Análisis 37,  Marcos Román

Revolución cuántica y psicoanálisis

Marcos Román [1]

Por doquier se escucha que estamos inmersos en “la revolución cuántica”[2]. Ello quiere referirse a un cambio de paradigma que transita desde la “física clásica” (la mecánica de Newton) a la “física cuántica”. En realidad este cambio ya se inició hace alrededor de un siglo, con el descubrimiento y fijación de los principios teóricos de la mecánica cuántica; pero es ahora cuando la inflexión salta a un primer plano, impulsada por la llegada de tecnologías concretas que suponen una aplicación práctica de dicha teoría, entre las cuales destacan la computación y los ordenadores cuánticos.

Ahora bien, toda física implica una metafísica asociada. Así pues, este cambio de paradigma en la física conlleva también una nueva cosmovisión que afecta a muy diversas esferas; en ese sentido se habla de una psicología cuántica[3], de una curación cuántica[4], de una educación cuántica[5], etc.

Cabe entonces preguntarse si habría que desarrollar también ahora un “psicoanálisis cuántico”[6]. No lo creo. Más bien parece que el psicoanálisis fue más cuántico que newtoniano desde un principio. No es casual que Freud fuese coetáneo de los padres de la física cuántica (Imagen 1). Quizás lo pertinente sea revisar con atención los aforismos y significantes cuánticos fundamentales para advertir esa relación oculta que existió entre psicoanálisis y física cuántica ya desde sus comienzos.

Imagen 1. Foto del famoso congreso Solvay de 1927 celebrado en Bruselas, posiblemente la reunión de físicos más impresionante de la historia. En la foto se ve a los 29 participantes en el congreso, de los que 17 habían recibido o iban a recibir el Premio Nobel: Planck, Curie, Einstein, Heisenberg, Pauli, Bohr, Schrödinger, Lorentz, Fowler… En la misma década, Freud escribió, entre otros, “Más allá del principio del placer”, “El yo y el ello” o “Psicoanálisis y telepatía”.

Un primer aforismo fetiche de la mecánica cuántica, atribuido al Premio Nobel de Física Richard Feynman, dice así: “Si crees que entiendes la mecánica cuántica, es que no entiendes la mecánica cuántica”. Es decir, parece que el paradigma cuántico se funda en un no-saber que resuena con ese reverso del discurso universitario que es el psicoanálisis. Para adquirir una cosmovisión cuántica, al igual que para constituirse como psicoanalista, el sujeto debe poder ubicarse y sostenerse en el “no-saber”.

Comenzando el recorrido por los significantes cuánticos, evocamos el de incertidumbre. El principio de incertidumbre, formulado por Heisenberg en 1927, establece que no se puede determinar (=no se puede conocer) simultáneamente la posición y la velocidad de una partícula. O bien se conoce una magnitud, o bien se conoce la otra, pero nunca ambas. Cuanto mayor es la certeza en la medida de la posición, menor es la precisión de la medida de la velocidad, y viceversa. Ello implica una radical indeterminación de los fenómenos. Lo que se hace por un lado, se deshace por el otro; siempre queda un resto, un agujero, algo que no puede acabar de taponarse y determinarse. A la luz de este principio de incertidumbre o indeterminación, parecen muy endebles algunas psicologías posmodernas actuales que se erigen alrededor de la autodeterminación y (auto) optimización del sujeto (eso que algunos enuncian como “llegar a ser la mejor versión de uno mismo”). Más bien parece que dicho principio apunta hacia la libido y el deseo, significantes psicoanalíticos clave.

Otros de los principios fundamentales de la física cuántica son la dualidad onda-partícula (la luz puede comportarse alternativamente como una onda continua o como una partícula discreta) y la superposición de estados (una misma partícula puede presentar simultáneamente varios estados distintos, con una probabilidad asociada a cada uno de ellos). Ambos significantes resuenan con las tópicas del psicoanálisis, es decir, con configuraciones que implican múltiples estados, lugares o estructuras yuxtapuestas (ya sea la configuración “inconsciente-preconsciente-consciente”, “yo-ello-superyó” o “imaginario-simbólico-real”). Justamente, la mecánica cuántica se interesa por la dinámica de esos estados superpuestos, de manera análoga a cómo el psicoanálisis se orienta a la dinámica de cada una de sus tópicas.

Continuando con el tren de significantes, llegamos al colapso (de la función de onda): si bien una partícula puede presentar una superposición de estados, éstos colapsan (=se concretan) en uno solo cuando la partícula es observada. En otras palabras, la multiplicidad de estados superpuestos sólo se manifiesta en una forma concreta al ser observada: es el gato de Schrödinger que está a la vez vivo y muerto, hasta que abrimos la caja en la cual está encerrado, lo “miramos”, y provocamos que colapse en una de las dos posibilidades. Es decir, la realidad se concreta y se manifiesta en presencia y como efecto de un observador. Ello resuena de manera evidente con el dispositivo analítico y la dinámica de la transferencia ¿Acaso un analizante no colapsa ante la mirada de su analista?

Pero si hay un fenómeno cuántico que desafía nuestra visión clásica de los fenómenos, es el entrelazamiento. Dos o más partículas pueden quedar entrelazadas, de manera que una puede afectar automáticamente a la otra incluso sin que haya transmisión de información entre ambas (o sin que compartan ni el mismo espacio ni el mismo tiempo). Esto implica que hay fenómenos cuánticos no-locales, afectaciones mutuas que no necesitan de compartir un marco espaciotemporal común. Aquí, como en la dinámica del inconsciente, no opera el tiempo físico, no hay cronos. Otro efecto cuántico igualmente evocador, y que pone en jaque nuestra habitual perspectiva clásica, es el efecto túnel. Expliquémoslo con un contraejemplo: en la mecánica clásica, para que uno objeto supere una “colina”, para que consiga superar la cuesta arriba inicial, coronando la cumbre y dejarse luego deslizar por la cuesta abajo; dicho objeto debe entrar en la pendiente ascendente con, al menos, una energía cinética determinada. Sin esa velocidad mínima, el objeto no será capaz remontar la cuesta inicial y no traspasará la cumbre. Pues bien, en el mundo cuántico, hay partículas que consiguen atravesar barreras (tunneling’), incluso cuando estas barreras presentan una energía de resistencia y oposición mayor que la energía cinética de la partícula. Estos fenómenos tendrían ecos psicoanalíticos, por ejemplo, en lo relativo a ciertos atravesamientos del cuerpo por el síntoma.

Ahora bien, todos los fenómenos cuánticos descritos en los párrafos anteriores sólo se producen bajo ciertas condiciones de los sistemas, bajo ciertos estados conocidos como coherencia cuántica; una especie de “vibración unitaria” de un sistema de partículas que induce que todas ellas compartan una misma función de onda (una misma danza). No debe leerse este potente significante de “coherencia” como sinónimo de (sujeto) unidimensional, equilibrado y centrado; sino de algo así como (sujeto) convergente y sincronizado. En términos psicoanalíticos, podemos aproximarnos a la coherencia a través del juego del lenguaje. Pero no un lenguaje cualquiera, sino aquel que prescinde del “cronos” y nos coloca en el flujo narrativo del “kairós”, de la verdad del sujeto, de su máxima diferencia. La coherencia remite a la palabra que dice frente a la que habla, esa palabra que entra en la senda de la reducción significante y posibilita el corte de una sesión e incluso el acto analítico.

En última instancia, el paradigma cuántico nos invita a concebir, percibir y co-crear una realidad post-materialista. Una realidad que se explica mejor a través de campos de información y energía, o incluso de un solo campo unificado, que vincularían globalmente a todos los sujetos[7]; algo que inmediatamente nos evoca el inconsciente colectivo de Jung. En síntesis, si adoptamos una mirada cuántica del mundo, si nos acogemos a la revolución cuántica, asumimos la explicación que sitúa la “mente” y la “conciencia” más allá del “cerebro”. ¿No es lo que lleva afirmando el psicoanálisis los últimos 100 años?


[1] Marcos Román es Profesor de la UNED en Madrid. Coordinador de Comunicación, Virtualización y Tecnologías de la Facultad de Educación. Participante en el Seminario del Campo Freudiano de Castilla y León.

[2] La revolución cuántica. Un recorrido por los mecanismos ocultos de la realidad (Casas, 2022). Ediciones B. Disponible en https://www.penguinlibros.com/es/ciencia-y-tecnologia/305931-libro-la-revolucion-cuantica-9788466672634

[3] Psicología cuántica: Teoría y práctica (Pérez Agusti, 2018). Disponible en https://www.amazon.es/PSICOLOG%C3%8DA-CU%C3%81NTICA-Teor%C3%ADa-y-pr%C3%A1ctica/dp/1792766149

[4] Curación Cuántica: Las fronteras de la medicina mente-cuerpo (Chopra, 2014). Disponible en https://www.amazon.es/Curaci%C3%B3n-Cu%C3%A1ntica-Cuerpo-Mente-Deepak-Chopra/dp/8484455122/

[5] La educación cuántica: Un nuevo paradigma de conocimiento (Martos, 2017). Disponible en https://www.amazon.es/educaci%C3%B3n-cu%C3%A1ntica-nuevo-paradigma-conocimiento/dp/8469747746/

[6] Implicancias psicoanalíticas en la física cuántica: modificaciones en el estatuto de sujeto de la ciencia (Petraglia, 2010). Revista Universitaria de Psicoanálisis – Volumen X. Disponible en https://www.bivipsi.org/wp-content/uploads/2010-uba-rev-universitaria-n10-17.pdf

[7] Toward a postmaterialist psychology: Theory, research, and applications (Beauregard et al., 2018). New Ideas in Psychology, 50, 21-33. https://doi.org/10.1016/j.newideapsych.2018.02.004