Análisis 38,  Letras (número 38),  Santiago Fernández Martínez

Mi primera no-sesión

Santiago Fernández Martínez

Debería tomar la decisión de una vez. Conozco el psicoanálisis, lo he estudiado, lo recomiendo a familiares y amigos. Reconozco sus logros, sus aportaciones a la salud, no temo la subversión de mi sujeto (que podría incluso ser excitante). Me sentaría bien. Conozco la jerigonza, esas cosas de “toda interpretación fuera del diván es una agresión “, “¡menuda fallido! “, “mi interpretación de un sueño es nuevo material de análisis para mi terapeuta “, “este niño está con un edipazo tremendo “. Conozco a Freud y sería la oportunidad de entender al extraterrestre de Lacan; sé que el inconsciente no olvida nada y que los sueños lo devuelven todo, pero el Sujeto A o la “forclusión del nombre del padre” son píldoras de intelectualidad nada despreciables. Debería pensar en llamar ya. Me lo imagino: la cita, dormir inquieto la noche antes, llegar con tiempo, el diván, decirle a alguien lo que me dé la gana y que ahí se las arregle con mi miseria cotidiana.  Si no llamo ¿qué porvenir le queda a esta ilusión mía? Y luego están los pequeños placeres añadidos: guardarlo en secreto, contarlo a unos pocos, dejar que otros lo sospechen, usarlo para cerrar una conversación con contundencia, para empezar otra ante un silencio tenso, volverse interesante para las mujeres, incisivo entre los contertulios, descuidado para lo cotidiano, inquietante para tus enemigos. Qué mundo de nuevos placeres y todo detrás de una primera obsesión.  ¡He dicho obsesión!, quería decir… Pero qué veo, ¿te ablandas? ¡Vamos, un poco de aplomo y de sentido común! ¿Es que nadie te enseñó a tener un poco de amor propio? ¡Ni que estuvieras tan mal! ¿Y de verdad te vas a gastar tu dinero en cosas que no tienen remedio? ¿Es que no te enseñaron en casa lo que cuesta ganar un sueldo como para despilfarrarlo en lujos burgueses? ¡Ahorra! Que el análisis puede ser interminable e interminable es demasiada vida.  Apenas sé a quién escucho mientras pienso, quién me cose a preguntas sin respuestas desde las profundidades de mi alma, y eso que aún no debo encontrarme siquiera a las puertas del maldito lingüístico inconsciente. ¿Cuándo van a aparecer la neurosis y las perversiones, cuándo la ansiedad y la angustia?: ¡Significantes, Dios mío, ¡dame más significantes!  No creo que necesite psicoanalizarme y mucho menos una primera cita. No es para mí, no es mi mundo, no tengo tiempo, no debo revolver los lodos que tanto costó que reposasen en el fondo. No me haría bien. No le tengo miedo.  No lo estaría haciendo por mí sino por Otro, claro. No tengo que dar explicaciones. No me aguanto, no me comprendo, no me acepto, no quiero nada, no fui capaz de entender a mi padre… Debería pedir cita para una primera sesión.  Yo no estoy loco, mi cabeza funciona bien, bueno normal, y a esta edad, pues todos vamos perdiendo y no se puede querer estar ya a pleno rendimiento. Ramón es casi de mi edad, se psicoanaliza y tiene buena cara. No es envidia; la envidia no es querer la cara de Ramón (que es un tipo guapo), envidia sería no querer ver que Ramón tenga la cara que tiene y yo… que sí y que no y vuelta con mis contradicciones y Ramón que tenga la cara que quiera que no creo que tampoco se le haya puesto así de echarse en un diván.  No estoy loco, pero debería tener una etiqueta, me quedaría más tranquilo: después de realizar pruebas al corazón durante dos años el cardiólogo me dijo que no era nada, que me cuidase y no hiciese muchos esfuerzos, pero sobre todo me dijo que tenía “corazón de atleta” y entonces sí que me quedé tranquilo. Era de una categoría, no era un bicho raro: catalogado quiere decir “con remedio”.   Yo me hablo y me contesto, pero no creo que tenga un síndrome de doble personalidad. Limpio la boca de mi botella de cerveza con esmero sonoro, pero no creo que eso me convierta en un obsesivo. Cierro la puerta del baño con cerrojo, aunque vivo solo, la de casa con 3 vueltas, aunque solo baje a por el pan: ¿tendré algún tipo de fobia? ¿Es de paranoico que la vecina de arriba tienda siempre su ropa sin centrifugar el mismo día que tiendo yo? Yo creo que lo mío sería algo más sutil, un loco sin estar loco, un loco que no lo parece, un loco anónimo, pero no puedo entrar en la consulta mendigando un diagnóstico de psicótico ordinario porque si lo reconoces no te lo dan ¡ya ves! ¿Qué habría dicho Linneo si le hubiesen querido ayudar las plantas? Tienes que sentarte ante un terapeuta que por sí mismo te clasificará y después de semanas, si has elegido a un tipo leído y con talento, puede que te compare con Macbeth, con Don Juan, con El enfermo imaginario, con El jorobado de Notre Dame, pero de aquellos, ellos o ellas, hay muy pocos: seguramente quien tiene un analista así no le pasa la dirección a cualquiera. Yo podría llegar a ser El lobo estepario: ¿tendré delirios de grandeza? No lo creo, yo siempre pensé como el poeta: 

Otros querrán mausoleos

donde cuelguen los trofeos,

donde nadie ha de llorar,

y yo no los quiero, no

(que lo digo en un cantar)

porque yo

morir quiero en el viento

como la gente del mar

en el mar.

Me escondo y no engaño a nadie. Sí que querría ser grande. Grande, con ese poder fáustico del que querría conocerlo todo, el mundo todo y el yo mismo todo. Lo que pasa es que Mefistófeles está desbordado y yo me escudo en razones para no arreglarme conmigo.   Sí. Sé que debería pedir hora para mi primera sesión, lo sé, aunque al final no lo hago nunca y me marcho a ver el mar.