Análisis 35,  Chus Gómez

Desconfinamiento interior

Chus Gómez[1]

Dentro del plan de contingencia hospitalaria por la pandemia Covid 19, dos unidades de hospitalización de rehabilitación psiquiátrica del Hospital de Piñor en Ourense se trasladaron a otro espacio físico. Se trataba así de habilitar dichas plantas para ingresos Covid, según las estimaciones que se iban planteando como posibles, dada la evolución que la pandemia iba tomando.

Se partía de la base de que Ourense cuenta con una población muy envejecida- la segunda del mundo después de Japón- y todo hacía pensar que la situación podía ser realmente grave.

Llevábamos ya varias semanas de confinamiento en el hospital, y habíamos tenido que replantearnos muchas cosas. En ese momento a los pacientes les quedaba muy alejada la situación que se estaba viviendo, pese al bombardeo televisivo y por las redes sociales de lo que estaba pasando…

De poco valía informar en un hospital abierto a ciudadanos, muchos de los cuales viven allí, que tienen establecida como todo el mundo una rutina de vida, en la que la libertad de movimientos es fundamental y deseable, que no podían salir a la ciudad.

Les sonaba un poco a “prohibir por prohibir”… y también que el asunto no iba con ellos, ya que a ellos “no les  pasaba nada”.

Con todo, salvo las esperables excepciones, se estableció una reorganización básica que suponía cuestiones claves y que casi todos cumplieron: confinamiento dentro del recinto hospitalario, mascarillas, distancia interpersonal y lavado de manos.

Mientras esto sucedía, la gerencia del hospital elaboraba el plan de contingencia que nos afectaba directamente e implicaba: un traslado. Había que decidir si afectaría a las tres unidades de hospitalización, o sólo a dos. Eso suponía valorar bien por parte de los clínicos la situación psicopatológica de cada paciente y ponderar bien los riesgos y posibles beneficios de los que podrían irse al nuevo espacio y de los que deberían de quedarse en la planta de hospitalización del hospital.        

Se pensaron varias alternativas posibles, en cuanto a espacio se refiere, para mantener unas condiciones de ingreso parecidas.

Debería de ser un espacio amable, abierto, con jardín dado que los pacientes disponen de un espacio de esas características en Piñor y nunca se planteó que hubiesen de pasar de un régimen de hospitalización abierto a uno cerrado…

Tras valorar la opción de algún balneario de la zona, que cumpliría esos requisitos, finalmente se optó por la Casa de Ejercicios Espirituales, que el Obispado tiene en la ciudad, y que cumplía esas condiciones. Espacio que la Iglesia destina a lo que indica su nominación, así como para otras reuniones y encuentros.

Básicamente es una residencia para religiosos, pensada para “confinamientos” temporales por motivos espirituales.

Puesto que esa es la función, cuenta con todos los equipamientos precisos, incluido un estupendo jardín, para favorecer un aislamiento cómodo para esos días, sin relación con el mundo exterior, salvo para lo estrictamente imprescindible. 

Era un buen lugar. Un estupendo lugar, por tanto, para mudarnos. 

El significante espirituales era mejor que el de hotel que también se había barajado…me gustaba que por fin algo del alma latiera por algún lado en vez de tanto neurotransmisor…y teletrabajo.

Contábamos con experiencia en mudarnos en bloque todos juntos, eso nos daba alguna pista sobre la logística a desarrollar, todo hay que decirlo: compleja.

Nos habíamos mudado en el 2012, al haber promovido el cierre del antiguo psiquiátrico de Toén, en condiciones deplorables, para el Hospital de Piñor, antiguo antituberculoso, que siendo de la misma época (1959) estaba en buenas condiciones, y en un lugar inmejorable.

El único motivo explicable de dicha diferencia es que Toén se había dedicado a los locos y Piñor a tuberculosos.

Ahora, con este nuevo cambio temporal, pero indefinido, volvíamos a estar de mudanza; el espacio en este caso también como en la mudanza previa era inmejorable.

Explicada la situación a los pacientes ingresados en varias reuniones, decidimos mantener la planta de cuidados especiales en el hospital de Piñor: pacientes muy graves, que requieren cuidados y atención clínica constante, y una infraestructura más hospitalaria que residencial a la que nos trasladábamos. Así fue. El equipo terapéutico (psiquiatras y resto de profesionales) se dividió en dos grupos y en dos espacios distintos, con significaciones distintas que podían leerse como sigue: en un lugar se quedaban los más graves además compartiendo espacio con una planta Covid, con todo lo que ello suponía de temor y riesgo añadido, en una situación de alta incertidumbre y en otro lugar la “puesta a salvo” ante lo que se avecinaba.

Eso desencadenó cierta desestabilización imaginaria en el equipo, vivida como un cierto desamparo y abandono, que bien manejada por los clínicos a cargo, se solucionó en unos días.   

Esa nueva situación abrió el campo a la invención.

Varios profesionales se revelaron como líderes emergentes y diseñaron espacios con los pacientes de una extraordinaria dimensión terapéutica hasta esa fecha: inédita e impensable, absorbido casi todo hasta ese momento, por la rutina y el confort de lo conocido…con muy pocas posibilidades de cambio.

Simultáneamente en la casa residencial se vivía una cierta euforia colectiva sin estridencias, marcada por la alegría de las “habitaciones individuales” que todos los pacientes celebraban una y otra vez…Era un primer tiempo de reorganización importante, de cambios, en un buen clima de trabajo.     

Fue un traslado complejo logísticamente, pero se hizo con todas las garantías y con esmero por parte de las personas e instituciones que intervinieron: Gerencia hospitalaria, FOP, profesionales del hospital etc.

Había que inventar cómo organizarnos para mantener la atención clínica habitual, a la que había que añadir las nuevas medidas generales (mascarillas, lavado de manos y distancia de seguridad) para evitar el posible contagio y mantener las consultas de pacientes en toma a cargo que estaban en sus casas y a los que no podríamos atender de manera presencial durante un tiempo indeterminado según como fuera la pandemia.

Las llamadas de teléfono, y las videoconferencias, no en todos los casos, pues a algunos pacientes les resultan inquietantes, y un tanto irreales, pasaron a tener un lugar destacado, pero con limitaciones. El cuerpo tiene su importancia en un encuentro que no hace falta señalar.   

Cuarenta y seis pacientes y los respectivos profesionales tuvimos que reinventarnos en un nuevo espacio para seguir trabajando y lo hicimos codo a codo. Fue muy emocionante.

La inmensa mayoría pacientes psicóticos graves, estabilizados en mayor o menor medida, que ya habían dado muestras de civismo y tolerancia a situaciones y condiciones adversas e incómodas como el uso de las mascarillas…se mantuvieron estables y con gran capacidad de adaptación. Es más, muchos mejoraron casi espontáneamente, con la sola presencia de ese real brutal que había entrado en escena. Los locos siempre nos sorprenden.

Disfrutar de habitaciones individuales con su aseo propio, y su intimidad preservada, además de poder disfrutar de un amplio y cuidado jardín, mientras el resto del universo estaba metido en un piso…fue lo que todos destacaron como un plus, en relación al hospital de Piñor, donde las habitaciones amplias y luminosas, son sin embargo compartidas y eso casi siempre es complicado.

Se instalaron los talleres de terapia ocupacional, se rediseñaron algunos espacios clínicos, y se inventaron otros muy participativos que surgieron al decidir allí dos cosas: que no hubiera máquinas expendedoras de café, bebidas etc… y que no hubiese dinero circulando.

El goce solitario del consumo, se sustituyó por un espacio colaborativo, al que bautizaron con el nombre de “taller de café”, sin más. En el que el café, pasa a ser un elemento intermediario que fomenta el lazo social, permite la colaboración, y rompe con el goce solitario entre sujeto y máquina expendedora…Una vez instaurado surgieron dificultades para organizar a los voluntarios, pues casi todos quieren colaborar…además rompe con la apatía, abulia y la anhedonia propia de la psicosis. 

El espacio de vídeos y cortos, con coloquio y reseña voluntaria, para escribir en el blog del hospital, el cuaderno de bitácora, abierto en el mostrador del vestíbulo del centro, para que cada uno escriba lo que quiera, y la caja de cartón reciclado, de quejas, ideas y sugerencias están a rebosar …los talleres de lavado de manos funcionan y se han instalado en la rutina diaria sin esfuerzo, cosa que parecía impensable meses atrás.

El “momento pitillo” antes también un espacio de goce solitario y autista, había tomado otra dimensión al darle un contexto relacional, que hace de ese momento compartido, algo más que un goce solitario y permite cierto lazo social aunque efímero y protésico…como casi todo…en este oficio.  

El diseño del espacio condiciona lo que sucede y cómo sucede.

            En este caso, este lugar nos acercó a todos más…no sólo como resultado del confinamiento, y de que ahora los pacientes no tuviesen salidas a la ciudad, sino porque algo, que aún no puedo concluir que es/fue, se produjo en la manera de habitar el espacio y desencadenó unos efectos terapéuticos innegables para todos.

En este contexto se inscribe la siguiente experiencia clínica.

María hace muchos meses que está ingresada. Nunca me había pasado, pero salvo un tiempo inicial muy breve, me había sido imposible hablar con ella, por su rechazo total al encuentro, a la palabra, casi del mismo peso que la forclusión…de la que era víctima. Era un rechazo radical…que parecía imposible de modificar…mil veces que lo había intentado, se habían saldado con otros tantos rechazos a veces incluso de malos modos…

Éramos todos impostores … “arameos” nos llamaba… ella no tenía nada que hablar por tanto, con unos impostores que de algún modo algo querían de ella, y por eso la mantenían retenida en aquel lugar que decían era un hospital… ¿un hospital?

Pero ¿para qué estaba ella en un hospital si no le pasaba nada?

No aceptaba nada: ni una palabra, ni un café, ni un paseo, ni una salida: nada de nada …tampoco pedía nada…resignadamente se dejaba estar lo más alejada posible de cualquier contacto.

Sólo paseaba cuando su hermano venía a visitarla, por cierto con mucha frecuencia, y que no salía de su asombro: había hablado más con su hermana en este tiempo de ingreso que en toda la vida previa…pese a haber vivido siempre juntos…y los dos pasando de la cincuentena.     

Es su primer contacto con la psiquiatría … siempre en casa loca y con una familia que lo aguantó todo y más …así llevaba desde los trece años me contó su hermano: “ya nos lo dijeron las monjas del colegio al que iba, ¡esta niña es muy rara!…mi padre …bueno, ella aún le respetaba algo…desde que él se murió ya fue imposible…”

Deambulaba de noche por la ciudad y regresaba de madrugada a casa…traía de todo…su familia lo soportaba todo, sin intervenir…estoicamente, sin saber qué hacer…en cierto modo atemorizados… 

Comía sola cuando ellos acababan, de modo que ni se cruzaban en el pasillo… gritaba a veces, o se enzarzaba en soliloquios ininteligibles que parece resonaban en ocasiones a cuestiones religiosas…  

Los vecinos estaban atemorizados, por los improperios vertidos  sentada en las escaleras del edificio…por su aspecto y por sus fantasías de lo que podría hacer un día…

El azar de una patrulla de la policía local diferente, hizo que a alguien le generara algo distinto de la rutina y decidieron llevarla al hospital … y ahí comienza la historia.

Frágil como un pajarito … sin relación con nadie, sola solísima ….

desde que nos cambiamos a la casa de Ejercicios, misma actitud pero el primer día hizo una demanda:  quería escuchar Coldplay… dijo cuando mi colega le preguntó qué música quería escuchar …sentada delante de una Smart TV de última generación.  Se lo puso, y lo escuchó con gusto, se atrevió a susurrar algo tímidamente que no alcancé a escuchar pero asentí con una tenue sonrisa. Comentamos su buen gusto …Pasaron los días y observé a qué se dedicaba en el jardín: a darle de comer a los pájaros. Pensé que quizás llevarle pan desde mi casa para que se lo diera sería una buena idea…Sin prisa lo fui haciendo…Primero yo la buscaba y se lo daba: María traje pan… ¿quieres dárselo a los pájaros?…bueno decía bajito, encogiendo los hombros …Y así estuvimos muchos días sin más …Un día le dije así como sin querer: María ¿recoges el pan en mi consulta? Hoy tengo prisa … Encogió los hombros y vino a recogerlo…

Esa misma tarde bajé a los perros a la casa desde el hospital porque muchos pacientes los echaban de menos. La llamé porque estaba aislada y sola …Grité: María! María! Mira traje a los perros ¿vienes?Y vino… y la invité a un cigarrillo que aceptó y conversamos… Jugó un poco con la perra y toleró en el paseo mi brazo sobre su hombro como quien no quiere la cosa…Me fui feliz a casa creí que sería imposible….

Tiré un pequeño lazo, un rail, un puente, para ver si algo era posible y así de este modo pudiese atreverse a salir del confinamiento interior en el que lleva toda la vida…paradójicamente el confinamiento por decreto la obligó a salir al jardín, y eso me dio una pista.

Me arriesgué, seguí la pista de las miguitas de pan como Pulgarcito, y de una manera como despistada algo se conmovió.

Es una pequeña postal, una foto polaroid…un invento para no desfallecer….  


[1] Chus Gómez es Psiquiatra directora del Hospital Psiquiátrico de Orense. Psicoanalista de la ELP-AMP en Vigo. Directora de la Revista SISO de la AEN de Galicia. Este artículo fue escrito en el Hospital Psiquiátrico de Piñor (Orense) el 27 de mayo de 2020.