Ana Victoria Llamas Picorel,  Análisis 36

El mundo, ¿a quién habita?

Ana Victoria Llamas[1]

La totalidad que designa el título pudiera parecer que nos invita a una conclusión, a un cierre. Sin embargo, su uso cotidiano no debe engañarnos, detrás de ella se encuentra escondida una gran verdad. ¿Y si lo formulamos como una pregunta? ¿todo el mundo está en su mundo?

La experiencia más cercana para todos es constatar a diario como de una misma situación hay tantos criterios como ojos que la observan u oídos que la escuchan. Es decir, todos observamos/escuchamos lo mismo, pero concluimos de forma diferente. O, dicho de otra forma, una cosa es lo que nuestros sentidos captan de la realidad y otra muy diferente es lo que nosotros interpretamos de la misma.

Si cada persona obtiene una conclusión distinta, significa que hay un razonamiento propio en cada uno formado por múltiples factores, todos ellos importantes, que necesariamente se adscriben al conjunto denominado sujeto.

Por ende, podemos aseverar que el sujeto construye su realidad, que no es más que la experiencia que cada uno toma como verdadera para desenvolverse, como buenamente puede, en la vida. Esa realidad nuestra constituye nuestro mundo. Por eso surgen las discrepancias, las discusiones, porque chocan esos mundos, percibidos tan distintos y defendidos por cada uno como verdad absoluta e incuestionable. Y es que no se concibe otra realidad distinta a la propia. Cada uno proyecta la suya al mundo exterior y solo concibe esa realidad y, desde ese lugar creado por él, el sujeto participa del mundo de los otros, modificándolo e interpretándolo constantemente para seguir manteniendo la existencia de su mundo.

La cuestión aquí surgida, más que buscar una respuesta, abre una serie de nuevas preguntas. Si todo el mundo está en su mundo, ¿quién habita el mundo? Si todos tenemos una realidad propia… ¿qué es la realidad?

Algo ya sobradamente constatado por el psicoanálisis es la importancia del deseo, entendido como brújula que orienta y moviliza al sujeto. Bajo la condición de que el deseo se mantiene en la falta, lo articula. No hay lugar del ser humano que no esté impregnado por el deseo. Todos somos sujeto del deseo, y éste ávido concepto es el que permite esclarecer la dialéctica sujeto-mundo.

El deseo es el su mundo del sujeto. Constituye la realidad individual y también la colectiva.

El mundo es habitado por los deseos de los otros, y algunas veces, también, por los de uno mismo.


[1] Ana Victoria Llamas es Graduada en Psicología (Univ. de Salamanca), Máster en Psicoanálisis Clínico (Univ. de Salamanca), Máster en Bioética (UCV), Postgrado en Criminalística e Investigación Criminal (USAL). Máster en Psicología Sanitaria. Psicóloga on-line.