Análisis 37,  Lourdes Chacón Bueno

De la infancia a la adolescencia, sin caminos intermedios

Lourdes Chacón Bueno [1]

El periodo de latencia da un respiro al niño tras un tiempo de grandes descubrimientos. De los 0 a los 6 años, el cuerpo y el lenguaje toman un lugar privilegiado. Explorar abre posibilidades de conocimiento, llevando al infante al desarrollo de otros aspectos de su personalidad. Gracias al lenguaje, el niño va separándose de sus figuras de referencia. El surgimiento de las representaciones le aseguran y le dan la oportunidad de alejarse.

Si la infancia es un periodo de investimento del mundo, la latencia (de los 6 a los 11 años) se convierte en un momento privilegiado para el conocimiento y la socialización. Tienen por delante unos años que le permitirán desde un mayor sosiego y quietud: aprender, establecer relaciones sociales con otros adultos y con los niños, ser cada vez más autónomos e independientes, no necesitar tanto a papa y a mama, emancipar progresivamente su pensamiento… Esto no significa que no vaya a surgir el miedo y la angustia ante lo desconocido porque hacerse cargo de su vida no va a ser tarea fácil pero tampoco imposible. La mirada atenta de los padres le ayudará a avanzar, siempre y cuando se haya iniciado un proceso de separación de las figuras parentales y un reconocimiento por parte de estos de su subjetividad.

El duelo por la infancia marcará un antes y un después en el crecimiento del niño. Dejarán de ser niños pequeños para irse convirtiendo en sujetos con su propia individualidad. Observamos el sufrimiento que les supone a muchos de ellos decir adiós a la posición infantil pero esta despedida es necesaria para continuar con los avatares de la vida. Los cumpleaños se suceden y si como dice Lacan “tiene sus títulos en el bolsillo”, el infante podrá prepararse para la adolescencia con un bagaje que le avalará a pesar de las dificultades que le supondrá el periodo adolescente.

En estos años, el cuerpo se transforma. El cuerpo infantil da paso a un cuerpo donde emergen los primeros caracteres secundarios. Cuerpo sexuado del latente. Sensaciones corporales irreconocibles, que le agradan y que les asustan.  Momento de identificaciones, necesarias para ir construyendo su identidad. Géneros que están por hacer. Sin precipitación en la elección para que puedan descubrir y explorar aquello que mejor les haga sentir con su sexualidad, con su cuerpo. La latencia es un momento de transición y por ello, el latente tendrá la oportunidad, a lo largo de estos años, de elegir, de rechazar, de confundirse, de no saber quién es, de ambigüedades, de ahora soy una chica pero mañana me visto de chico… Es imprescindible, darles tiempo, no encasillarles en lo que dicen que quieren en un momento dado. Hay que escucharles, permitirles, cuestionarles desde el respeto, soportar la ambivalencia que tanto les angustia tanto a hijos como a padres.

Los iguales comienzan a ocupar un lugar privilegiado en la vida del latente. Comparten intereses y motivaciones. Es el momento del buen amigo/a, de confidencias y secretismos, de traiciones y reconciliaciones, de querer imponerse y sentir la soledad de no ser apoyado… Pertenecer a un grupo les empodera, les refuerza su narcisismo y les rebaja su egocentrismo. Límites y normas sociales que han de respetar para ser incluidos en el grupo. Los padres se van relegando a un segundo plano, siempre y cuando, permitan al hijo/a salir a la conquista del mundo y renunciar al ser todo para su hijo/a y a la inversa. Se propiciará así el paso del Yo Ideal al Ideal del Yo.

… y si todo transcurre más o menos de esta forma, ¡estaremos en el buen camino! Sin embargo, ¿qué nos dicen muchos de los niños que están atravesando esta etapa de latencia? Nos cuentan entre lágrimas que no quieren crecer, que no quieren hacerse mayores, que mirar hacia delante les resulta difícil, que les angustia ser sin el Otro, que aprender les supondría ser cada vez más independientes y no pueden serlo porque lo dicho por los padres, “el tienes que continuar siendo mi niño a cambio de lo que deseas…” se les ha quedado marcado a fuego… Sin embargo, es importante señalar que no es que el niño no quiera crecer es que no puede hacerlo solo.

Actualmente, nos encontramos con falsos diagnósticos de hiperactividad, de déficit de atención, de fracaso escolar, de dificultad en relacionarse… y todo ello, se confunde porque lo que tenemos entre manos son latentes que aún se encuentran en el periodo infantil. Son niños que no han cerrado la etapa anterior, que no han empezado el duelo por lo infantil. Niños en los que el proceso de separación no se ha iniciado y se hayan alienados a las figuras parentales. Nos encontramos con niños, siguiendo la reflexión de URRIBARRI, que no han sido suficientemente narcisizados en su pensamiento por sus padres, sobre todo del lado materno. Padres que sienten que si no están continuamente a su lado, no sabrán sus hijos/as cómo manejarse en la vida. Niños que no han vivido la ausencia que les permita adentrarse en el mundo simbólico. Sin ausencia no hay nada que evocar.

Los 8 años marca la separación entre la latencia temprana y la tardía, como señala BORNSTEIN. El tiempo le da al niño una nueva oportunidad para renunciar a lo infantil y entrar en la antesala de la pubertad. Esta edad es un momento de crisis y de llamadas de atención dirigidas, sobre todo, a padres y profesores. Aumentan las consultas de los padres porque sus hijos no quieren aprender; les cuesta dormir solos; se niegan a todo, excepto a aquello que tiene que ver con lo que quieren y que quieren satisfacer inmediatamente;  no tienen amigos, prefieren los juguetes tecnológicos a salir al parque o quedar en casa de algún amiguito, son demasiado solitarios; “persiguen” a los padres hasta que consiguen lo  que quieren, no admiten un “no”; ante cualquier dificultad, lloran desesperadamente; hacen la tarea pero con la presencia continua del adulto, ya sean los padres o profesores particulares; cometen un error, se enfadan y abandonan lo que estaban haciendo; perder no entra dentro de su vocabulario. Perder se ha convertido en el lujo de unos cuantos niños que se enfrentan a la frustración de que no todo se puede … y los padres desesperados, ya no saben qué hacer.

¿Y cómo fueron los años anteriores?

No fueron años fáciles. Haciendo memoria, los padres relatan que les resultó complicado decirle que “no” a su hijo/a porque era un niño/a muy bueno/a o porque podían comprárselo o dárselo o porque no querían llantos o porque a veces, la mayoría de ellas, no era necesario porque no había espacio para que surgiese la necesidad que era cubierta de antemano. Sin deseo difícilmente surge la necesidad y por tanto, la demanda. Niños completos y “atiborrados” de cosas, que no saben lo que quieren porque nunca se lo han preguntado. Sólo quieren pero ¿qué es lo que quieren los niños? Padres asustados porque no saben lo que les van a pedir y a lo mejor no se lo pueden dar. Lacan apuntaba que el amor es dar lo que no se tiene, más allá de los objetos. Es transmitir la falta. Es decirle al niño que todo no se puede, que todo no se sabe y que los adultos ni pueden ni saben todo. Es soportar la angustia de la imperfección que atravesándola tranquiliza y abre nuevas posibilidades. Ser perfectos, ser excelentes, está complicando la vida de los niños y del futuro adolescente. Los años de latencia permitirán al niño interiorizar la castración. Buscar el equilibrio entre el afuera y el adentro, entre lo deseado y lo prohibido, entre lo justo y lo injusto…

El lenguaje se amplia y enriquece. Muchos de estos latentes se convierten en auténticos oradores: “saben de casi todo”, enjuician, critican, buscan tener la razón… parece que estemos hablando de un/a adolescente pero aún no lo es. Descubren que lo que dicen es lo que el otro escucha y que lo que piensan no tiene por qué ser descubierto ni adivinado. Tiempo de secretos que los padres confunden con ocultar la verdad y de pronto sus hijos se convierten en “mentirosos”.

Pero ¿cómo es posible que los hijos pasen de ser “los que les cuentan todo” a ser “mentirosos” para los padres? Mentir es la comprobación para el/la niño/a de que el adulto no descubrirá lo que piensa. El/la niño/a se da cuenta que puede tener un mundo interior al que los padres no acceden. No contar todo, no es ser tímido ni mentiroso. Es salvaguardar la intimidad, es reconocerse a sí mismo como propietario de su vida. Si se le permite, el /la hijo/a pasará de la alienación a la separación. Sin embargo, en estos años los padres sienten que los hijos hacen lo que quieren porque no saben todo acerca de ellos. Los padres tendrán que soportar “no saberlo todo”, respetando la privacidad de los hijos. De esta forma, el/la niño/a sentirá que puede elegir: contar las cosas o no y que los padres estarán dispuestos a esperar a que acontezca y a escuchar desde el respeto.

A algunos padres les resulta complicado soportar esta espera y nos encontramos con situaciones de transgresión de la intimidad de los hijos, no favoreciendo la separación ni el derecho a la privacidad. Son familias donde se confunden los lugares que ocupan cada uno. Padres que incluyen a los hijos en temas relacionados con adultos. Hijos que “saben” acerca de temas que no les conciernen por edad. Sin límites ni normas claros. Ambivalencia en las decisiones parentales, creando desorden y confusión en el desarrollo del latente.

No renunciemos a la latencia, este puente entre la niñez y la adolescencia. Los niños han de construir su historia con ayuda del adulto y este tiempo es crucial para el desarrollo de su identidad. Si se pierde la vivencia de estos años, se prohibirá a los niños transitar por momentos imprescindibles de la vida. Se le convocará al fracaso personal porque no tendrán un sostén interior lo suficientemente fuerte para continuar en la escalada de la vida y ésta se convertirá en un proceso doloroso. Si por el contrario, se favorece la vivencia sin prisas de esta etapa, se enfrentará a dificultades, se angustiará, se entristecerá, se equivocará, vivirá pérdidas… y crecerá. El cometido estará cumplido.

BIBLIOGRAFIA

LACAN, J. (1999): Seminario 5 Las Formaciones del Inconsciente. Ed. Paidós. Barcelona

LACAN, J. (1991) Seminario 8 La Transferencia. Ed. Paidós. Barcelona

SALZBERG, B. y SIQUIER, Mª Luisa (2005): Ampliando el mundo (6-12 años) Ed Síntesis. Madrid

URRIBARRI, R. (2015): Adolescencia y clínica psicoanalítica. Ed. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires.

GARCIA, W. (autor y compilador) (2022): Infancias en psicoanálisis. Vol. 2 Territorios y (des)bordes de lo infantil. Ed. Letra Viva. Buenos Aires


[1] Psicoterapeuta Psicoanalítica en Toledo. Máster en Psicopatología y Clínica Psicoanalítica.

lourdeschacon44@gmail.com