Análisis 37,  Ángela González Delgado,  LA ESCUELA LACANIANA (NÚMERO 37)

La mujer y su cuerpo. Impasses en la construcción del cuerpo femenino

Ángela González [1]

Ella es, por cierto, la que está entre centro y ausencia. J. Lacan[2]

Las mujeres construyen su cuerpo de un modo singular e irreductible, que no se apoya en un modelo universal, ya que no existe un “para todas” que las represente. Por tanto, una por una, encuentran su particular solución al enigma de la feminidad, ya que una mujer no nace mujer. Volverse una mujer, tener un cuerpo, y reconocerlo como propio es una elección tomada desde una soledad particular, ya que el organismo no es el cuerpo. Originalidad de la posición femenina ante los diferentes impasses del cuerpo y sus soluciones posibles.

Para el psicoanálisis, el cuerpo es algo totalmente distinto del organismo. De este último se ocupa la biología, la fisiología, la medicina. Aunque también del organismo o del órgano supuestamente dañado se ocupa y muy bien la mujer hipocondríaca.

El cuerpo humano, en tanto que, atravesado de lenguaje, ya es nombrado por Sigmund Freud en sus primeros artículos alrededor de 1900, escritos en una Viena conmocionada por un fin de siglo cargado de tensiones, que supuso el fin de una época y el nacimiento de lo que concebimos como el mundo moderno. Los cambios sociales fueron trepidantes en una sociedad en la que se instalaron ciertos malestares no exentos de melancolía. Es en este contexto en el que Freud se encuentra con el cuerpo hablante de las mujeres, quienes afectadas por sufrimientos y dolores que no se podían ubicar en el cuerpo, sin embargo, hacían síntoma en él. La medicina no daba soluciones a esos padecimientos, quizá hoy aún tampoco. Y la razón pudiera muy bien ser debido a esta distinción de organismo y cuerpo, que nos es muy operativa a los psicoanalistas para poder entender mejor el sintagma: “El cuerpo habla”, y nuestra condición de seres parlantes.

Pues bien, Freud, decide escuchar a estas mujeres, que habitaban un cuerpo que les ofrecía dificultades para ubicar sus quejas, dolores, malestares y sufrimientos. Freud nos hace ver desde esos momentos inaugurales que había localizado, mejor que sus predecesores y sus coetáneos, una estrecha relación entre lo psíquico y lo somático, entre el alma y el cuerpo, o como lo podamos expresar. En una palabra, que el fenómeno del lenguaje, en su amplia dimensión, que incluye la fonética, la sintaxis, la diferencia entre enunciado y enunciación, etcétera, que este fenómeno es decisivo para modificar un cuerpo y no reducirlo al mero funcionamiento silencioso de los órganos que lo constituyen en primera instancia. Y si esa tesis es así, entonces en algún momento el cuerpo comienza a construirse.

Se sientan las bases de su edificio en la infancia. Y toda la vida, esa dimensión del lenguaje amplia, producirá efectos sobre el organismo, sobre nuestros órganos y dará forma y formación a eso que llamamos cuerpo humano.

El mundo del arte, al inicio del nuevo siglo, se encuentra en manos de una nueva generación de artistas, una generación que elude el concepto de belleza de periodos anteriores y emprende la búsqueda de la verdad a toda costa, y la busca en la luz, en el color, en los sentimientos, con la idea de que todo lo que se mira no es todo lo que se ve.

La misma Viena del doctor Freud es también la de Gustav Klimt, el gran pintor simbolista, cuya obra se centra en las mujeres. Klimt nos dejó como legado miles de dibujos y bocetos de cuerpos de mujer, desnudos, ensimismados, con claras referencias eróticas, en los que tras el aparente realismo naturalista se percibe un sentido más profundo, equívoco, cargado de sentimiento. Es un tiempo especialmente represivo en la articulación de los modos sociales y las relaciones de pareja en el que, sin embargo, el erotismo aflora encubierto por un arte elegante y sinuoso. Es el tiempo de Gaudí, del Art Nouveau, de Baudelaire y Verlain, de Oscar Wilde, paradigma del Dandy, que hace de su homosexualidad un espectáculo exquisito.

La mujer del movimiento simbolista, poseedora de un poderío irresistible, ocupa un lugar central en ese nuevo mundo que se obsesiona por ellas. Se presenta como un ser ambivalente, atractiva y distante, independiente y suficiente en sí misma. Es el tiempo de los amores sáficos, de Djuna Barnes y Gertrude Stein.

Entre sujetos que hablan, todo vínculo posible está mediatizado por un discurso. Alojarse en un discurso es una práctica que, mediante la palabra, afecta al cuerpo. De todos los discursos posibles, solamente el discurso del arte y el discurso psicoanalítico son discursos que no transitan en el campo del dominio, en el sentido de que no aleccionan, ni disciplinan. Su poder procede precisamente de la renuncia al poder. Lo entregan a los espectadores y a los analizantes, quienes no siempre son capaces de aguantar y sostener ese dominio, ese poder que el artista y el psicoanalista les otorgan, el poder de la mirada (que juzga) o el poder de la palabra (que hiere o cura).

Hoy, en el siglo XXI, compruebo con mi inserción en las asociaciones psicoanalíticas, en la enseñanza de Jacques Lacan, de Jacques-Alain Miller, que la mirada del psicoanálisis y su mediación en el ámbito social, producen un efecto interesante, el efecto nuevo de transformar las subjetividades.

Propongo recordar que nos encontramos en una época muy dominada por el discurso de la ciencia, por un lado, una ciencia que margina las ciencias humanas y adora las otras, por otro lado, es una época dominada por el discurso capitalista que impone una lógica de consumo, de individualismo feroz, de cuerpos de usar y tirar, de nuevos dioses oscuros, y de adoración a un éxito superficial y efímero, que segrega al diferente, y al vulnerable, en un feroz darwinismo. Nos queda afortunadamente el prestigio de lo inútil, la mirada del poeta, la escucha del psicoanalista, los sujetos que no adoran su cuerpo porque saben que no lo tienen, ya que “a cada tiempo levanta campamento”, en bella expresión de Lacan. Es por eso que ninguna mujer puede hacer con su cuerpo lo que le dé la gana, al contrario de lo que pensaba cierto ministro, o vociferan las adolescentes aún no advertidas de las enseñanzas de sus abuelas.

Un cuerpo, entonces, no es un organismo. Pudiera parecer que nacemos con un cuerpo, pero el cuerpo es algo que se construye. En este sentido es imprescindible la genial aportación de Jacques Lacan, (insigne psiquiatra y psicoanalista francés), quien, en la segunda mitad del siglo XX, introduce algunas cuestiones cruciales al discurso psicoanalítico: una de ellas es que el inconsciente está estructurado como un lenguaje, y otra, el llamado estadio del espejo como formador del yo.

Veamos la escena del espejo. En ella aparece un bebé entre los 6 y los 18 meses, sostenido por un adulto ante un espejo. Concentrémonos en este escenario.

Existen tres dimensiones presentes en esta escena, el cuerpo real del bebé, el cuerpo imaginario proyectado en el espejo, y el cuerpo simbólico, que anticipa lo que él bebe será una vez transcurrido el tiempo, cuando sea mayor, y que es representado en la escena por el adulto que le sujeta y le habla. El anudamiento de los tres registros posibilita el acceso al lenguaje como metáfora, más allá de lo literal. Mas allá de lo metonímico. Lo real, lo imaginario y lo simbólico conforman lo que nombramos como realidad y permiten al sujeto la construcción unificada de su cuerpo. En esta construcción existen accidentes, fallas, disfunciones e imposibilidades, y no todos los sujetos logran unificar las distintas dimensiones, los distintos elementos que forman ese conjunto llamado cuerpo. Esta es la esencia de la primera construcción del cuerpo, ese anudamiento de esos tres registros del cuerpo, el real (sin representación posible), el imaginario (sujeto a las fantasías e imágenes de la selva fantasmática) y el simbólico (poblado de cánones de la época, de la cultura imperante).

El cuerpo de las mujeres

Las mujeres construyen su cuerpo de un modo singular e irreductible, que no se apoya en un modelo universal, ya que no existe un “para todas” que las represente. Para los hombres la complejidad es mínima. En ese sentido es en el que Lacan afirmará que La mujer no existe, donde lo que está tachado es el articulo determinado, (la) que concreta su significado.  Dicho de otro modo, si pensamos en la feminidad hallaremos la absoluta diferencia. El psicoanalista Éric Laurent lo expresará más didáctico: La mujer no existe; existen las mujeres de una en una”.

Simone de Beauvoir nos dejó una célebre cita, en El segundo sexo: No se nace mujer: llega una a serlo. Ningún destino biológico, físico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana”. Formulada esta cita en 1947, fue tomada en los años setenta como lema del feminismo, como orientadora del devenir de las mujeres.

Lacan va un poco más allá y transforma este dicho, afirmando que no existe la posibilidad de que haya una manera global de tornarse mujer. Volverse una mujer, tener un cuerpo autónomo que levanta campamento, sin propietario, y reconocerlo como propio, como cuerpo adscrito al género femenino, es una elección tomada desde una soledad particular, en el modelo de elección de las elecciones forzadas, es decir sin el guion de una única representación exclusiva, distintiva de su goce.

El cuerpo se hace notar, habla, insiste en sus malestares, puede ser silenciado, ignorado, maltratado, puede ser perfecto, puede hacerse ver, puede casi desaparecer. Si pensamos en el cuerpo totalmente develado en la cultura occidental, o en el velo absoluto de algunos países orientales, encontramos la imposibilidad de representación de lo femenino, puesto que la mujer permanece siempre sola en relación a su goce. No hay pues un universal de ese construir un cuerpo de mujer que sirva para todas las latitudes geográficas y todas las épocas históricas. Atraviesa todas las profundidades del gusto. Sólo entendiendo a cada mujer como muy diferente al resto, como única, podemos acceder a que ella sea capaz de desvelar su propio secreto en esa construcción histórica e individual de su propio cuerpo, a fin de hacerlo adscrito a una lógica de la sexuación femenina, y en la perspectiva de los restos que esa operación lógica presenta.

Recuerdo aquí una excelente cita/resumen de Éric Laurent: “La distancia, por lo tanto, deja abierto aquello por medio de lo cual una mujer se vuelve mujer: la elección de ocupar la posición de causa en una soledad particular pues, esté ella o no acompañada por un partenaire, una mujer no puede apoyarse sobre un modelo universal. Ella permanece sola en relación con su goce”.

Veamos ahora algunos ejemplos de la psicopatología para acercarnos a ciertos impasses en la construcción del cuerpo de las mujeres.

Hace unos días, inaugurando este ciclo de conferencias, Jesús Pol nos explicó cómo no se constituye el cuerpo en la esquizofrenia. Pensar el cuerpo en la psicosis me lleva a Lol V. Stein, un personaje de novela. Marguerite Duras nos enseña la extraña locura de esta mujer, que se reconoce como tal en el cuerpo de la otra, aquellaque la despoja de su amante como si fuera desposeída de un vestido. Cuando la otra pierde su vestido en manos de su amante aparece un cuerpo. Debajo del vestido de Lol no hay nada. Lol ha perdido su cuerpo, se reconoce volviendo suyo el cuerpo de otra. El embeleso de los amantes la lleva fuera de sí misma. Es un texto excelente que les invito a leer para pensar la psicosis femenina en relación al cuerpo, se titula “El arrebato de Lol V. Stein”. Recuerdo que en una ocasión escuchamos en un Seminario del Campo Freudiano de nuestra región el testimonio de una mujer esquizofrénica que narraba cómo cada semana en su salida libre del manicomio visitaba un mercadillo con el único afán de birlar vestidos de mujer. ¿Alguien duda de que se trataba de una operación de construir el cuerpo que no tenía?

Quizá podamos también evocar el trabajo de muchas jovencitas de cualquier edad por probarse vestidos, devolver muchos, volver a comprar, volver a descambiar, en una rueda infinita que puede hacerse insostenible si no logramos hacerlas ver que pueden evitarse ese circuito simplemente poniéndose manos a la obra en la tarea del lenguaje, de rematar la obra en construcción de su cuerpo con mejor atino, con buen tino, con resituar la mirada de su propio cuerpo desde un lugar distinto. A este respecto el cuerpo mirado en el espejo de un hotel siempre es diferente, puesto que, en el decir del poeta, “los espejos de los hoteles son como animales de montaña, salvajes e intratables” (Luis García Montero, en Habitaciones separadas.)

El cuerpo de la mujer histérica mantiene una estrecha relación con la feminidad. Desde los primeros textos médicos de la antigüedad, hasta los años finales del siglo XIX se consideró que el cuerpo de estas mujeres era comandado por el útero, un órgano femenino errante, que se movía a voluntad por el organismo cuando no era satisfecho. A lo largo de la historia se comparó el útero con una especie de animal hambriento que, de no ser satisfecho convertía el cuerpo de las mujeres en un campo de batalla de dolores y malestares imposibles erradicar. Se infringieron tratamientos que rozaban lo delirante, agresiones, encierros, contenciones y mil y un remedio, ungüentos, aparatos increíbles en un intento de dar solución a lo imposible de cernir en el cuerpo de la histeria. No era menor la orientación que ofrecía el matrimonio como solución y placaje a estos malestares femeninos. Todas casadas, todas apaciguadas, parecía ser la prescripción. Es el cuerpo que busca un amo sobre el que reinar, que es hábil en sustraerse de la escena, a veces es el cuerpo del asco y de la repugnancia. O el que bascula entre el placer y el dolor, por supuesto con gran sufrimiento anímico en un caso tanto como en otro. Un cuerpo que puede hacer un rechazo radical de lo sexual o una radical también exacerbación del mismo asunto. De algún modo, la decepción comanda la nave tras cada conquista.

Algo que define El cuerpo de la mujer obsesiva es el cuerpo petrificado, mortificado, embalsamado, prieto a un sostén mortecino y decadente. Le falta la vida. Recordemos que el sujeto obsesivo, masculino o femenino, vive la vida como si ya hubiera muerto. Por eso trata de transitar sobre un cuerpo embalsamado que no destaque, que no logre la mirada de ningún otro, para impedir su secreto objetivo que no es otro que el de no despertar la cólera de su amo, sea quien sea el destinatario de ese título que el sujeto obsesivo otorga a muchos. Y además el cuerpo de la obsesiva no está nunca en la escena, lo que la iguala a la estrategia histérica, de desaparecer, de desfallecer, para no satisfacer a su partenaire, no otorgarle satisfacción tras haberse insinuado previamente, y la obsesiva para seguir con su agresividad destinada a la destrucción de su rival imaginario, ese rival que encuentra a cada paso que da.

Añadiré un cuarto ejemplo de construcción del cuerpo, por ser muy de nuestro momento histórico, y es la fascinación por la construcción de un cuerpo sano, y el precio, en términos de placer y de deseo que hay que pagar. Me refiero con ello al ideal de cuerpo sano, como un objetivo a conseguir sin límite, sin descanso.

El ideal moderno de los cuerpos sanos puede ser un atajo, en ocasiones, para construir un cuerpo sin vida. Esos cuerpos sosos, aburridos, de los que desconocen el brillo en la mirada de la joven enamorada, el de “dale a tu cuerpo alegría Macarena, dale a tu cuerpo alegría y cosa buena”. ¿A qué llamamos cosa buena? ¿Al consumo de los sanos alimentos sanos? ¿Al cuerpo que no se arriesga nunca? El cuerpo sano tomado como ideal, sin límite, puede descarrilar un cuerpo vivo, un cuerpo deseante, y someterlo a las modernas y recientes disciplinas que producen la ilusión de un cuerpo ideal sano sin confesar el precio que hay que pagar con ese sacrificio que pretende llegar a la sepultura con un cuerpo que ha aplazado sine die ese destino mortal a costa de no vivir ciertos aspectos de la vida. Aquí en espejo, se ve el reverso del cuerpo apto para la toxicidad y el veneno, pero con el veneno del ideal de cuerpo sano ingerido a diario. Es un nuevo y silencioso veneno, ese ideal insostenible, que hace sufrir no sólo al cuerpo femenino, sino a sus sucesivos partenaires. Las derivas tienen nombre: cierta anorexia, cierta vigorexia, ciertas inhibiciones y evitaciones, cierto alejamiento y brillo del tabú de contacto, el escrúpulo, las sublimaciones.

Ahora me referiré a los impasses en la construcción del cuerpo femenino a lo largo del desarrollo de la vida de la mujer. Señalaré brevemente cuatro momentos, pubertad, maternidad, climaterio, vejez.

Pubertad. Existe el parón posible en la construcción de ese cuerpo femenino, cuando al inicio de las primeras transformaciones fisiológicas la niña púber puede optar por detener los cambios que el organismo impone y acomodar su cuerpo a la imagen del cuerpo de una niña. Es la opción que aparece en la anorexia, como una de las modalidades de rechazo que siempre están en la elección anoréxica. En ocasiones el cuerpo femenino no logra distinguirse del cuerpo masculino, no opera en esa lógica de la sexuación femenina. Es el cuerpo chicazo, o es el cuerpo de la mujer-niña que puede eternizarse toda la vida. A este impasse no se responde siempre con las mejores armas. Pero a nadie se le escapa que una niña entrada en la pubertad necesita de desplegar un buen arsenal dialéctico a medida que su cuerpo, en esas tres dimensiones que hemos mencionado, se dispone a hablar, y a conferirla una extrañeza, una dificultad para atisbar el reconocimiento ante el espejo o ante sus semejantes, razón por la que puede optar por parar el crecimiento, también mediante cortes simbólicos o reales en su cuerpo en construcción.

Maternidad. Son tantas las transformaciones que van a operarse en este periodo de la vida de una mujer, desde el instante en que sabe que está embarazada, instante cuyo realce conviene hacer charlatán (organismo y cuerpo aquí se interaccionan con efectos subjetivos), hasta los tiempos de embarazo, el parto, el post-parto, los primeros meses de lactancia, y el devenir progresivo de un cuerpo ya para siempre transformado (incluido, para siempre, el centro de gravedad de esa mujer que ya es madre). En este periodo de la maternidad los impasses son de diversa índole, desde el rechazo más absoluto al nuevo cuerpo que resulta de la operación maternidad hasta el abandono de todo deseo sexual, subsumiendo el ser mujer en el ser madre, con las consecuencias corporales correlativas. Escuché un testimonio en el que una atleta laureada manifestaba lo mucho que le había costado mirarse en el espejo después del parto de su bebé).

Climaterio. La llamada popularmente menopausia, es un momento de la vida de las mujeres muy particular, en unas culturas se considera el momento de la sabiduría y de la plenitud, en otras supone el declive del deseo y de la vida erótica. El cuerpo puede abandonarse a su libre deriva, y ese abandono, esa dejadez es el espejo del otro polo que sería el de la obsesividad por el cuerpo perfecto, imaginario, de la juventud perdida. Aquí no puede sino citar a un amigo filósofo, quien, con su humor extraordinario, muy particular, me notificó solemnemente, mientras conversábamos que (abro comillas) “la belleza es patrimonio exclusivo de la juventud, y que a cierta edad, sólo nos queda recibir ciertos asertos, siempre inoportunos, como eso de -estás genial, para la edad que tienes- o -qué bien te conservas- o eso tan socorrido de -por ti no pasan los años- Detengámonos en el significante “conservas”, pues la sabiduría popular en forma de dicho, tiene para este impasse de la construcción del cuerpo algo definitivo que se nombras como que, a cierta edad “o te ajamonas o te amojamas”. Es notable añadir cómo el esfuerzo femenino, que ha supuesto u giro radical en la forma de percibir el mundo, ha acuñado la expresión “cincuentañeras” para oponerse al de “cincuentonas”, encuentra el apoyo de Freud: “La adolescencia no se termina mientras quede un sorbo de deseo de gustar”.

Vejez. El desecamiento libidinal no es exclusivo de esta edad, pero encuentra buena compañía en la ancianidad. Pero encontramos mujeres que, en la inacabada construcción del cuerpo, no viven la edad tardía sino como un momento de gran belleza interior. De una libertad particular. Llegar a la vejez es un lujo no al alcance de todas, y se precisa de un tiempo para acomodar el cuerpo y desplegar los recursos que se tienen a esa edad. Un ejemplo paradigmático lo encontramos en la mirada, la parte más externa del cuerpo. La mirada no tiene arrugas, es intratable, y puede brillar con fulgor si es conducida con el encanto femenino de no retroceder frente al deseo. De no cerrar antes de tiempo las maletas del placer. Si me lo permiten voy a expresarme en los términos futboleros que tanto gustan a mi familia: “Novanta minuti al Bernabéu sono molto longo (lunghissimi)”. He conocido a una mujer nonagenaria cuya sonrisa y su brillante mirada eran decisivas para su también nonagenaria pareja.

            Finalizaré trenzando los dos discursos que atraviesan lo que hoy deseo comunicar. El discurso del psicoanálisis destaca la dificultad que atraviesa toda la historia del arte para representar el cuerpo femenino y su ser de goce. Me referiré brevemente a tres obras de arte paradigmáticas, en mi opinión, para elucidar esta cuestión. La Afrodita Cnidea, esculpida por Praxíteles, (siglo IV a.C.) fue la primera escultura de una mujer desnuda de la que se tiene noticia. Supuso una revolución en el mundo del arte, no solo por su desnudez, pues no se muestra impúdica, sino que se cubre con recato, pareciendo sorprendida en un acto íntimo. La diosa del amor y la belleza cautivó al mundo antiguo.

Muchas han sido desde entonces las ocasiones en las que el arte se ha ocupado del cuerpo femenino, sin embargo, no será hasta mediados del siglo XVII cuando encontremos el cuerpo de una mujer atravesado por el goce, un goce más allá de las palabras, un goce otro, un goce místico. Me refiero a El éxtasis de Santa Teresa, de Bernini. El gesto de la santa evidencia algo que se inscribe en el cuerpo. Finalmente me referiré a El origen del mundo pintado en 1866, por Courbet. Sin duda una de las más célebres y escandalosas representaciones del cuerpo femenino. Aun siendo decididamente provocativa, es fácil observar que algo de la feminidad aparece de algún modo velado, que algo resta siempre del velo. Incluso en este momento en el que encontramos las primeras generaciones de mujeres en las que se acrecientan las posibilidades de elección respecto a qué es ser mujer, a como una mujer construye su cuerpo. Encontramos que algo enigmático siempre acompañará a la construcción del cuerpo femenino, algo que escapa a la comprensión del mundo masculino, algo que nos hace secretas para nosotras mismas.


[1] Psicoanalista miembro de la ELP- AMP, Directora de la Comunidad ELP de Castilla y León. Conferencia impartida en la Sección de Psicoanálisis del Ateneo de Palencia el 19 de abril de 2023.

[2]Lituraterre (Lacan, 1971-72 [2012], p. 118). En referencia al poema de Henry Michaux, Entre centro y ausencia. Seminario xx.