Análisis 38,  Enrique Gómez Crespo,  Letras (número 38)

Ese secretísimo silencio

Enrique Gómez Crespo

Este texto es parte de una charla que se impartió en el Ateneo de Palencia el 23 de mayo de 2023.

Unos breves antecedentes. Decía el gran Giovanni Papini en su absolutamente recomendable Un uomo finito (1920), que le salvó de esa soledad sin luz, la obsesión de saber y que, una vez conquistado el misterio del silabario, en las lejanas y friolentas veladas de invierno, bajo la luz del petróleo, no sentía mayor placer ni consuelo más seguro que leer aquellos libros olvidados. Nosotros sin saberlo, estábamos buscando también estos libros olvidados de Papini y una noche, cenando tras un acto del Ateneo de Palencia con el escritor burgalés Oscar Esquivias, Premio Castilla y León de las Letras, nos pusimos a hablar de libros, de autores que nos parecían muy buenos y cuando llevábamos un rato, caímos en la cuenta de que muchos de ellos eran escritores y libros muy poco conocidos. Oscar Esquivias reconoció su escasa visibilidad y entonces se nos ocurrió que eran libros hasta cierto punto silenciosos, surgió el significante “silenciosos”, y la idea de que quizás deberíamos ponernos a disposición de este silencio y de estos libros. Así surgió este ciclo “Los libros silenciosos del Ateneo”, un encuentro que parte siempre de la propuesta de un socio cualquiera que quiere, que tiene el deseo de presentarnos libros y autores no muy conocidos y muy buenos a criterio de quien presenta por supuesto. Diríamos que son libros imprescindibles y ya sabemos que hay que andarse con cierto cuidado con lo imprescindible, con lo que no puede faltar y su angustia.

Como pueden imaginarse, los hay más y menos silenciosos. Del que voy a tratar hoy, creo que es escasamente silencioso, por desconocido me refiero, aunque su autor sí lo es, amante del silencio aunque reconocido. Un autor, que ahora veremos, sospecho, no aparece en revistas del estilo literarias como “Qué leer”, o programas televisivos como “Página dos” ó “Un país para leerlo”.  En fin, algunos de sus libros, de enorme calidad todos, en vez de silenciosos parecen más bien, como decía Papini, olvidados, libros olvidados, que, si lo pensamos un poco, es otra forma de silencio, el olvido quiero decir. Sería el silencio del olvido, uno de los tantos silencios que existen, aunque como nos dijo Antonio Gamoneda este año en mayo, nunca tendremos el olvido que queremos.

Y como el ciclo va sobre libros silenciosos y en concreto yo llevo ya bastante tiempo interesado en el tema, me pareció que no era una mala decisión presentar ante ustedes hoy un libro excelente que trata precisamente sobre el silencio. Más en una época donde el silencio está proscrito, una época tan hiperconectada y ruidosa como la nuestra. El silencio parece que poco tiene que ver con el 24/7, lo hiper, la multitarea o el non stop. Más bien lo contrario, el silencio puede verse en este sentido como una pausa, un descanso si lo prefieren, un tiempo de espera, un tiempo regalado que diría Andrea Köhler.

No se pueden imaginar, o igual sí, la cantidad que palabras, de ideas y pensamientos, la cantidad de matices y distintas miradas a las que, paradójicamente, puede dar lugar el silencio, o, mejor dicho, los silencios, porque no hay uno solo, sino muchos y con muy distintas funciones, texturas, significados y usos, distintas profundidades y hasta distintos sabores. Uno de los autores que también han pensado y estudiado el silencio, Alain Corbin, habla de que los hombres del XVIII, tras el surgimiento del alma sensible en ese siglo, e inspirados por el código de lo sublime, como Longino, sabían apreciar los mil silencios del desierto y sabían escuchar los de la montaña, los del mar y los del campo. 

Un tema fascinante, este del silencio, casi en el límite de lo que puede ser pensado, de lo que puede ser accesible mediante la razón y el lenguaje cotidiano de la comunicación. Ambos, razón y lenguaje, siempre llegan un poco tarde a todo, porque el silencio, como la soledad y como todo lo que se piensa, nunca se atrapa del todo, nunca se da en el clavo con las palabras como sabía Novalis, nunca cerramos el círculo y podemos decir con seguridad, ya está, lo conseguimos, hemos concluido. Probablemente si el lenguaje fuese lógico, que no lo es, al menos del todo, no se debería hablar sin más del silencio, sino más bien de una inclinación a él o desviación. Es esta una idea que merece la pena valorar cuando abordamos estos misterios a los que se arrima mejor siempre el lenguaje poético, como aseguraba Goethe y recordaba Heidegger. Parece cierto, que para todo lo que pretendamos atrapar, por mucho que lo intentemos, habrá que atravesar, consentir siempre con una cierta imposibilidad. Lo digo también para los expertos y gurús del éxito actual que creen que con unas recetas y entrenamiento todo se puede conseguir, hasta la inmortalidad. También para el silencio o la soledad, está su imposibilidad. Atravesar su imposibilidad dice Pablo D’Ors. Y desde luego imposible también es definirlo con precisión, como el amor, no hay manera de dejar aquilatado el concepto. Porque el silencio no es simplemente la ausencia de ruidos o palabras, esto lo aseguran todos los autores que han trabajado sobre el tema; en esto parece haber cierto acuerdo. Es más, un estado del alma; el que está en silencio está a la escucha del mundo. Incluso aseguran que los primeros solitarios del desierto, no eran del todo solitarios ni alcanzaban el silencio buscado, porque en el fondo, en la más absoluta soledad y silencio, pretendían estar unidos a algo, desconocido y trascendente que les hablaba.  Ya comenzamos a vislumbrar algunos de los territorios del silencio, lo que no se conoce y a la vez, nos trasciende sin evidencia alguna, algo indefinido, intangible y hasta sagrado que se siente en el alma. Quizás debamos conformarnos con conseguir el silencio a medias, nunca del todo, ser modestos, porque el silencio absoluto, sería más bien el silencio de la muerte o el del firmamento como asegura Gionanni Pozzi en su magnífico Tacet. Un ensayo sobre el silencio. Lean este nada extenso y maravilloso libro, porque con él prendemos que el silencio es a la vez lo opuesto a la palabra y la condiciendo de esta.

Existe una pequeña y hermosa historia árabe que nos enseña hasta qué punto solo a través de la magia de las palabras, de los cuentos fantásticos y del poder de la poesía es posible ofrecer un camino, vamos a expresarlo así, ofrecer un camino a la experiencia del silencio y a su imposibilidad, a sus enmarañadas extrañezas. Cuenta que los primeros solitarios del desierto sentían cierto miedo ante el estremecedor gemido del viento en los atardeceres. Un sonido sobrecogedor que les hacía sentirse en el más inquietante silencio, un sonido que provocaba que resonara aún más el silencio, casi un bautismo de soledad a lo Paul Bowles, un silencio al que tuvieron que humanizar inventando. Según esa leyenda, el gemido del viento, eso que les atemorizaba, era el propio desierto que lloraba a la puesta del sol porque habría querido ser pradera. Solo así, de esta manera, es posible acercarse a estos estados probablemente alterados de conciencia, de la mano de los poetas y los genios que saben y salen de lámparas maravillosas.

Pero hay varios riesgos. Uno de ellos tiene relación con la manera de abordarlo, con el estilo me refiero. Es muy difícil hablar del silencio sin caer en la pedantería, en el exceso de sensibilidad y en la molesta afectación. Creo que el autor que hoy traemos aquí lo ha conseguido. Hablar de algo tan intangible, tan abstracto, tan al límite y tan poético con ese grado de, a la vez seriedad y humildad ante lo casi indecible, ante lo que no puede conocerse y no es nada sencillo hacerlo.

  1. El texto es de un autor muy conocido, aunque no creo que por el gran público. Premio Nacional de Ensayo en el 2021, publicado casi siempre por la extraordinaria editorial Acantilado y cuyos libros son todos, absolutamente todos recomendables. Ramón Andrés, un sabio, músico, escritor y poeta. Cómo poeta no me gusta especialmente, pero es en sus ensayos, donde para mí hace su mejor poesía, empezando por los títulos y las portadas. Especialmente en este libro que les presento y que se titula, atención a los títulos siempre de Ramón Andrés, “No sufrir compañía. Escritos místicos sobre el silencio. Siglos XVI y XVII”. Publicado por primera vez en 2010 y que ya lleva creo que cinco ediciones. Todo el libro es muy muy bueno, pero recomiendo especialmente no dejar de leer su texto, vamos a decir introductorio titulado, De los modos de decir en silencio. Ruego prestar atención a este “EN SILENCIO”, no “EL SILENCIO”, que también podría haber sido. El silencio entonces es también una forma de decir, de comunicar algo, puede incluso llegar a ser elocuente y además asegura, que hay distintas formas.

Una nota un poco tonta sobre hasta dónde puede llegar la elocuencia del silencio, hasta qué punto se puede llegar a escuchar. Hace pocos meses en el inicio del partido de Champions entre el PSG y el Bayern de Múnich, se guardó un minuto de silencio por las víctimas de los terremotos en Turquía y Siria. Pues bien, los organizadores, en esta ocasión, tuvieron la muy feliz idea de dejar en paz al silencio, no se asustaron, y no lo acompañaron con música, ni siquiera con el omnipresente adagio for strings de Samuel Barber, que es muy típico en estas situaciones. Mi hijo, a los pocos segundos de comenzar el minuto, me preguntó si se había “ido el volumen”, la voz de la tele (como dice Le Breton, la avería como única posibilidad actual de silencio), porque era un silencio perfecto, tan perfecto, tan impresionante, que parecía imposible que no se oyera nada, ni una tos, ni un ligero murmullo, nada, un silencio como el de los polos, el silencio más silencio según Jack London.   Pues les aseguro, que ese minuto al inicio de ese partido de futbol, con 48.000 personas llenando las gradas, fue lo que más se oyó y después del partido fue de lo más comentado por todo el mundo.

En fin, volviendo al texto que nos ocupa, para mí, de todo lo leído hasta el momento sobre el silencio, este texto de Ramón Andrés es lo más lúcido y poético que he podido encontrar. Un imprescindible por lo que dice y sobre todo por cómo lo dice. Por su belleza, si me permiten la pedantería que a menudo queremos evitar, y por las sutilezas de su pensamiento. Un texto sobre, eso sí, un tipo de silencio muy especial, el silencio en los místicos españoles de los siglos XVI y XVII, aunque muchos de los aspectos que menciona también son tratados por otros autores, que también exploran el mundo de los silencios.

Comienza diciendo algo excelente: que hay un silencio que procede del desacuerdo con el mundo y otro silencio que es el mundo mismo, y lo más importante, dice, que ambos silencios nos sirven para separarnos de lo que somos. El silencio, la no presencia del lenguaje, deja la identidad en vilo, (algo que ahora parece tener enorme importancia, las identidades de todo tipo, todo el mundo a la pesca de una identidad singular no impuesta, sin el Otro).  Parece entonces el silencio algo hasta peligroso ahora, ya que pone de manifiesto nuestro frágil sentido de la unidad, del Yo seguro de que soy Yo. Esto es interesantísimo y puede explicar en parte por qué del rechazo al silencio en estos tiempos del Yo soberano, como lo denomina Elisabeth Roudinesco. Escribe Andrés, “estar solo, callado, facilita caer en la cuenta de que uno es ante todo y muy íntimamente, la relación con lo que ignora, un susto, sentir en la propia vida un exterior no tan ajeno. Es decir, el silencio nos puede poner en contacto con lo desconocido que nos habita, con lo enigmático, con lo que a nadie le ha sido dado relatar ni cifrar, lo oculto, lo más secreto, los aspectos menos analizables ni materializables de la vida humana, quizás la extimidad de la que hablaba Lacan. Lo cerrado al parecer, solo se roza con la delicadeza del silencio, esa es la única herramienta (ya sabéis que como decía Luis Landero, a veces nos faltan las herramientas o no las hemos traído o nos hemos equivocado al elegirlas para la tarea). La voz que llamamos propia, alberga en cambio sin saberlo desconocimiento de uno mismo; la voz es solo una promesa, dice, y el silencio una consumación. Es un poco lo del gran poeta Joan Brossa, que decía en su poema Fin de ciclo, que el silencio es el original y las palabras son la copia.

Muy relacionado con estas ideas, asegura, ya lo hemos mencionado, que el silencio no es solamente una pausa en el habla o ausencia de ruido, como en el estadio de fútbol, sino sobre todo un estado mental. Estar sosegado en lo limitado es tarea del silencio, sembrar vacíos en la realidad, cifrar lo intangible que nos alberga. Es el leguaje a punto de intervenir que aún tiembla, y esto es precioso, una espera en el nombrar, a salvo de lo que siempre pretendemos identificable; y dice, buscar su utilidad es desnaturalizarlo, porque no es productivo, no es cuantificable, es una maquina detenida, es el lenguaje, como diría el filósofo de moda coreano Byung-Chul Han, en modo contemplación y no en modo trabajo, es el del lenguaje de la poesía, porque según este autor, solo el silencio nos vuelve capaces de decir algo inaudito. La obligación de comunicar, por el contrario, nos conduce a la repetición de lo igual y lo degrada, es la palabra vacía frente la plena, según términos de Lacan en su Informe de Roma.

Y me interesa mucho y con esto casi termino con este texto interminable, de interminables lecturas y resonancias me refiero, con la idea de Ramón Andrés, que no la había encontrado en ningún autor, y que tiene que ver con el deseo como ruido. Asegura Andrés que el silencio debe actuar como contrapeso del ruido generado por el deseo. Es como si el silencio surgiera en la ausencia de deseo, lo que haría quizás del silencio algo no muy deseable. Ahora que se dice esto de que se cumplan siempre todos tus deseos, o tus sueños, muy yankee por cierto, Andrés recoge una idea del deseo como algo más desasosegante, porque el deseo puede ser algo que asuste y hasta angustie, un ruido entonces más que una paz interior. El silencio entonces como antídoto, como defensa, como protección contra el deseo, contra el ruido del deseo, por lo que yo he podido entender.

En definitiva, como se puede ver, un texto original, profundo, poderoso, poético, inteligente, de un silencio concreto, el silencio místico, interior, con sus bienes y provechos que diría Alonso Rodríguez, un autor del siglo XVI que se trata en el libro. Está hablando por tanto de las virtudes del silencio, de su poder digamos curativo, lenitivo, como decía Kierkegaard, “de profesar la medicina remediaría los males del mundo creando silencio para el hombre”. Del silencio que nos aleja del kakon, del mal que hay en todo lo humano, de la a veces insoportable compañía de nuestros semejantes, silencio como pequeña fuga del mundo, una celda de silencio en definitiva, algo que no se puede comprar en farmacias y nos aproxima a significantes como la purificación, la virtud, la sabiduría, la iluminación, el luminoso vacío dice Andrés, la plenitud, la calma, el empuje al conocimiento de lo incognoscible (algo imposible, un esfuerzo inútil como el de la poesía) y como no mencionarlo en la mística, un silencio, aunque parezca extraño, como aniquilación del alma y abismo, desaparición de sí u olvido de sí, como prefiramos,  idea esta clave de toda la mística occidental.

Termino con esta rápida lectura. Ramón Andrés incluso se atreve a decirnos, de todos los silencios, cual es para él el verdadero. Dice: el verdadero silencio está en la intuición de un más allá del lenguaje y en los dominios donde el ego pierde cimiento. Carecer de voz, no ser nada, no desear (nihil volo), sentir el mundo como insatisfacción, insuficiencia, simple tránsito, concebir la vida y el devenir cotidiano como precariedad, como algo imposible de colmar. Responder con la lógica de la palabra a la Nada que nos constituye, al vacío, resulta uno de los extravíos de nuestra cultura. Ahí lo dejo. Bueno, y no quiero olvidar citar la magnífica bibliografía que hay al final de este texto.

Bibliografía

  • ANDRÉS, R., No sufrir compañía. Escritos místicos sobre el silencio. Acantilado, 2010.
  • BROSSA, J., La piedra abierta. Antología poética. Galaxia Gutenberg, 2003.
  • BYUNG-CHUL HAN. Vida contemplativa. Elogio de la inactividad. Taurus, 2023.
  • CORBIN, A., Historia del silencio. Del Renacimiento a nuestros días. Acantilado, 2019.
  • KÖHLER, A., El tiempo regalado. Un ensayo sobre la espera. Libros del Asteroide, 2018.
  • PAPINI, G., Un hombre acabado. Cálamo, 2014.
  • POZZI, G., Tacet. Un ensayo sobre el silencio. Siruela, 2018.
  • ROUDINESCO, É., El yo soberano. Ensayo sobre las derivas identitarias. Debate, 2023.