Análisis 34,  Virginia González Diez

Amor, poesía «bittersweet»

De nuevo Eros que desata los miembros me hace estremecerme, esa pequeña bestia dulce y amarga, contra la que no hay quien se defienda[1]. He elegido este famoso fragmento de la poetisa Safo, la décima Musa en palabras de Platón, como punto de partida para referirme al amor, término innombrable que se anuda con la palabra. Los poetas han pretendido resolver este enigma de muy diversas formas, pero en su intento sólo han captado el instante del deseo, de ahí que Lacan como paradigma de esto diga que hacer el amor, tal y como lo indica el nombre, es poesía[2].

Los griegos fueron quienes inventaron a Eros y captaron el punto temporal efímero donde estalla el cambio, el ahora en el que nos enamoramos. A partir de ese instante del deseo quedamos indefensos porque ya no puede existir un para luego[3]. No hayescapatoria ni quien se defienda en ese instante. Solo nos puede consolar saber que la escritura de nuestros propios poemas de amor será responsabilidad nuestra. Pero el comienzo no lo es, no somos dueños de la condición por la que elegimos a otro y surge el amor, ya que esta elección es siempre inconsciente[4].

Para recitar nuestros propios versos, tras la enigmática elección tenemos que tener presente que el amor ciertamente, hace señas, y siempre es recíproco[5]. Esta enseñanza de Lacan se convierte en narrativa casi poética en Mesa para dos de Paul Auster: Mi madre levantó la mirada y en ese momento, según ella, vio algo extrañamente familiar en los ojos de aquel hombre. Muchos años después, cuando yo le suplicaba que me contara la historia una vez más, suspiraba y decía “Me vi a mí misma en sus ojos”.

Mi padre totalmente cautivado por la persona que tenía delante, jura hasta el día de hoy que oyó una voz dentro de él: “Esta mujer es tu destino”, e inmediatamente sintió un cosquilleo que le recorría el cuerpo de la cabeza a los pies. Sea lo que fuere lo que mis padres vieron, oyeron o sintieron aquella noche, ambos se dieron cuenta de que había sucedido algo casi milagroso.[6]

¿Qué es lo que causa la chispa del deseo en cada uno de nosotros?, ¿Qué turbulencia interna activa el deseo, anudando placer y tormento?Estemilagro del dulce deseo se torna amargo desde el instante mismo en que se inscribe a partir de una contingencia corporal[7] ya que se pone en juego el goce singular de cada uno. Es decir, aunque el encuentro con el ser amado es fruto del azar, no hay que olvidarnos de las condiciones de elección de amor y de la manera repetida que tenemos de gozar. Goce que no sólo equivale al placer, sino también al sufrimiento, a lo amargo, al aflojamiento de los miembros en un cuerpo que cosquillea pero también lloriquea en lo tocante al amor.

¿Qué desea realmente alguien que ama?En definitiva, quien se enamora busca perpetuamente la mitad de sí mismo, por eso en Aun Lacan dice que el análisis demuestra que el amor en su esencia es narcisista[8]. En palabras de Paul Auster “Me vi a mí misma en sus ojos”. Quizás por eso las percepciones de los enamorados sobre el amado parecen convincentes, ya que el amor no surge sin que se pierda parte de la esencia del yo, incluso estando en juego la cuestión de la felicidad personal. La bestia dulce y amarga, el Eros de Safo es entonces una paradoja, un ser ambivalente que desde su origen etimológico significa carencia. La naturaleza primigenia del deseo tiene como consecuencia la imposibilidad de alcanzar lo que se anhela. En el fragmento de Safo, el deseo nos lanza a un remolino dulce-amargo, agridulce, en inglés bittersweet.

Poesía amorosa que llevada al diván activa el movimiento del deseo donde siempre están presentes el amante, el amado y lo que media entre ellos. Porque para que el deseo no se marchite se debe conservar un espacio que nos permita mantener la esencia de nuestro singular yo. Tras el acierto de la flecha de Eros, lo sano en cuestiones de amor es mantener ese yo del que sólo nosotros somos responsables. Y es que nuestra permanencia en el juego del amor es efímera desde el instante en que el Eros de Eurípides empuña su arco, pudiendo ser doble el efecto del mismo, puede provocarnos una vida preciosa o un desplome en su efecto[9].

Pero afortunadamente en cuestión de amor nuestro destino no está escrito. El deseo cada vez que desaparece regresa de nuevo, por lo que tenemos que ser hábiles en crear una nueva forma de amar que nos evite caer en la repetición. Para eso debemos estar prevenidos cuando como Safo nos encontremos De nuevo frente a la bestia. La sabiduría antigua dice que Eros convierte a todo hombre en poeta[10], puesto que con la ayuda de la imaginación somos capaces de transformar en posible lo imposible. Pero para conseguir esto conviene separarnos de nuestro síntoma, del peculiar modo de goce que nos acompaña toda la vida, cuestión imposible si no se le hace un poco charlatán[11].

Anne Carson, homóloga contemporánea de la poetisa griega Safo capta muy bien esto en un fragmento de sus deslumbrantes poemas:

En el esfuerzo que uno hace por hallar su camino entre los contenidos de la memoria

(insiste Aristóteles)

es útil el principio de asociación:

«pasar rápidamente de un punto al siguiente.

Por ejemplo de leche a blanco,

de blanco a aire,

de aire a húmedo,

tras lo cual uno recuerda el otoño en el supuesto de que esté tratando de recordar

esa estación».

O suponiendo,

amable lector,

que no estés tratando de recordar el otoño sino la libertad,

un principio de libertad

que existió entre dos personas, pequeño y salvaje,

como son los principios, pero ¿cuáles son aquí las reglas?[12]

La principal regla es tomar conciencia de que somos libres de cuidar de nuestro deseo en el presente de indicativo, solo así nos daremos la oportunidad de vivir un amor auténtico. Un amor en el que deseemos la felicidad de la persona amada, asumiendo su contingencia, su carencia, sus límites y gratuidad originaria. En definitiva, una relación de verdadero amor entre seres humanos[13].

Llegados a este punto, no debemos olvidarnos de que en medio de la zozobra del corazón, los amantes contemplamos el tiempo con inquietud, un tiempo que nos controla de la misma manera que Eros. El deseo vive en el minuto fugitivo en que vivimos nosotros, en el ahora donde aún tiembla la silueta del minuto anterior, estando alerta la del minuto siguiente que la eliminará. Estamos atrapados entre dos tiempos como dice Barthes[14], pero esperar también es amar, permanecer en un breve tic-tac, en el que el ahora incluya al luego sin cesar de ser ahora es el secreto para que esta regla surta efecto. Sólo es en esta espera donde se encuentra el verdadero amor porque mantiene vivo el instante del deseo y la esencia de nuestro singular yo.  

En este tiempo de espera, apostar por resolver nuestros propios enigmas y no ceder en nuestro deseo vale la pena cuando se está enamorado de la seducción misma ¿Y quién no lo está?[15]

BIBLIOGRAFÍA

ADURIZ, F.M., (2016), Mejor no comprender, La Nutria, Madrid.

AUSTER, P., (2006), Creía que mi padre era Dios. Relatos verídicos de la vida americana. Mesa para dos, Anagrama, Barcelona.

BARTHES, R., (1982), Fragmentos de un discurso amoroso, Siglo XXI, México.

BEAUVOIR, S., (2009), Le deuxième sexe, Gallimard, Paris. Traducción castellana: (2002), El segundo sexo, Cátedra, Madrid.

DE FRANCISCO, M., (2012). Un nuevo amor, Grama, Buenos Aires.

CARSON, A., (1986), Eros. Poética del deseo. Dioptrías, Madrid, 2015.

CARSON, A., (2003), La belleza del marido: un ensayo narrativo en 29 tangos, Lumen, Barcelona, 2019.

LACAN, J., (1997), Aun, Seminario 20, Paidós, Buenos Aires, 2010.


[1] CARSON, A., (1986), Eros. Poética del deseo. Dioptrías, Madrid, 2015, p.12.

[2] LACAN, J., (1997), Aun, Seminario 20, Paidós, Buenos Aires, 2010, p. 112.

[3] CARSON, A., (1986), Eros. Poética del deseo. Dioptrías, Madrid, 2015, p.187.

[4] DE FRANCISCO, M., (2012). Un nuevo amor, Grama, Buenos Aires, p.93.

[5] LACAN, J., (1997), Aun, Seminario 20, Paidós, Buenos Aires, 2010, p. 12.

[6] AUSTER, P., (2006), Creía que mi padre era Dios. Relatos verídicos de la vida americana. Mesa para dos, Anagrama, Barcelona.

[7] LACAN, J., (1997), Aun, Seminario 20, Paidós, Buenos Aires, 2010, p. 113.

[8] LACAN, J., (1997), Aun, Seminario 20, Paidós, Buenos Aires, 2010, p. 14.

[9] CARSON, A., (1986), Eros. Poética del deseo. Dioptrías, Madrid, 2015, p.18.

[10] CARSON, A., (1986), Eros. Poética del deseo. Dioptrías, Madrid, 2015, p.210.

[11] ADURIZ, F.M., (2016), Mejor no comprender, La Nutria, Madrid, p. 75.

[12] CARSON, A., (2003), La belleza del marido: un ensayo narrativo en 29 tangos, Lumen, Barcelona, 2019.

[13] BEAUVOIR, S., ( 2009), Le deuxième sexe, Gallimard, Paris, p. 545. Traducción castellana: (2002), El segundo sexo, Cátedra, Madrid, p. 822. (Original, p. 554-555)

[14] BARTHES, R., (1982), Fragmentos de un discurso amoroso, Siglo XXI, México.

[15] CARSON, A., (1986), Eros. Poética del deseo. Dioptrías, Madrid, 2015, p.214.

Virginia González Diez