Análisis 38,  Marcos Román

Algoritmos al diván

Marcos Román

Es evidente que nuestra relación actual con el mundo está intermediada por los dispositivos digitales. En otras palabras, la subjetividad del sujeto contemporáneo está modulada y filtrada por los algoritmos que gobiernan sus pantallas. A partir de dicha premisa, podríamos establecer una hipótesis seguramente exagerada; a saber, que estamos asistiendo al advenimiento de un cuarto registro del sujeto: junto a lo imaginario, lo simbólico y lo real, se estaría abriendo paso un registro algorítmico. En mi opinión, esta hipótesis es aún hiperbólica. Pero quizás no lo sea tanto cuando, en un futuro próximo, los algoritmos se ubiquen ya no solo en pantallas exteriores al sujeto sino en el interior de su propio organismo, Elon Musk y Neuralink[1] mediante.

En el momento presente, parece más ajustado hablar de lo algorítmico no tanto como un cuarto y nuevo registro de la subjetividad del sujeto, sino como una instancia ubicua que puede desplegarse a través de los tres registros ya conocidos. Por lo tanto, podríamos hablar de:

  • Una dimensión imaginaria de los algoritmos. Esta dimensión tiene que ver con cómo los algoritmos modulan nuestras identificaciones en el contexto digital. Por ejemplo, los algoritmos que están en la base de los filtros fotográficos que pulen las imágenes con las que nos identificamos y nos comparamos, y que acaban constituyendo las referencias para nuestras autovaloraciones. La dimensión imaginaria del algoritmo la encontramos en los filtros de Instagram.
  • Una dimensión simbólica de los algoritmos. Esta dimensión se relaciona con cómo los algoritmos modelan y predicen nuestros discursos. Un ejemplo claro está en las noticias que el algoritmo habilita y promociona en nuestros muros y feeds; es decir, en cómo el algoritmo nos alimenta de palabras. Otro ejemplo lo experimentamos cuando nuestro móvil completa nuestros mensajes y textos; el algoritmo se manifiesta entonces como un diccionario predictivo que remata nuestras cadenas significantes. La dimensión simbólica del algoritmo la encontramos también en las palabras que ChatGPT nos devuelve en respuesta a nuestras preguntas o inquisiciones.
  • Una dimensión real de los algoritmos. El algoritmo también golpea en lo real. Pensemos, por ejemplo, en las decisiones algorítmicas que determinan si un sujeto recibe o no un préstamo. Los emergentes sistemas de crédito social[2] en China son un buen exponente de cómo los algoritmos se introducen también para controlar aspectos y manifestaciones de lo real.

Si asumimos entonces que los algoritmos constituyen una nueva capa, ubicua e inescapable, en la subjetividad del sujeto, podríamos reflexionar si dicha capa debería ser intencionalmente incorporada al dispositivo analítico. Es decir, nos preguntamos si debemos tumbar a los algoritmos en el diván, y si esto debe hacerse como parte de la entrada en análisis.

Ahora bien, el dispositivo analítico es intersubjetivo y diádico. Se constituye como una relación particular y única entre un analizante y su analista. En este sentido, puede ser ilustrativo introducir lo algorítmico dentro de dicho dispositivo a través de un doble movimiento: I) algoritmos como ventanas; y II) algoritmos como espejos.

  1. Los algoritmos como ventanas operan desde el lado del analizante; modulan lo que el analizante ve –a lo que se asoma- desde su pantalla. De esta manera, se construye una especie de marco o encuadre afectado algorítmicamente a través del cual el sujeto se inclina hacia el mundo. Los algoritmos como ventanas tienen una dimensión fantasmática.
  2. A su vez, el carácter iterativo y autorreferencial de los algoritmos –su particular goce de repetición- hace que las ventanas iniciales se tornen en espejos. La pantalla que era en origen una cristalera o ventanal hacia el mundo, degenera en una lámina que sólo refleja más de lo mismo; el infierno de lo igual en términos de Byung Chul-Han. En última instancia, la ventana abierta degenera el selfie cerrado y continuo. En este sentido, los algoritmos como espejos operan análogamente a cómo lo hace el analista que, desde su posición de supuesto saber y a través de su “cadaverización”, devuelven al analizante su propio reflejo. Los algoritmos como espejos tienen una dimensión contratransferencial.

Si aplicáramos literalmente las consecuencias derivadas de lo anterior, llegaríamos al exceso de afirmar que un psicoanálisis puede ser enteramente entendido de manera algorítmica. No parece que sea así, al menos de momento. Entre otras cuestiones, no hallamos en el algoritmo rastro alguno del deseo del analista, ni del lenguaje del cuerpo del analizante. Pero sí que en el smartphone del sujeto analizante podrían hallarse rastros de su particular modo de goce (su teléfono móvil como ventana) y algunas de las marcas de sus relaciones de transferencia y contratransferencia (su teléfono móvil como espejo).

En suma, y no me hagan ningún caso, para una buena entrada en análisis, digámosle al sujeto: “Disculpe, ¿me permite ver su smartphone?”


[1] https://es.wikipedia.org/wiki/Neuralink

[2] https://www.rtve.es/noticias/20230614/credito-social-nuevo-metodo-control-masivo-china/2447566.shtml