Análisis 34,  Ángela Argüeso Flórez

El Narcisismo del terapeuta

Pareciera que los terapeutas están dispuestos a investigar largamente el término narcisismo, no tanto a revisar las influencias y relaciones de este constructo en su actividad terapéutica.

Al realizar una revisión sobre los escritos existentes encontramos una gran diferencia entre los que se refieren al narcisismo y los que tratan directamente el narcisismo de los terapeutas. Esta disparidad sorprende y obliga a buscar una posible explicación. Podríamos inferir que no que no es un tema de extrema preocupación lo referido a la salud mental de los terapeutas, al menos en los enfoques terapéuticos más extendidos.

Los psicólogos en formación académica reciben una idea vaga sobre algunos trastornos o potenciales deterioros que se pueden derivar del ejercicio profesional, pero siempre salvaguardando una aparente “perfección” de la figura del terapeuta. Un aura que rodea a los terapeutas por el simple hecho de serlo.

Es evidente la controversia y disonancia entre lo distintos autores (y distintas escuelas) en el estudio y aplicación del concepto, desde un factor inherente al ser humano, un conflicto intrapsíquico, un trastorno grave de la personalidad hasta una falacia o un constructo inexistente. Negar esta dimensión sería sin duda hacer un uso exacerbado de ella.

En el Diccionario Filosófico de Comte-Sponville podemos encontrar esta definición:

Es el amor, no por uno mismo, sino por la propia imagen. Narciso, incapaz de poseerla, incapaz de amar otra cosa, acaba por morir. Es la versión autoerótica del amor propio, y también una trampa. Sólo se escapa a él por medio del amor verdadero, que no tiene necesidad de imágenes (Comte- Sponville, 2005, p. 366).

Como refiere Guillem (1996), en 1908 Sadger presentó un trabajo relacionado con el término narcisismo en una de las famosas reuniones de la Sociedad Psicoanalítica de Viena. En ese mismo año Freud consideraba ya en sus escritos sobre la teoría sexual una fase entre el autoerotismo y la relación con un objeto externo, lo que más tarde se llamaría narcisismo. En este trabajo al igual que Sadger, Freud considera la homosexualidad como la fijación en una etapa narcisista, una posterior regresión, disociación e identificación proyectiva. En esta los varones hallan sus objetos de amor de modo narcisista buscando versiones de ellos mismos, al igual que Narciso en el mito griego disfrutando de su propia imagen reflejada. Tanto Freud como Sadger recopilaron el material que existía hasta el momento y lo reorganizaron para la experiencia psicoanalítica (Padovan, 2017).

La teoría del narcisismo construida por Freud ha sido clave en el desarrollo del término, siendo precedente a la segunda teoría pulsional y a la segunda tópica, en la que se introduce la famosa dualidad Eros-Tánatos, publicando en 1905 Tres ensayos sobre teoría sexual. En cuanto al término autoerotismo, alude a lo que denominará narcisismo a partir de 1909, evidenciando en un primer momento que existen momentos de satisfacción objetal (con objeto externo) que alternan con momentos de satisfacción autoerótica. El autoerotismo comienza siendo para Freud una fase del desarrollo y termina siendo el modo de satisfacción narcisista. El autoerotismo, de este modo, se define como la colocación de la libido en uno mismo durante la etapa narcisista, siendo esta el periodo en el que el yo es capaz de satisfacer sus pulsiones en sí mismo. Se concluye que el término está en los fundamentos de la construcción del psiquismo (Guillem, 1996)

Rank define el término en 1911 con Una contribución al Narcisismo, escrito dedicado en especial al concepto relacionándolo con fenómenos no sexuales, como la auto admiración o la vanidad. Además, se contempla por primera vez una naturaleza defensiva en el narcisismo, como consecuencia de la frustración de algunas relaciones interpersonales (Migone, 1993). El término narcisismo tiene matices peyorativos socialmente, pero también es un término técnico para dar categoría a todas las formas de inversión de la libido en el sí mismo, haciéndose referencia al narcisismo saludable para diferenciar el auto respeto de la sobrevaloración del yo. El llamado objeto de elección narcisista está basado en la similitud del sujeto con el objeto, es decir elegir un objeto de forma narcisista sería equivalente a elegir uno similar a nosotros.

Freud definió dos tipos de narcisismo en el inicio de su recorrido sobre la definición del término. El primario supone una escasa inversión libidinal en el objeto externo desde la investidura primitiva del yo. El secundario en cambio, consiste en atraer de nuevo las inversiones ya depositadas en el objeto, hacia el yo. Afirma que en un primer momento satisfacemos nuestras pulsiones parciales de forma autoerótica, y que para constituir el narcisismo es necesario un añadido al autoerotismo, y esto es el yo, necesario para la constitución de la subjetividad (como se citó en Marcos, 2016).

En 1914 Freud publicó Introducción del narcisismo, en la que se expone el término como una perversión en la que el cuerpo es el objeto sexual. Dicha perversión absorbe a totalidad de la vida de la persona. Pero también el narcisismo podía entenderse dentro del desarrollo sexual regular, con lo cual constituiría un complemento libidinoso en la pulsión de autoconservación (Freud, 1984). En ese mismo año, Freud explica en la obra Introducción al Psicoanálisis que lo más probable es que el narcisismo sea el estado general y primitivo del que surge el amor hacia objetos exteriores, distinguiéndolo del narcisismo como perversión. Asimismo, el autoerotismo se define en esta obra como la actividad sexual propia de la fase narcisista durante la fijación de la libido (Freud, 1967).

En la obra de 1914, también Freud establece la existencia de un equilibrio entre la “libido del yo” y la “libido de objeto”, cuanto más aumenta una, más se empobrece la contraria, evidenciando que para Freud ya no es una fase intermedia entre el autoerotismo y el amor objetal, sino una fase aislada en la que los instintos se reúnen en una unidad y la libido es dirigida hacia el yo (Marcos, 2016). El narcisismo pasa de ser un comportamiento específico, a la redirección de la energía libidinal sobre el yo más que sobre los objetos. Deja de ser una perversión, para ser parte del desarrollo sexual del sujeto. En su obra Proyecto de una Psicología para neurólogos de 1895, Freud escribe sobre un primer momento en la vida de felicidad plena, una satisfacción primordial a la que constantemente tenderemos a regresar (Martínez, 2012). Freud afirma en Introducción al Narcisismo, que “Un fuerte egoísmo preserva de enfermar, pero al final uno tiene que empezar a amar para no caer enfermo, y por fuerza enfermará si a consecuencia de una frustración no puede amar” (Freud, 1984, p. 82). Asimismo, destacan Duelo y melancolía de 1917 donde Freud entiende el concepto de narcisismo como solamente una identificación narcisista con el objeto y El yo y el ello de 1923, donde este concepto vuelve a ser modificado con la segunda teoría del aparato psíquico (Martínez, 2012) como obras fundamentales para el desarrollo del concepto.

El estudio del narcisismo constituyó para Freud una complicada labor desde el principio, así se lo mostró a Abraham a través de correspondencia en 1914. “Muy difícil ha sido para mí el parto del narcisismo, y es lógico que hayan quedado en él los consiguientes rastros de deformación” (Freud y Abraham, 1969, p. 171).

Destacando además de Freud como figura referente y principal, Lacan es uno de los autores más reconocidos en el ámbito psicodinámico, y también uno de los más controvertidos. Este autor relacionaba un primer momento de formación del yo con la experiencia narcisista fundamental, designada como la “fase de espejo”. Según esta concepción el narcisismo no sería un estado con ausencia de relación intersubjetiva, sino la interiorización de esta relación (Martínez, 2012). Para Lacan la fase del espejo es el momento de la vida de todo niño en el que aprende a reconocerse como fuera de él mismo, es decir, en el espejo. Esto significa que el ser humano está constituido desde el otro, se le puede ayudar a reconocerse como una unidad independiente de su entorno. Los niños percibirán la imagen que le devuelven sus padres cuando alaban sus rasgos o características, además de cuando le muestran su imagen corporal. Esta fase permite al niño introducirse en el mundo simbólico, manejando su registro. Si el niño no cuenta con nadie que le ayude a este proceso, no se reconocerá en su imagen y no tendrá acceso a más percepciones, quedando fascinado por las imágenes y sin desarrollar su yo (Gràcia, 1998).

Guiándonos por el sentido común, la presencia de un individuo siempre afecta al otro, pero en el encuentro terapéutico existen aún mas consecuencias derivadas de esta perturbación inevitable y diferente, del vínculo creado. El narcisismo es sacudido siempre en presencia del otro, pero este impacto es más notable si la concepción de sí mismo está insuflada y se concibe como inexorable (Fernandes, 2009), ya que las barreras narcisistas impiden el autoconocimiento.

En 1981 Miller hipotetizó que la perturbación narcisista es una posible inclinación para convertirse en psicoterapeuta (como se citó en Clark, 1991). Asumir el papel de responder a las necesidades emocionales de los progenitores podría estar relacionado con la génesis de esta predisposición. Los terapeutas adultos seguirían satisfaciendo los deseos de los otros como los niños lo hacen con sus padres, ahora con los pacientes en consulta. Estos se convierten en un objeto al que curar, salvar y mejorar. Al no lograr su propósito, se tiende a infantilizar al cliente, asumiendo el rol dominante, privando de independencia a sus clientes y concibiéndolos como una prolongación de sí mismos. Este problema puede contribuir a otro, donde el terapeuta evita enfrentarse al cliente (Glickauf-Hughes y Mehlman, 1995).

La mayoría de la investigación científica en torno a las características de los terapeutas se encuentra orientada a características positivas y deseables para la profesión. Las hipótesis similares a la de Miller no suelen tener “solidez metodológica” o grupos válidos de comparación, surgiendo de datos anecdóticos. Los riesgos iatrogénicos del narcisismo en el terapeuta recorren desde un cumplimiento de los deseos del paciente hasta una necesidad de alabanza constante, sorprendentemente persiste el empeño en negar esta evidencia.

El miedo a dejarse llevar por las emociones y los sentimientos asusta a los narcisistas, perder el control es sinónimo de locura. Además del poder, el aspecto manipulador y de seducción narcisista también se encuentran presentes (Lowen, 2017).

En definitiva, si los terapeutas se centran en sus necesidades sin resolver, no podrán atender las de los pacientes, podría de forma intencional o no, servirse de la relación terapéutica para su beneficio, en detrimento de las de sus pacientes (Guy, 1995).

La figura social que encarnan los terapeutas en determinadas sociedades también parece relevante para la elección de la profesión, aunque puede conllevar rechazo en muchas situaciones, en otras puede parecer atractiva la idea de convertirse en una especie de “sanador”. Poder ejercer control e influencia en los pacientes es una motivación para los terapeutas con necesidades de poder. Popularmente, las heridas sufridas por los terapeutas les aportan más experiencia y comprensión de las quejas ajenas, si han sido capaces de manejar y superar sus adversidades personales, entonces serán capaces de resolver la vida de los pacientes. Esto les otorga autoridad social y reconocimiento, consideradas las principales satisfacciones de la profesión. Esto convierte a la terapia en una elección atractiva para muchos que ya se sienten inclinados hacia esta. Otro de estos factores es el enriquecimiento y la realización personal; la sensación de éxito en el ejercicio de esta profesión confiere gran satisfacción, y sentimientos de dignidad y utilidad (Bugental, 1964; Hamer, 1972; como se citó en Guy, 1995).

Como apunta Winnicott (1960), el analista puede caer en una situación desafortunada con la acumulación de experiencia con pacientes. Esto consiste en hacer interpretaciones no en base al material proporcionado por el paciente actual, sino al conocimiento acumulado. Este hecho proyecta la imagen de un analista inteligente digno de admiración, pero esto es inútil para el paciente concreto, porque las interpretaciones finales del analista no van dirigidas al paciente individual (como se citó en Fernandes, 2009). La mayoría de las interpretaciones demasiado elaboradas de los analistas tiene que ver con la omnipotencia y el narcisismo, de las que Fernandes, (2009) afirma que ningún terapeuta escapa. En este mismo trabajo se concluye que el narcisismo del terapeuta siempre estará presente, no pudiendo examinarlo de forma precisa por su carácter abstracto, pero con una necesidad de convivir con él, aceptándolo tras un análisis profundo.

Si suponemos que esta es una condición irrenunciable en la práctica terapéutica, aun pudiendo ser aceptada, Miller (1981) diferencia dos caras del narcisismo: la depresión y la grandiosidad, afirmando que el primer tipo es que los terapeutas experimentan con mayor probabilidad (como se citó en Glickauf-Hughes, y Mehlman, 1995). Es decir, un el narcisismo no conllevaría obligatoriamente poseer las características iatrogénicas mencionadas, sino que podría manifestarse en rasgos relacionados con esta cara depresiva del narcisismo. Según Usandivaras, (1982) cada vez se ha puesto más énfasis en la salud mental del analista, aunque existen aspectos que aun persisten ellos y se pueden tornar nocivos el proceso terapéutico. Por estas razones se presume indispensable el análisis de los terapeutas. Este autor distingue diferentes tipos de terapeutas iatrogénicos en psicoterapia psicoanalítica (perturbación narcisista del carácter, temor al compromiso afectivo que conlleva una excesiva distancia interna con los pacientes y la imposibilidad de mantener dicha distancia de forma adecuada, desembocando en relaciones conflictivas con los pacientes) todos ellos, señala, son “fallas” inconscientes el analista.

Si añadimos además las algunas características promovidas actualmente en los terapeutas como la negación o el control de los sentimientos desde las perspectivas imperantes, esto dificulta aún más la relación terapéutica. Las técnicas son importantes para la práctica clínica, pero resulta necesario profundizar en un análisis de las condiciones idóneas que debe reunir un terapeuta, para mejorar la calidad de la terapia, y reducir el posible perjuicio causado en los pacientes.

Además de una variable individual, el narcisismo ha sido estudiado como un componente o proceso social, en el que actualmente se encuentra inmersa la cultura Occidental. El contexto actual se caracteriza por la ausencia de limites y por la ilusión de omnipotencia del ser humano, donde el avance tecnológico y la primacía de los intereses individuales influyen notablemente. Así, el narcisismo parece mostrarse como una característica relevante en la sociedad moderna debido en gran medida al cambio de parámetros en las relaciones sociales y paterno-filiales.

Según Lowen (2017) encontramos actualmente escasas restricciones al comportamiento. La sociedad nos anima a exteriorizar impulsos y a minimizar la importancia de la subjetividad. Actualmente las restricciones se consideran innecesarias para el potencial humano, el poder de modificar la naturaleza nos aporta una sensación de omnipotencia frente a la muerte, y hemos venerado valores como el rendimiento, la productividad y el poder en lugar de el respeto a uno mismo o la integridad. Las personas narcisistas estarían adaptadas perfectamente a nuestra sociedad, sin disgustarles la superficialidad y comulgando con los valores actuales y con constante cambio. Por el contrario, los sujetos que buscan la estabilidad y que no confían en el progreso ni en el cambio, se ven con serias dificultades de total adaptación. Renunciar a los placeres reales en pro del poder es el comportamiento propio de la sociedad actual, y, por tanto, de los narcisistas.

El cambio de la sociedad hacia una visión más narcisista recibe opiniones dispares, y puede estar enmascarado por otros acontecimientos considerados más importantes, tales como el avance científico y tecnológico, el estado del bienestar o la mejora de la calidad de vida de una parte de la población. Parece obvio que la cultura occidental actual es individualista, pero lo que es difícil de aceptar es que este cambio de cosmovisión atañe serios problemas sociales y personales para los sujetos. La negación o postergación del duelo, los trastornos relacionados con la identidad y la imagen y los relacionados con el consumo de sustancias orientadas a la evasión de la realidad, no parecen casuales en el ambiente de una sociedad cada día más narcisista.

Esta dimensión por lo tanto debe ser tratada, analizada y controlada en los profesionales que se dedican o van a ejercer en el futuro terapia clínica. Las características del terapeuta influyen enormemente en el proceso, el vínculo y los resultados terapéuticos, por tanto, los terapeutas deberían ser conscientes de la responsabilidad que caracteriza a esta profesión y ser consecuentes en sus actos. Esto debería ocurrir previamente al inicio del ejercicio profesional con el fin de conseguir una estabilidad emocional. Algunos problemas como la sensibilidad extrema, el perfeccionismo o autoestima inestable, están relacionados con el narcisismo e interfieren negativamente sobre la relación terapéutica. Partiendo de la base de que, en los enfoques predominantes actuales en psicología, se promueven características más afines al narcisismo, como la exaltación del poder del psicólogo, la excesiva dirección del proceso, la reducción de la conversación y el conocimiento en profundidad del paciente, deberíamos cuestionarnos en qué consiste la figura del terapeuta en el momento actual. Si los terapeutas se convierten en consejeros o simples aplicadores de técnicas, la relación humana se pierde, y con ello el sentido de la profesión.

Si no se establece una relación emocional estrecha con un paciente, no habrá sufrimiento, pero tampoco emociones. Según Cortés y García (1998), los analistas que pueden percibir la teoría de la mente de sus pacientes, son los que han renunciado a una dosis de narcisismo y permiten un enlace respetuoso con el paciente aceptando sus diferencias.

La muerte convertida en clandestina, la consideración del duelo como una enfermedad, el destierro casi definitivo del lito de la sociedad moderna, el control. Médico en el mantenimiento artificial de la vida en algunos enfermos terminales, son cuestiones con interés suficiente para que intentemos hablar sobre ellos. Moriremos solos, como humanos que somos. Pero esta soledad será todavía mayor si antes no conseguimos habar de nuestra muerte (Gràcia, 1998, p. 65).

Este artículo está basado en el Trabajo Fin de Grado “Psicopatología y clínica del narcisismo”. Corresponde a una formación de Grado en la que aún no he profundizado en el estudio psicoanalítico en general ni en la teoría de Lacan en particular.

Referencias

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Ángela Argüeso Flórez