Análisis 36,  Lourdes Chacón Bueno

Amélie Nothomb: del rechazo a la escritura

Lourdes Chacón Bueno[1]

Nació de nalgas. Los padres esperaban a un niño: Jean-Baptiste. No tuvo nombre propio pero sí nombre común: el tubo o la planta. No hablaba ni se movía. Todo era nada. Con el tiempo decidió ser Dios, el dios de los cristianos, nos dirá Nothomb en Estupor y Temblores, luego le pareció demasiado ambicioso, así que quiso convertirse en Cristo [2] pero como su crucifixión en la cruz no llegaba, a los 7 años decidió convertirse en mártir.

“El 5 de enero de enero de 1981, día de Santa Amélie (virgen y mártir)[3], dejaría de comer”[4]. Tenía 13 años. Nothomb nos dirá que “fue un acto de amor”. Nunca se nombra en sus libros. El nombre de Amélie aparece por primera vez en esta referencia al santoral en Biografía del Hambre. En sus libros autobiográficos, y en el resto, no volverá a nombrarse.

Fabienne-Claire Nothomb nació en Bélgica del 9 de julio de 1966. Se la conoce bajo el pseudónimo de Amélie Nothomb, nacida en Kobe (Japón) el 13 de agosto de 1967. Vivió en más de siete países diferentes, dificultad añadida a su desarraigo existencial.

Nothomb dirá que en sus obras autobiográficas no miente, pero tampoco cuenta todo. Hay algo que desde el inicio nos va a faltar en relación a su historia personal. Entretejer su subjetividad se me apareció como un tapiz con fallos, nudos y defectos. Desde mi lectura, su estructura quedó mal armada. Hay lapsus no resueltos que darán lugar a colapsos en su subjetividad. Fallas en su ex-sistencialidad que en cualquier momento se podían desarmar y desencadenar una crisis.

Pensar en el binomio Cosenza/Nothomb es una manera de ejemplificar las formas de rechazo en la anorexia. Nothomb dejó de comer como solución (sinthome) ante la angustia que se le desencadenó cuando vivía en Birmania. Hubo otros momentos de crisis, pero los resolvió por diferentes vías, como el pasaje al acto. Iba salvando obstáculos.

 De los 13 a los 16 años su vida corrió peligro. Llegó a pesar 35 Kilos. Casi se muere pero no de hambre, si no de amor. Demandó amor desde que nació, pero no percibió, como dirá Lacan, ningún signo de amor materno. La sostuvieron “pequeños amores” que perdió y del vacío que dejaron, surgirán agujeros de angustia.

Intentaré hacer un recorrido de su vida que nos permita entender la subjetividad de Amélie Nothomb, la llamaré así. Es su nombre, el que la permite ser. El otro, se lo pusieron sus padres. La anorexia no se desencadenó sin más. Sus goces se desbordaron. No lo tuvo fácil. “Vivir dentro de mi es terrible” dirá Nothomb.

…  Los inicios

Dos años y medio sin tener un yo, es demasiado tiempo para un niño. Fue “El Tubo” para ella, “la Planta” para los padres. Entrada y salida, sin retención. No fue acogida por unos brazos amorosos y unas tiernas palabras que la sujetaran. Vivió un goce inicial traumático cercano al autismo. Del lado paterno, la daban de comer y beber pero si no lo hacían, como ocurrió en una ocasión, tampoco obtuvieron respuesta alguna, porque Dios “nada deseaba, nada esperaba, nada percibía, nada rechazaba y por nada se interesaba”[5]

La madre intentó darle el pecho pero Amélie ni se inmutó. “La madre metió el pezón en la boca. Dios apenas chupó. Entonces la madre decidió no darle el pecho”[6] La madre confundió la necesidad con la demanda, los cuidados con el don de amor, nos dirá Lacan.No había lugar para el deseo de la hija, no decía no, era una niña sin deseo, “hacia Uno con el Otro”[7].

Con un año y medio decidieron trasladarla de habitación, como el que cambia una lámpara de sitio, a ver si le provocaban alguna reacción. Estando en la cuna, la levantaba la madre cogida por las axilas, ayudada por el padre, pero se dejaba caer. Era solo soma. Pedazo de carne que no piensa ni imagina ni se mueve. “Renunciaron a convertirlo en un ser humano”[8] No había una mirada de amor que la reconociese. El cuerpo desinvestido. Cuando no comió, fue un rasgo de provocación de su cuerpo, que no fue leído por los padres. No les connmovió. Era un cuerpo tomado por la pulsión de muerte.

A los dos años y medio, como si de un volcán se tratara, explosionó. Empezó a gritar y a moverse. No lloraba, solo gritaba. Cuando intentaban cogerla, movía brazos y piernas en señal de rechazo. Tampoco dormía. La dejaban sola. Se desbordó hacia el otro extremo, un exceso de pulsión de vida, un cuerpo con demasiada carga pulsional. Los padres ya no podían más ante tal irrupción de vida, llegando a decir “ya no la queremos” ¿Cómo querían a su hija?  ¿Qué querían de ella? ¿Qué recibió Amélie con este amor que le habían dado sus padres? Le daban cuidados y comida pero eso no es amor. Amar es dar lo que no se tiene, es transmitir la falta, la falta en ser, nos dirá Lacan.

La presencia materna se jugaba entre una madre que se quedaba y la que se iba, la que la sujetaba fisicamente pero no con la suficiente ternura. La relación madre-hija se movía entre el amor y el odio, marcada por el estrago materno. No había forclusión del Nombre del Padre pero tampoco un padre que sostuviese una Ley que ordenase, que frenase a esta madre transmisora de Tánatos, de demasiado goce sobre esta hija. A Patrick Nothomb le define su hija como un “bulímico empedernido”. Desde su pasividad, se dejaba dirigir por su mujer y aceptaba sin más los deseos de ésta, lo mismo le ocurrió con su propia madre.

En dos ocasiones, Nothomb, antes del desencadenamiento de la anorexia, protagonizó dos pasajes al acto como límite a este goce materno. Con dos años y medio, al ser trasladada a una habitación abuhardillada, la cuna la colocaron cerca de una ventana. Una noche se quedó colgada con medio cuerpo hacia afuera y sujetada por los pies en el marco de la ventana (pulsión de muerte). A la mañana siguiente, descubierta por la madre la rescató y la propinó una azotaina. Sin embargo, dado este hecho consiguió dormir con su hermana Juliette, que era uno de sus mayores deseos (pulsión de vida).

En otra ocasión, con tres años, Amélie quería para su cumpleaños un elefante de peluche pero los padres le regalaron tres carpas para su estanque que debía de alimentar, hecho que le resultaba muy desagradable. Experimentó el asco al ver engullir la comida a las carpas. Después la llamaban para ir a comer y no podía. Empezó a adelgazar. Nadie se pronunció acerca de este cambio. ¿Alguien se dio cuenta?

 Al no poder más con la situación, se tiró al estanque de las carpas (pulsión de muerte) y se golpeó la cabeza.Actuó su soledad desde un fondo de tristeza. La madre la rescató y la llevó al hospital. Pensó que había perdido el equilibrio dando de comer a las carpas. Consiguió no volver a darlas de comer (pulsión de vida).

 La abuela paterna, que tampoco mostró mucho interés por Amélie cuando nació, sí lo hizo con sus hermanos -Juliette y André-, acudió ante este estallido de vida. Amélie estaba angustiada ante la presencia del extraño. La desconocida la ofreció un chocolate belga. “Es para comer” la dijo. Se derritió en su boca, provocándole un inmenso placer. ¿Qué signo de amor percibió la niña para dejar de ser un tubo/planta y empezar a tener un yo?

Ya no era un tubo. Era en primera persona. El chocolate convertido en objeto a, objeto de satisfacción oral, “se había introducido dentro de mi” [9] Introyectó el gesto de la abuela, sus palabras, el tono, la ternura al acercarse, la intencionalidad… A partir de ese momento, habría un antes y un después, recordaría todo lo relacionado con el placer: “el verde del lago en el que aprendí a nadar, el olor del jardín, el sabor del aguardiente probado a escondidas… Pasaron de tener un vegetal a una bestia rabiosa y, por fin, tener algo más o menos normal. Empezaron a llamarme por un nombre”[10] Se humanizó.

Los primeros cuatros años vivieron en un pueblo japonés, Shukugawa. Con dos años y medio, a Amélie la cuidaba su dulce y joven aya, Nishio-San. “Era la bondad personificada y me mimaba a todas horas”[11].

Fabienne-Claire Nothomb es belga pero Amélie Nothomb es japonesa. La eligió Nishio-San. La escritora recuerda que si la llamaba, abandonaba lo que estuviera haciendo e iba a cogerla en brazos, a cantarla canciones… Nothomb dirá que sus padres la trataban como a los demás y “mi aya me divinizaba…. Sería japonesa”[12].

En una ocasión, Amélie temió perder a su aya por un malentendido con otra persona de la servidumbre. No quería que se fuera y habló con su padre. Todo se aclaró y no ocurrió tan fatal desenlace hasta pasado el tiempo. Su madre ante tal situación, le dijo a su hija “con suavidad”, que su padre no estaría siempre destinado en Japón, que era algo transitorio y que en unos años se tendrían que ir de allí. Estas mudanzas serían una repetición en su vida.

La invadió una terrible decepción que vivió con un profundo sentimiento de abandono, que se repetirá a lo largo de su vida, “lo que amas, lo perderás… Lo que te ha sido dado, te será arrebatado…Así es como formulaba (la madre) el desastre que iba a convertirse en el leitmotiv de mi infancia, de mi adolescencia y de las peripecias subsiguientes”[13] Este será el fantasma de Amélie Nothomb: ser abandonada por el Otro.

A los 5 años, destinaron al padre a China, tuvo que separarse de Nishio-San. Lo vivió como si la arrancasen algo de su interior. La perdió. Se quedó sin nada. Se instaló un duelo patológico que marcaría su vida. ¿Qué perdió Amélie con esta pérdida? Perdió el amor, la contención emocional, la mirada, la voz, las dulces palabras… de Nishio-San. Perdió a su madre japonesa. Amélie era porque fue elegida por Nishio-San, la humanizó, como lo hizo la abuela. Su aya japonesa la devolvió una imagen de completud, de reconocimiento, la imagen donde ella se reflejaba. La imagen que le devolvía la madre era de fragmentación, de ambivalencia, de rechazo, de no la queremos, de reírse cuando un profesor les llamó para decirles que su hija estaba sufriendo…

La relación con el otro marcará la subjetividad de Nothomb. Será todo o nada, amor u odio, se entregará totalmente o se portará como una malvada. Serán relaciones alienantes, de pegoteo, de pérdida radical, de vacío existencial.

“Abandonar a Nishio-San, ser arrancada de ese universo de perfección, partir hacia lo desconocido: era para vomitar…No había límites para mi espanto interior…Ya no había Nishio-San”[14] y dejó de existir. Vómito de angustia. Se sintió rota por dentro. Llegó a China y le olía a “vómito de niño”. Su angustia la acompañó. La falta se instaló por la vía de la privación, falta en lo real. La nada se alojó en su corazón. 

… Sobre la sexualidad y el cuerpo

            Se presenta siempre vestida de negro, de luto por aquello que perdió. Su cuerpo se difumina tras unos ropajes que hacen imposible percibir el cuerpo femenino de Amélie. Con sombrero, también negro, que se quita en contadas ocasiones para alguna entrevista o para ser fotografiada en la portada de alguno de sus libros. A veces, se pinta los labios de rojo intenso que destacan frente a tanta oscuridad.

            Nothomb podría estar interpretando un personaje de ficción, el de su pseudónimo, pero sus libros autobiográficos nos confirman que no es así. Esta imagen que nos presenta tiene que ver con su subjetividad, con su feminidad, con un cuerpo delgado, sin curvas, que esconde. Son las reminiscencias de haber sufrido anorexia.

            Los personajes femeninos que aparecen en sus libros son mujeres hermosas, delgadas- sobre todo, su madre y luego su hermana Juliette, tres años mayor que Amélie, también estaban, Fubuki-Mori, compañera de trabajo, Kashima-San, otra aya japonesa que tuvo-, dulces, amables y alegres -como Inge, cuidadora en New York, Rika, hermana de su novio Rinri,…-.    Nishio-San, su aya japonesa, no era guapa pero sí dulce y amable, la quería. 

            La imagen es importante para Nothomb, sobre todo la imagen de la mujer, que describe con detalle aunque luego se conviertan a pesar de su belleza, en seres horribles y destructivos. El cuerpo femenino siempre es delgado. No hay mujeres gordas en sus relatos, hombres sí. Los hombres pueden ser gordos y bruscos, la mayoría de ellos, o delgados, pudiendo ser feos o guapos. Amélie se enamora con 22 años de Rinri que describe como delgado, guapo y sobrio.

            De los 7 a los 12 años, Amélie consideraba que las niñas eran perfectas, sin castración “…Nada sobresalía de su cuerpo, ni apéndice grotesco, ni protuberancias irrisorias… Hay que haber sido niña para saber hasta qué punto puede resultar exquisito tener un cuerpo. ¿Qué debería ser el cuerpo? Un objeto de puro placer y de puro regocijo. A partir del momento en el que el cuerpo presenta algo molesto, a partir del momento en el que el cuerpo se entorpece a sí mismo se fastidió la cosa[15].

            A los chicos, les llamaba ridículos, no servían para nada. Nacer con “aquella cosa grotesca” entre las piernas, les hacía ridículos y les ridiculizaba. Ante la diferencia sexual, la envidia del pene, la llevaba a anhelar lo que no tenía (Penis-neid). Aceptar la castración, significaba que el poder y el deseo de su madre no eran absolutos y que su madre necesitaba del padre/hombre para su completud y goce, al igual que a la inversa.

            Los años que estuvo en China, entre los niños (varones), fue apodada con el nombre de “explorador” (en masculino). Nothomb tenía un “caballo”, que en realidad era una bicicleta, con el que “galopaba” y recorría las calles a gran velocidad. Este símbolo fálico le permitió “ser un niño” ente los niños y tener imaginariamente aquello que ellos tenían y que ella, aparentemente, despreciaba.

            Quiso a una joven italiana de 6 años, llamada Elena, como un varoncito pero sus flechas cayeron en el vacío. Recibió el rechazo con enorme sufrimiento, que la convocarían a otros rechazos. Elena quería a Fabrice, al que escuchaba y miraba embelesada. Elena no quería ver su propia castración y Amélie no entendía el por qué.

            Una de las principales consecuencias psíquicas para Amélie del Complejo de Castración hubiese supuesto la pérdida del Ideal femenino primario, pérdida de la madre fálica. La omnipotencia materna se hubiera visto afectada por la angustia de castración. El deseo de la madre, no sería ley. Hubiera entrado en el Complejo de Edipo a través del Complejo de Castración. Este acontecimiento se produce aproximadamente de los 3 a los 6/7 años. Sin embargo, Nothomb nos habla de ello en el periodo de los 7 a los 12 años, momento de salida del Edipo, entrada en la etapa de latencia que finaliza con la prepubertad. Podemos pensar entonces, que durante la latencia y la prepubertad, Amélie no había hecho aún un cambio en la elección de objeto y por tanto, no se produjo la separación e identificación con la madre, poniendo la mirada allí donde la madre se supone que la tenía que tener, en el padre.

            Amélie dirá que hubiera necesitado otra mirada del padre porque su relación era “solo cerebral”. Ante el estrago materno, a Nothomb le urgía un padre que hubiese sido ese palo que impidiese cerrar la boca del cocodrilo y frenase el goce materno. Dör señala que “la metáfora paterna constituye un momento profundamente estructurante en la evolución psíquica del niño. Además de introducir al niño en la dimensión simbólica al desprenderlo de la atadura imaginaria con la madre, le confiere la categoría de sujeto deseante”[16]

            Para Nothomb, el mundo podía haberse detenido a los 7 años. Decía haber vivido y sabía todo lo que tenía que saber, ¿era eso realmente cierto? ¿O lo que realmente se ponía en juego era su renuncia a la completitud infantil y a no querer saber de su castración? Me inclino por la segunda opción.

            Este hecho es de suma importancia porque en su adolescencia, Amélie intentará mantener la relación especular con el Yo Ideal materno, intentando anular las diferencias y situándose en una encrucijada de separaciones que le resultarán difíciles de tramitar. Se mantendrá en el orden imaginario, dificultándose el paso al orden simbólico. La imagen que le devolvía el Otro era la imagen de la perfección y de la completitud.

            Sin embargo, esta imagen en el espejo se distorsionó cuando en la adolescencia, su cuerpo se transformó como resultado de los cambios biofisiológicos y hormonales. Con 13 años creció 12 centímetros, aparecieron las curvas en su cuerpo y su pecho se desarrolló. Se describe fea e inmensa en ese momento. Hubo un cambio real en su cuerpo femenino que confirmaba el abandono de su cuerpo infantil dando paso a un cuerpo de mujer, que comenzó a rechazar.Cosenza nos hablará de Rechazo de la imagen del cuerpo femenino como defensa.

            La adolescente anoréxica rechaza este cuerpo de mujer que le convoca a la pregunta ¿qué es ser una mujer? Ser una mujer, al lado de otras mujeres y frente a un hombre, que apelará a su sexualidad genital. La adolescente poseerá un cuerpo del que se tiene que hacer cargo, ya no es un cuerpo infantil que recibe cuidados maternos. Se trata de un cuerpo sexuado.

            A partir de los 11 años, se produjeron varios hechos que favorecieron el desencadenamiento de la anorexia en Amelié Nothomb. Fue un momento vital complicado, al padre le trasladan de New York a Bangladesh. La llegada al país fue traumática. La gente se moría de hambre porque no tenían para comer. Amélie y su hermana empiezan a no salir de casa, el entorno se les hace insoportable. Solo leían. Devoraban libros y más libros, única tabla de salvación.Bulimia literaria que complementaba a la anorexia.

            El padre establece contacto con una persona belga que dirige una leprosería en Laos. El diplomático se ocupaba de que la gente no se muriese de hambre, favoreciendo ayudas al desarrollo. Ambas hermanas visitan la leprosería, empujadas por los padres. La imagen de los leprosos se les hace inaguantable a las hermanas. La mirada paterna es captada por el entorno.

            Con 11 años, en Bangladesh, inició un proceso de identificación, más bien de fusión, con su hermana Juliette, favorecido por la llegada a un nuevo país. Representaba para Amélie un amor incondicional, no le pedía nada a cambio. Nothomb podía haber encontrado en su hermana aquella persona que la ayudase a dar respuesta a su feminidad, pero no fue así. Ambas sufrieron al mismo tiempo de anorexia. Las dos sufrieron del estrago materno. El papel de la madre fue el deseo de la madre y no la apertura del deseo de las hijas, colocándolas en el lugar de goce.

            Hay un hecho que marcará en Amélie la entrada en la sexualidad de una forma abrupta que la precipitó de forma violenta a la anorexia. Con 12 años, se estaba bañando en la playa de Cox´s Bazar, Bangladesh. Fue violada por cuatro jóvenes indios de 20 años “las manos del mar, separaron mis piernas y entraron dentro de mí. El dolor fue tan intenso…”[17]. A partir de ese momento, dirá que perdió parte de su cerebro, “volvería a ser un tubo”. Pensaba que después de esta situación, nada volvería a ser igual, pero meses después se enamoró de un joven inglés. Su cuerpo sexuado respondió ante el cuerpo del otro diferente. No lo esperaba. No pudo controlarlo.

            Empiezan a surgir voces que la hablaban, que se añadían a las que ya había, ecos imperativos del Superyó arcaico de los padres, señala Cosenza, que la castigaban, que la hacían rechazarse, que se reían de ella. Nunca se ha podido deshacer de ellas.

            A partir de este momento, la caída fue estrepitosa. Nada volvería a ser lo mismo. Un cuerpo violado, un cuerpo enamorado, un cuerpo metamorfoseado… Matar el hambre para matar el cuerpo… 

 … El hambre, la comida, la anorexia

            “Enfermedad era dificultad de decir” [18]

            Hacer dieta, no es dejar de comer. Morirse de hambre, no es dejar de comer. Nothomb tenía hambre. El hambre es deseo, es falta en ser. El hambriento es el que busca. En China, echaba de menos a Nishio-San, quizás fue eso lo que le despertó el apetito. Tenía hambre de los demás, de ocio, de su madre belga, de Juliette, hambre de su padre, de sus ojos posados en ella; hambre de amor, de abrazos con fuerza, de mimos, de palabras… Con 13 años, el 5 de enero de 1981, día de Santa Amélie, dejó de comer. La anorexia fue una solución (sinthome) por el lado de lo real y de lo imaginario. Las voces se callaron, las curvas las perdió, sin deseo sexual, se aisló, dejó de sentir… Había dejado de odiarse.

            Encuadrar la subjetividad de Amélie Nothomb en una estructura clínica me lleva a considerar determinadas coordenadas (existencia del Nombre del Padre, del fantasma, capacidad simbólica y síntomas) que me ayuden a situarla en el continuo estructural de la neurosis-psicosis.

            Considero que estructuralmente nos encontramos en el campo de la neurosis pero en el límite, en el desbordamiento. Es una neurosis grave. En su presentación se producen tensiones, distorsiones y desencadenamientos. Nothomb no es un caso clínico pero la anorexia que padeció nos permite, desde el psicoanálisis identificar, entre otros aspectos, las formas de rechazo de la anorexia descritas por Cosenza en su libro El muro de la anorexia: rechazo como condición de deseo, rechazo como demanda de amor, rechazo como defensa y rechazo como goce.

             Cosenza señala que, en la anorexia, el rechazo no surge como algo negativo si no como una manera de situarse frente al Otro. Al situar a Nothomb en la clínica de la neurosis límite, el rechazo funcionará como significante de deseo, deseo de otra cosa. Si tenemos en cuenta, que el objeto causa en la anorexia es el objeto nada desempeñará la función de significante del deseo, en tanto deseo de otra cosa, y al mismo tiempo funcionará como objeto causa de deseo que da lugar a un goce estructurado entorno a la insatisfacción y a la privación (goce Otro).

            Planteo como hipótesis que la pérdida del deseo alimentario fue efecto de un duelo patológico, separación de su aya japonesa, que no resolvió tempranamente y se actualizaba por acontecimientos de la vida que implicasen encuentros, separaciones y cambios.

            Cuando llegó a China, Nishio-San dejó de existir. Vivió la separación como un abandono. La herida quedó a flor de piel y sangraba de cuando en cuando. La actualización del abandono y la decepción era algo que ocurría con facilidad. La herida era taponada por adicciones como el alcohol, las drogas, las relaciones interpersonales inadecuadas, la anorexia… Angustia sin límites, desbordada que trataba de controlar y cada intento se volvía en contra de ella. Desafiaba a la muerte, abocándose a la desaparición. Se dejaba morir para conmover al Otro y encontrar un lugar en su deseo.

            Es condición en el deseo humano, la posibilidad de decir que “no” a la demanda del Otro, si esto no se produce, el sujeto no tiene espacio para su propio deseo. En caso, de que el sujeto acepte la demanda del Otro, no significa que no haya una diferenciación entre sí mismo y el Otro aunque sea mínima.

            La anorexia fue la posibilidad que tuvo Amélie de decir que no al deseo del Otro (el Rechazo como deseo). Si hubiera podido decir que no al deseo materno atravesado por la castración, éste habría escuchado la demanda de la hija, demanda que confundió con necesidad porque el deseo que había era el deseo del Otro. Los cuidados maternos los confundió con el don de amor.

            El rechazo fue una estrategia para diferenciarse del Otro y como medio de interpelar a los otros (Rechazo como demanda de amor). En sus orígenes, dos fueron las únicas personas de las que percibió un signo de amor: de la abuela paterna, cuando le ofreció el chocolate blanco, “es para comer” le dirá, que se convirtió en objeto de satisfacción y le produjo un gran placer; y de su aya japonesa, que la sintió como una madre que respondió a su demanda de amor “me alimentaba en abundancia con tanta cantidad de amor de calidad…” En ambos casos, su cuerpo fue atravesado por el valor simbólico de la palabra, por los significantes. Su cuerpo se humanizó.

            Con 15 años pesaba 35 kilos, ingresó en un territorio de muerte, surgió el fantasma de la desaparición y la demanda inconsciente que expresaba ¿puedes perderme? La posibilidad de la muerte se convirtió en demanda de amor que interpelaba al Otro acerca del lugar que representaba en su deseo. Era una forma de verificar, señalará Cosenza, el amor que la tenían o no los padres.

            Amélie esperaba ese signo de amor que la situase frente al deseo parental. Sin embargo, con la anorexia lo que provocó fue la angustia del Otro y afianzará más su síntoma. Los padres estaban furiosos (angustiados). La madre no dejaba de pesarla, pero Nothomb, la engañaba. Ingería hasta 3 litros de agua en un cuarto de hora, “vientre hipertrofiado”. Con tres años, sufrió de potomanía, llenaba el vacío interno con agua. Igualmente recibió el enfado de la madre, regañándola por lo que hacía.

            Amélie imperturbable, provocaba la angustia en el Otro y le reducía a la impotencia. Los padres estaban convencidos que lo de dejar de comer era una excentricidad más de las suyas. No podían leer el mensaje que les estaba dirigiendo su hija.

            Se hallaba en continua pérdida. Perdía peso, ganaba ella. ¿De qué gozaba Amélie? Gozaba de su propio síntoma. Su pérdida ya no tenía barreras, goce sin límite.Reforzaba su identidad narcisista.

            Continuando con las formas de rechazo que propone Cosenza, el rechazo en la anorexia puede surgir también como defensa ante el goce del Otro, ya no se trata solo de abrir un espacio de diferenciación si no de frenar lo que viene del Otro (Rechazo como defensa) a través del rechazo a la comida, a la imagen del cuerpo, a la sexualidad y al lazo social.

            Nothomb dejó de comer en Bangladesh, allí la gente se moría de hambre porque no tenía qué comer. En casa del diplomático nunca faltaba de nada. El exterior, su cuerpo, se le hizo insoportable. Se aisló junto a su hermana. Comía nada, disfrutaba de su vacío interior. Comer nada era ausencia, vacío, espacio, barrera. Nada como objeto de goce. Mostraba una hiperactividad física como forma de controlar su cuerpo y a los otros pero era una espejismo porque la pulsión es incontrolable; y una hiperactividad mental, engulló todas las palabras del diccionario, bulimia mental.

            Se miraba en el espejo y recibía la imagen cadavérica que la convocaba al vacío, a la muerte. Era la imagen del desprecio materno, “mueca burda de la mirada de la madre” dirá Recalcati. Nothomb no tuvo la mirada de un padre que la sostuviese y la separase del Otro materno. Siempre se sentía interpelada y cuestionada por esa mirada del Otro. El resultado fue una imagen defectuosa del cuerpo, donde existió una falta localizada en la imagen.

            No hablo solo de la imagen del cuerpo si no del cuerpo de la imagen, siguiendo a Lacan. “Cuerpo tomado como conjunto de elementos significantes”[19], cuerpo simbólico y cuerpo real sinónimo de goce. Aquel que tenemos impreso en nuestra conciencia, impregnado de nuestras experiencias sensoriales (gustos, olores, imágenes, sonidos…) y que están investidas afectivamente. Es la imagen que conservamos en la memoria inconsciente, es la primera imagen. Es decir, el cuerpo es un representante de la emoción o del conflicto que no pudo elaborarse a nivel de pensamiento.

            Amélie solo se ocupaba de su imagen externa, de su interior nada quería saber, nada querían saber. Solo aquello que pudiese ser captado por la mirada.  Buscaba una imagen idealizada de su cuerpo más allá de la delgadez. Borró de su cuerpo todo aquello que convocaba a un cuerpo de mujer. Consenza señala que el rechazo anoréxico es una defensa clara a no querer ocupar la posición femenina y lo que ello conlleva. El rechazo de la pulsión sexual aparece como goce, siendo la insatisfacción una modalidad de goce.

            La anoréxica evita la castración, Nothomb también lo hacía. Se ocupaba de su imagen mediante el dominio de su imagen ideal. Si cuidaba de su imagen, cuidaba de su no-castración.

            “Juliette delgada, yo esquelética” dirá la escritora. Su delgadez dejaba ver sus huesos. Era la imagen de la muerte, del horror de quien la ve y la victoria de quien la sostiene. De esta forma anuló sus necesidades, que en su momento fueron cubiertas sin más. Necesidades que negaba porque no podía decir que no las tenía. ¿Qué mayor omnipotencia pensar que se podía vivir sin necesitar nada, sin falta?

            El sufrimiento de su cuerpo fue igualmente anulado. No sufrió porque sustrajo de él, el dolor y el padecimiento. Lo maltrataba. Hizo con él lo que quiso. Objeto cuerpo sin dolor. Era su fetiche. Lo adoraba porque consiguió dejarle sin grasa y sin carne, pero seguía odiándole.

            A lo largo de sus escritos, aparece como tema central su relación con el Otro. No puede dejar de hablar del otro, un otro que la maltrata, que la aparta, que la desprecia… No puede hacer una rectificación subjetiva. Son relaciones alienantes, de pegoteo. Surge su fantasma: Ser abandonado por el Otro.

            En una entrevista al diario EL PAIS SEMANAL, Nothomb señala que necesitaba encontrar la distancia adecuada con respecto al otro “es el drama de mi existencia… Durante mucho tiempo dejé que los demás me invadieran, que ocuparan todo mi espacio. Un día aprendí a poner límites…”[20] ¿Fueron los otros los que le invadían?  O ¿fue el tipo de relación que establecía con el otro en base a su fantasma lo que le hacía sentir así?

            En la clínica del neurótico límite, observamos que el sujeto se separa de la madre pero a destiempo[21]. Si se separa del Otro, siente que el Otro le abandona y sufre por ello; si permanece a su lado, siente cierta completitud. No tiene nada seguro, se mueve en la inestabilidad. No hay límites claros. La anorexia como rechazo a la omnipotencia del Otro aparece más como una pseudo separación, aunque cree haber alcanzado su autonomía.

            En la soledad de la adolescencia (rechazo del lazo social), la anorexia le permitió a Amélie colocar un muro de separación con el Otro pero lo hizo de forma imaginaria. Se separó sin perder, haciendo del Otro, un Otro inexistente. Con la anorexia, Amélie Nothomb resignificó el duelo patológico no resuelto. Si no estaba no existía y por tanto, no había pérdida simbólica. Buscaba la autonomía/separación del Otro, del que no dejaba de depender. Colocaba en el mismo plano la comida y la relación con el Otro: no a la comida, no al Otro. No a la comida, no a Nishio-San.

            “La inhumanidad de mis condiciones de vida me inspiraban orgullo. Me decía que era bueno actuar contra mi, que tanta hostilidad hacia mi misma, me resultaría saludable”[22] Cosenza nos habla del Rechazo como goce en el que la anoréxica construye una forma de goce particular a partir del rechazo del goce. Existe una satisfacción en la autodestrucción. Es una manifestación de la pulsión de muerte en su cuerpo. La anoréxica se queda atrapada en el “goce de su trastorno”, goce del rechazo. El sujeto tiene una relación egosintónica con su síntoma. Ama más a su síntoma que a sí mismo. Cuanto más rechaza, más goza.

            … Del rechazo a la creación literaria

            “…largarse rima con salvarse. Si te estás muriendo, lárgate. Si estás sufriendo, muévete. No existe más ley que la del movimiento”[23].

            Sentía que se moría y no había nadie que frenase esta carrera de fondo. Nothomb relata que un día su cuerpo se reveló contra su cabeza, se levantó y fue a la cocina a comer. Comió llorando. A partir de ahí, comió todos los días. Comer, nos dirá la escritora, era lo que separaba al cuerpo de su cabeza. Este movimiento le produjo mucho sufrimiento. Volvieron a aparecer las voces superyoicas que no dejaban de insultarla. Su cuerpo fue recuperándose, pero lo odiaba. Cuatro años después la escritura se convirtió en una nueva solución, por el lado simbólico.

            Con 17 años empezó a escribir para reconstruir su cuerpo y su vida. Fue a la Universidad Libre de Bruselas a estudiar Filología Románica donde percibió que tampoco encajaba debido a su procedencia de la alta burguesía belga. Sentía que no podía establecer vínculos con los demás. Terminó sus estudios y retornó a Japón. Empezó a trabajar durante un año en una de las empresas japonesas más importantes, su estancia resultó insufrible. Conoció a Rinri, el que fue su novio y del que escapó cuando le propuso matrimonio. Abandonar antes de ser abandonada.

            La escritura como sinthome, como forma de anudar su vida. Todos los días se levanta a las 4 de la mañana y en ayunas comienza a escribir durante cuatro horas, las siguientes horas las dedica a responder las cartas de sus seguidores. A través del lenguaje, nos habla de sus emociones, sus sufrimientos y sus vivencias. Más de cien títulos en su haber, muchos de ellos con pinceladas autobiográficas pero, son seis los que se consideran autobiográficos y he utilizado para el análisis de la anorexia que sufrió (Metafísica de los tubos, Estupor y Temblores, Ni de Adán ni de Eva, Biografía del hambre, La nostalgia feliz, El sabotaje amoroso). Su éxito literario le ha permitido integrarse en el marco social.

Con 44 años regresó a Japón, para rodar un documental sobre sus primeros años de vida. Se produjo el reencuentro con Nishio-San, “lloro como me hubiera gustado llorar a los cinco años cuando me arrancaron de sus brazos. Resulta extraño experimentar algo tan intenso… ella era mi madre”[24]. Recuperó el hambre.


[1] Lourdes Chacón Bueno es Psicoterapeuta psicoanalítica en Toledo. Lourdeschacon44@gmail.com

[2] Nothomb, A.: Estupor y temblores. Barcelona.  Editorial Anagrama. 2000. Pág. 62.

[3] El paréntesis y la cursiva es mío.

[4] Nothomb. A.: Biografía del hambre. Barcelona. Editorial Anagrama. Pág. 177

[5] Nothomb, A. (2001): Metafísica de los tubos. Barcelona Editorial Anagrama. 2001. Pág. 7

[6] Ibid. Pág. 14

[7] Cosenza, D.: El muro de la anorexia. Madrid. Editorial Gredos. 2013. Pág. 151

[8] Nothomb, A. (2001): Metafísica de los tubos. Barcelona Editorial Anagrama. 2001. Pág. 17

[9] Ibid Pág. 131

[10]Ibid. Pág. 36

[11] Ibid. Pág. 42

[12]Ibid Pág.54

[13]Ibid. Pág. 113

[14] Ibid pág. 60-61

[15] Nothomb, A.:  El sabotaje amoroso. Barcelona. Editorial ANAGRAMA.  2003. Pág.91

[16] Dör, J.: Introducción a la lectura de Lacan. El inconsciente estructurado como lenguaje en psicoanálisis. Barcelona. Editorial Gedisa.2009. Pág. 105.

[17] Nothomb, A. (2006): Biografía del hambre. Barcelona. Editorial Anagrama.2006.  Pág. 162.

[18] Ibid. Pág. 27. El traductor añade “Juego de palabras entre maladie, “enfermedad” y mal à dire “dificultad de decir”.

[19] Nasio, J.D.: Cinco lecciones sobre la Teoría de Jacques Lacan. Barcelona. Editorial Gedisa.1998.  Pág, 180.

[20]  Vicente, Alex: “Amélie Nothomb”. EL PAIS SEMANAL 6/4/2016

[21] Colina, F. y Martín, L.: Manual de psicopatología. Madrid. Asociación Española de Neuropsiquiatria. 2018. Pág. 225.

[22]  Nothomb, A. : Biografía del hambre. Barcelona. Editorial Anagrama.2006 Pág. 184

[23] Nothomb, A.: Ni de Adán ni de Eva. Barcelona. Editorial Anagrama. 2009. Pág. 129.

[24] Nothomb, A.: La nostalgia feliz. Barcelona.  Editorial Anagrama. 2015. Pág. 49 y ss.