Análisis 38,  Letras (número 38),  Sergio García Zamora

Poemas para Análisis 38

Sergio García Zamora

Estos poemas pertenecen a su libro Informe del alucinado

(Premio Nicolás del Hierro, Ayuntamiento de Piedrabuena, 2022).


EL ALUCINADO

Madre, voy a enloquecer, pero regreso. ¿Qué te preocupa más: cuánto demoro en enloquecer o cuánto demoro en regresar de la locura? El viaje es en tren, en avión, en barco; tren y avión y barco dentro de mí, astronave y submarino dentro de mí. El viaje sucede dentro de mí mientras pedaleo mi bicicleta de cartero por el pueblo. Pasaré por las estaciones y los puertos a recoger al muchacho loco de cada pueblo. Sus madres me los encargarán como a niños. Que no les pase nada, me piden, que no vuelvan lúcidos. Y entiendo a las madres como a mi madre, porque de tanto cuidar la locura de sus hijos, no sabrían ya cuidar de la cordura de sus hijos. Los veo subir y sonreírme. Se levantan el sombrero como se levantan la tapa de los sesos. Debajo del sombrero es primavera, algunos lucen un nido con pichones; otros, mariposas y manzanas. Nunca hay dos locos iguales, aunque sean la locura. Suben mis compañeros de viaje con sus maletas. En la maleta llevan dos camisas de fuerza para cambiarse si se manchan con el café envenenado. Jugaremos a la guerra como los soldados juegan a estar locos. Todos los días vencemos en el frente, pero no se anuncia en los periódicos. Todos los días sobrevivimos a nosotros. Madre, voy a enloquecer, pero regreso. No te preocupes, madre mía, que soy el capitán de este regimiento.


MUSEO

No hay lágrimas, sino fotos. La gente posa más que los antiguos modelos de estos mármoles y lienzos. Quieren el recuerdo que no serán al lado de lo memorable. Yo disfruto como el guarda al reprenderlos, como el guarda que los obliga a guardar la cámara y su relámpago.

Ahora pasa una maestra con su rebaño de escolares, y otro profesor al final como un perro ovejero; pasa un especialista en Goya o Velázquez que sopla la flauta de sus saberes para los ojillos brillantes de estudiosas ratas; pasan los turistas temerosos de perderse como vacas que salieron de un cine y entraron al museo, se ayudan y se esperan, porque para los turistas un museo no es más que un laberinto decorado; pasan los amantes que saltan dentro de los cuadros o bajo la piel de las estatuas. Todo es tránsito y fijeza: lo mismo. Tránsito de ayer, de hoy y de mañana; fijeza de siempre. Tránsito que quiere llevarse consigo la belleza; fijeza que se detiene para poseerla. Todo es un simple respirar ante lo eterno, pero también lo eterno respira. Todo es una brizna bajo el gran incendio, un pétalo en el vendaval, una musiquilla en el abismo, una transparencia que se alza entre nosotros.

Por eso no entiendo al hombre sin llanto en el museo, no entiendo ese horror civilizado que es lo inconmovible, ese preocuparse moderno por ser menos ignorante que indolente. Yo no vengo a visitar un edificio, yo vengo a verte, retrato de muchacha, esa brizna en tu frente, ese pétalo caído en tu labio, esa música que te nimba, ese vacío de ti hacia mí y de mí hacia dentro de mí, donde soy un museo de un solitario visitante, un museo donde lloro, mientras el guarda se me acerca y pregunta: Señor, ¿se encuentra bien? Y yo respondo que sí con la cabeza como los niños que aprenden del dolor.


HOTEL

Hay un hotel multiplicado por cada hombre y cada mujer, incluso por cada mascota. Un hotel que es el mismo, aunque cambie el edificio y la gerencia, aunque sean otros los empleados, de modo que uno puede decir: «ya estuve aquí», aunque nunca haya estado. Es un misterio la estancia. O mejor: todos pasamos por el mismo hotel, el único. Todos los cuartos se abren a sus cuartos, todas las campanillas y timbres resuenan en su lobby, todas las sábanas y cortinas son nuestras sábanas y cortinas, todas las puertas y escaleras están tras estas puertas y bajo estas escaleras, un milagro, un milagro tan natural que no pide explicación, sino ser exaltado.

Hay un hotel que es ninguno. ¿A qué chico buscamos en sus mozos? ¿A qué chica en sus mucamas? En el restaurante hay un gran espejo donde cenan los muertos. El maître ha venido a saludarnos. Somos los huéspedes de un día y una noche, porque todo el tiempo es también el mismo día y la misma noche. A ti que arribas debes saber que el hotel es pródigo en fiestas y crímenes; que cruzan un mismo pasillo amantes y asesinos; que hay espías y recién casados espiados; que hay extranjeros de sí mismos; pobres que comparten habitación y ricos que pagan una suite doble para ellos y sus sombras; que lo mejor es cargar nosotros mismos el equipaje porque un día seremos el equipaje, y aun así dejar propina; que el desayuno se sirve temprano como en la casa de nuestros padres.

Hay un hotel, un solo hotel. El portero ríe, sin saber que apenas llegues van a darte mi mensaje. Nadie sabe si vas a encerrarte o bajarás a echar una partida.


EL INQUILINO

Toda la noche un balanceo. Dios en el sillón de las constelaciones, estrellas como avellanas crujen bajo el arco, se hacen polvo, qué almendra la luz de estrellas muertas, qué almendra amarga para la boca dulce de Dios y de la amada.

Toda la noche un balanceo. La Vía Láctea acuna sus planetas, se duerme cargada de hijos, cantan las lunas, oyen los muertos la música de las esferas, se arrullan los cuerpos en sus órbitas, pero el sol no parpadea ni contando planetas.

Toda la noche un balanceo. El tiempo, debe ser el tiempo, su péndulo universal, su rueda de piedra, su rueda de molino que mueve y remueve el mismo, su noria sonora y eterna.

Toda la noche un balanceo. El insomne interroga al vaivén de la memoria como a un bote que golpea ola tras ola el muelle, atado como el caballo a un poste de sombra. Es eso: el balancín de la infancia, caballito de madera, hecho de un bote roto, de un remo quebrado contra la espalda de la muerte.

Toda la noche un balanceo en el piso de arriba. Pero de pronto silencio. Quedó una quebradura en el aire, sin ritmo ni palabra. Un silencio de estrella fija que se devora a sí misma, que se suplanta a sí misma en su fijeza. Un silencio como la extinción del universo, un silencio fuera del tiempo, un silencio hecho hombre, no sobre la faz de las aguas, sino en la orilla. Un silencio que no me deja dormir, dormir, dormir. Ni a los otros los deja despertar.