes edades (De 22 a 46), estos han mostrado gran interés en compartir sus experiencias en un entorno terapéutico y analítico, pues la mayoría de los entrevistados considera que jugar al rol ha afectado positivamente su salud mental y que el contenido que puede surgir en el juego puede tener un gran valor terapéutico. Algunos testimonios al respecto han sido:

A.G. (22, m, 5 años jugando juegos de rol): “[El rol] permite experimentar maneras de ser que nunca serías, y en algunos casos, incluso descubrir facetas de tu personalidad que no conocías que salen inconsciente a través de tus personajes.”

R.R. (46, m, 30 años jugando juegos de rol): “Cuando era más joven […] en los juegos se creaban escenarios donde yo podía ganar y pertenecía a un grupo. Ahora […] me propicia un ambiente donde puedo combatir el mal y la injusticia y reestablecer el orden en el mundo.”

L.G. (24, f, 4 meses jugando juegos de rol): “[…] Puedo compartir algo que me gusta con mis amigos. Asimismo, creo que me ayuda a tener más confianza y extroversión.”

E.M. (46, m, 30 años jugando juegos de rol): “[…] He visto como el rol ayuda a personas con sus inseguridades. El rol te permite crear personalidades diferentes a la tuya en cada personaje que creas, y esto hace que puedas desinhibir tu timidez o falta de confianza a la hora de relacionarte con otras personas, sin miedo a que el resto de jugadores critique o desapruebe esas ideas, ya que cada uno establece las suyas propias dentro de la partida. […] Si entramos en lo psicológico […] creo sinceramente que el rol puede ayudar a personas con problemas a abrirse y enfocar esos problemas hacia una posible solución. El hecho de poder «inventarse» una personalidad en un personaje en concreto, puede hacer que afloren parte de las inseguridades que se puedan tener, ayudando al terapeuta en su diagnóstico y tratamiento.”

A su vez, a los participantes que asisten a algún tipo de terapia psicológica se les ha preguntado si han utilizado el contenido del juego o de sus personajes en la psicoterapia, y si no, si lo utilizarían, teniendo todos una respuesta favorable a ello. Los testimonios han sido:

F.A. (32, m, 8 años jugando juegos de rol): “Sí he utilizado mis personajes en mi análisis. Surgen temas interesantes a explorar, mis personajes terminan teniendo algunos detalles que se parecen a situaciones por las que puedo estar pasando o rasgos de personalidad míos que debo trabajar.”

F.N. (28, m, 9 años jugando juegos de rol): “No, la verdad es que nunca he usado anécdotas del rol en terapia, pero me gustaría intentarlo.”

N.L. (29, f, 13 años jugando juegos de rol): “Sí, cuando me hago un personaje que me parece llamativo lo converso en mi análisis y siempre me sorprende darme cuenta lo cargado que puede estar de cosas por las que estoy pasando y no me doy cuenta.”

A.G. (22, m, 5 años jugando juegos de rol): Sí he hablado de algún personaje en terapia. Me ha servido para conocer mejor esa parte de mí de la que no era consciente y no sale a la luz tan de continuo.”

Utilizando el verbatum de los participantes, parece que los juegos de rol no sólo conllevan una proyección de los jugadores de sus propios traumas y conflictos, sino puede abrirles una ventana a verse a sí mismos, permitiéndoles elaborar y comprender sus propios elementos simbólicos, llevándolos a un camino de integrar aspectos propios que pueden estar disociados o escindidos. Jugar en sí mismo no reemplaza el valor de una terapia centrada en la palabra, pero puede ser un importante añadido al proceso, invitando a analistas a considerar esta otra realidad en la que la gente se está desenvolviendo en la actualidad, ofreciendo otra fuente de información acerca del mundo y las relaciones de los objetos internos del paciente, así como un estilo discursivo con el que hay que tener una escucha distinta.


[1] Andrea Torres es psicoterapeuta. Licenciada en Psicología (Univ. Católica, Caracas), Experto en Psicoterapia Psicoanalítica (Soc. Psicoanalítica de Caracas), Experto en Terapia de Juegos, Máster en Educación Montessori (Univ. de Barcelona), Máster de Psicopatología Psicoanalítica (Univ. de Valladolid).