Análisis 36,  Marcos Román

El filtro burbuja

Marcos Román[1]

Introducción.

El filtro burbuja (también denominado en ocasiones burbuja de filtros o burbuja filtrante, todas ellas traducciones del original en inglés, filter bubble) es una consecuencia perversa derivada del diseño característico de algunos buscadores de internet, de algunas redes sociales digitales y de algunas páginas web; diseño consistente en que dichas aplicaciones informáticas seleccionan y priorizan el contenido que ofrecen a cada uno de sus usuarios en función de su navegación previa[2]. Esta selección y priorización se concreta en presentar al sujeto informaciones acordes con las preferencias e inclinaciones que ha expresado anteriormente, con el fin de maximizar su tiempo de uso y su adhesión a la aplicación, lo cual permite a ésta una mayor monetización de los rastros que el incauto deja. Dicho en términos cognitivistas, lo digital incurre en un continuo sesgo de confirmación. Dicho en términos analíticos, el psicocapitalismo digital está estructurado para dar al sujeto más de lo mismo, alimentando su goce de repetición. El filtro burbuja sería, por tanto, la consecuencia de dicha estructura o arquitectura onanista que deviene finalmente en el enunciado “Tú internet no es mi internet”.

Eli Pariser, acuñador del término filtro burbuja, relata las siguientes experiencias, acaecidas ambas en 2016 y reveladoras del fenómeno por entonces en ciernes: tras la celebración de las elecciones presidenciales en Estados Unidos y del referéndum sobre la permanencia del Reino Unido de la Unión Europea, la mitad de los estadounidenses y de los británicos se levantaban a la mañana siguiente sobresaltados e incrédulos con la victoria de Trump y del Brexit, respectivamente[3]. No lo habían visto venir. Atrapados durante las semanas previas en sus correspondientes burbujas, demócratas y europeístas dieron por hecho que su opinión era también la del resto. Creyeron ver al otro allá donde sólo había un reflejo propio.

Una vez delimitada la naturaleza del filtro burbuja, me propongo ahora analizar e interpretar algunas de sus consecuencias, ramificaciones y derivadas.

Primera: cámaras de eco o de espejos.

Una primera consecuencia del filtro burbuja es que el sujeto digital, usuario intensivo de internet y de redes sociales, queda arrastrado a una cámara de eco. Allí donde cree escuchar la voz del otro, el sujeto digital en realidad sólo acaba recibiendo su propio eco.

Dada la pobreza de lenguaje de lo digital[4], dada la prominencia de la imagen sobre la oralidad en las pantallas, quizás sea más evocador y preciso hablar no de cámara de eco sino de espejos. Si en un comienzo internet pareció constituirse en ventana para encontrarse con la mirada del otro, el filtro burbuja facilita la perversión narcisista al transformar la ventana de internet en espejo. Más aún, esta dinámica narcisista y coloreada de tintes maníacos, si se prolonga puede desembocar en una estructura más bien autista y de corte depresivo, tal y como trataré de ilustrar a continuación.

La cámara de espejos tiene un correlato evidente en el fenómeno selfie[5].  Analizando la semiótica del selfie y su evolución encontramos un camino potente para interpretar la psicodinámica del sujeto digital en su cámara de espejos. En un primer momento, el selfie se caracterizó por la ‘autofoto’ (Imagen 1): el sujeto se hace una foto a sí mismo constituyendo un acto narcisista pero, al publicarla, aún ofrece cruzar su mirada con la del otro o, al menos, se deja contemplar por el otro en búsqueda (¿maníaca?) de validación.

Imagen 1. ‘Selfie’ de primera generación, narcisista y con tintes maníacos.

En una evolución posterior del selfie, el sujeto en realidad ya no se retrata a sí mismo sino a su reflejo en el espejo (espejo que se constituye por tanto él mismo en sujeto); y deja de ofrecer, o pasa a ocultar, la propia mirada (Imagen 2). En contraste con la Imagen 1, que parece gritar “apruébame”; la Imagen 2 destila un “déjame en paz”.

Imagen 2. ‘Selfie’ de segunda generación, autista y con tintes depresivos.

Segunda: radicalización progresiva.

El fin último del filtro burbuja es mantener al sujeto enganchado a la aplicación informática. Para ello, no es del todo exacto decir que el algoritmo que gobierna la aplicación se ocupa de dar más de lo mismo al sujeto, sino más bien versiones cada vez más extremas de ello. Análogamente al fenómeno de tolerancia propio de las adicciones bioquímicas, en el cual el sujeto necesita dosis cada vez más fuertes de la sustancia para obtener el mismo efecto; el filtro burbuja apuntala el engagement del sujeto a base de informaciones y contenidos cada vez más extremos. La consecuencia perversa es una radicalización progresiva (y artificial) de los sujetos, que tiene su reflejo en una polarización creciente (e inducida) de nuestras sociedades.

Este fenómeno de radicalización progresiva de las informaciones puede comprobarse fácilmente con la función ‘autoplay’ (‘autoreproducción’) de YouTube[6]: si uno busca en esta aplicación, pongamos por caso, vídeos sobre “comida vegetariana” y los deja correr el suficiente tiempo con la función de ‘autoplay’ para observar la lógica subyacente del algoritmo que construye la secuencia infinita de vídeos en reproducción automática, podrá comprobar cómo la temática vegetariana es poco a poco desplazada por otras análogas, pero más extremas, como el veganismo o el respiracionismo.

Tercera: democracia imposible.

Según Habermas y su Teoría de la Acción Comunicativa, la capacidad de llegar a consensos es una de las principales premisas o condiciones de posibilidad de las democracias. Consensuar entre unos sujetos y otros implica compartir repertorios de significantes y construir significados comunes, lo cual exige espacios y poder demorarse en los tiempos. Es evidente que la sociedad digital, artificialmente polarizada en múltiples burbujas personales y artificialmente acelerada (para ocultar el vacío dejado por el declive de las instituciones tradicionales), no es el mejor contexto para arribar a consensos. En este sentido, podemos afirmar que lo digital nos conduce a un escenario ‘posdemocrático’, con déficit de acuerdos comunes y exceso de ‘posverdades’ que tienen como único referente epistemológico el darse la razón a uno mismo, el autodeterminarse a uno mismo.

Cuarta: comunicación sin comunidad.

La promesa inicial del internet original, aún no contaminado por los filtros burbuja, era conectarnos más y mejor con los otros. Una mirada crítica del internet actual no parece sostener dicha promesa.

En términos de Byung Chul-Han, con la perversión de lo digital hemos pasado de “comunidades sin comunicación” (por ejemplo, comunidades tradicionales articuladas a través de significantes rituales compartidos como ciertas festividades u otros hitos temporales estructurantes), a un exceso de “comunicación sin comunidad”. Ciertamente, lo digital no articula historias ni narrativas, sino más bien opera yuxtaponiendo –en scroll infinito- informaciones que generan ruido y zumban como un enjambre.

Si el sujeto sólo puede enunciar su diferencia absoluta en presencia y relación con el otro; irónicamente el filtro burbuja, diseñado a medida del sujeto (demasiado a medida), lo aísla y le impide constituirse. Tatuajes y cirugías estéticas no son más que pálidas compensaciones, en forma de autodeterminaciones excesivas, de esta incapacidad ser uno con el otro.

Paradójicamente, vivimos en un mundo de recomendaciones personalizadas donde todos acabamos siendo espantosamente iguales. Es el infierno de lo igual.

Quinta: sobre la libertad.

Ser libre es ‘poder’ y ‘ser capaz’ de cambiar de opinión. En cuanto al ‘poder’, parecería garantizado por nuestras sociedades abiertas y defensoras de la libertad de expresión. Sin embargo, la ‘capacidad’ de cambiar de opinión se ve amenazada por la realidad digital filtrada en la cual uno sólo se escucha a sí mismo. Ocupados en optimizar nuestra marca personal, en hacer un correcto posicionamiento de nosotros mismos, haciendo gala de la sacrosanta resiliencia para no desfallecer ni cejar en el empeño; nos entregamos a la dinámica de la autoconfirmación. Pero quien no cambia de opinión es esclavo de sí mismo.

Conclusión.

Dentro de mi incipiente y escasa formación como psicoanalista, quizás el enunciado que más me perturba es: “el otro no existe”. Quizás de forma algo naive, entiendo dicha afirmación como que “el otro (en particular) no existe” o, dicho con otras palabras, que es indiferente quién o qué haga la función de semblante del otro puesto que lo esencial es que haya una alteridad (la que sea) que permita al uno estructurarse y constituirse.

El filtro burbuja puede convertir “el otro no existe” en un enunciado literal. Y eso ya son palabras mayores. En ausencia del otro, la psicodinámica del sujeto transitará desde el narcisismo a la autoexplotación, y de ésta al delirio autolítico.

Allá donde no existe el otro sólo acaba por haber odio a uno mismo.


[1] Marcos Román es profesor titular de Universidad (UNED). Experto en Inteligencia artificial y en Altas Capacidades. Participante en el SCF de CyL. Socio de la sede de Palencia de la ELP.

[2] Frente a los otros, es posible que mi inconsciente prefiera el término filtro burbuja dado que su acrónimo (FB) coincide con el de la red social Facebook (FB); seguramente la aplicación informática que eleva esta perversión filtrante a su máximo exponente.

[3] Véase “Internet tiene la culpa de que te sorprendiese la victoria de Trump”: https://www.elmundo.es/papel/futuro/2017/05/29/592835abca474110598b45f0.html

[4] Véase la conferencia de Fabián Fajnwaks “De la necesidad de la poesía en la era de los algoritmos”: https://youtu.be/RVow29oUxKc

[5] Nótese la proximidad de los significantes en lengua inglesa ‘selfie’ (‘autofoto’) y ‘selfish’ (‘egoísta’).

[6] Véase el conocido artículo en The New York Times: “YouTube, the Great Radicalizer”: https://www.nytimes.com/2018/03/10/opinion/sunday/youtube-politics-radical.html