Ángela González Delgado,  Letras (número 38)

A los diecisiete años

Ángela González

Siendo alumna de enseñanzas medias encontré en el periódico El País tres artículos que trataban sobre la vigencia del psicoanálisis. Estaba en ese momento buscando información para realizar un trabajo escolar y me decidí por un asunto del que no tenía noticia alguna, intrigada por una idea que me atrapó, al afirmar que “una de las virtudes del psicoanálisis es la imposibilidad de evaluarlo mediante procedimientos científicos convencionales”. Con las primeras lecturas ya me pareció apasionante la historia del movimiento psicoanalítico, la vida y obra de Sigmund Freud y los efectos de hacer existir el inconsciente y su calado en la cultura. Entusiasmada por el arte y la literatura ya en ese tiempo, bucear en lo que intuí era una disciplina que ofrecía una mirada nueva y alejada del modelo imperante, supuso una estimulante evasión del aburrido transcurrir de mi vida estudiantil.

Estos días he releído este trabajo, que aun obra en mi poder, como un pequeño milagro, guardado en un cajón, silencioso durante décadas. Me sorprende la frescura adolescente y la tierna rotundidad de mis afirmaciones: “Una disciplina que trata y responde a problemas de hoy con soluciones de hoy…La soledad y el tesón de un hombre (Freud) entregado a un trabajo intenso y constante con un empeño que nunca cejó…Mis últimas palabras en este trabajo acerca del psicoanálisis son de optimismo y alegría: he encontrado a un sabio, a un genio y su sistema. Ideado para ayudar a los demás. He encontrado ¡qué alegría! a un sabio humilde que agradece al resto de psicoanalistas el saber soportar un gran trozo de verdad”. Mi trabajo se titulaba: “Freud y el psicoanálisis. Un gran trozo de verdad”.

Era estudiante de letras puras, lectora obstinada y apasionada del arte. Al encontrarme con un autor premiado con el Goethe de literatura se despertó mi curiosidad, (después he sabido que, a finales de la década de los noventa del siglo pasado, el escritor Juan José Millás consiguió que la Editorial Siruela publicara los casos clínicos de Freud como relatos, reconociendo su carácter literario). Al sentir que su escritura destilaba verdad por todos sus poros, aquello me cautivó y quedé adolescente rendida a ese autor, después de haberme dejado ya acompañar por las mejores obras de Pearl S. Buck, Ana M. Matute, Benavente, Stendhal, Cela, Goethe, Gide, Dickens, Enid Blyton, Machado, Bécquer, y un montón de lecturas más. Leía aquello que caía en mis manos. También la colección de cien libros de RTV, (que años después heredé) que poblaban la biblioteca familiar y se vendían por entregas al módico precio de veinticinco pesetas. Esos libros hablaban de otros, de lo que les ocurría a otros, sin embargo, encontré en Freud algo nuevo. Freud era otra cosa. Hablaba de mí. Me interpretaba, e interpelaba. Me abría a mi propio mundo.

Coincidió en ese tiempo que mi profesora de literatura del Instituto, a la que admiraba, nos contó una historia sorprendente, la razón por la que ella había dejado de comer lentejas a raíz de contemplar junto a su marido un accidente desde la terraza de un restaurante en una carretera nacional. Había asociado el horror del impacto a la naturaleza de lo que estaba comiendo. Se daría cuenta mucho tiempo después, y cuando nos lo estaba contando mencionó a Freud. Para qué quería yo más, mi curiosidad aumentaba.  Pues había más. Me enamoré de un chico joven y guapísimo, que había leído a los veinte años a ese mismo autor, había estudiado en una carrera su obra y dominaba como un experto ya, a ese señor vienés que tanto me había cautivado. Y ¿qué me regala mi joven novio como primer regalo libresco? Pues Psicoanálisis del arte. Leonardo Da Vinci entraba en acción, junto con el poema incomprendido de Goethe.

Tras años de asistir a seminarios y grupos de estudio, y de vivir junto al psicoanalista en que se había convertido ese novio de mi adolescencia, formada ya en clínica infantil a través del encuentro con niños en el ámbito de mi trabajo en campamentos juveniles, me encontré llamando a la puerta de mi primer psicoanalista. Habían pasado muchos años desde mi primer encuentro con el psicoanálisis.

Pasé por un primer análisis que duraría un tiempo largo, y que produjo unos efectos claramente beneficiosos, que me llevaron a comenzar y concluir la carrera de psicología, empezar a atender pacientes y pedir la entrada como miembro de la ELP.

Un tiempo después de finalizado, participé como ponente en unas jornadas sobre El psicoanálisis a la hora de la guerra, en Toulouse, con un trabajo relativo al trauma y su deslizamiento a través de las generaciones. Trataba de los efectos que tuvo en mí a lo largo del tiempo un acontecimiento traumático en la vida infantil de mi padre. La invitación de Marie-Hélène Brousse a volver a comunicarlo meses después en las Jornadas de la ECF en París significó rememorar la historia familiar, y palpar los efectos en mi vida de insomne lectora.

Una emergencia en lo real del organismo y sus consecuencias en mi subjetividad me empujaron a pedir un segundo análisis para cernir ese real. Dos textos publicados en diferentes momentos, y escritos en diferentes coyunturas, Una labor de costura y Leer con Lacan, que relacionados con un sueño que pude, por fin, soñar hasta el final, enlazan el primer y el segundo análisis. En ese marco, una interpretación, relativa a un recuerdo infantil en el que mi familia no sabe qué hacer conmigo y sufro un abandono en el recinto escolar tras un acto fallido en cadena, donde se olvidan literalmente de mí, escucho al analista algo que opera un giro espectacular en mi subjetividad, algo relativo a “usted sabe cómo ocuparse de usted”. No ir al colegio a la vez que los otros niños y no salir al mismo tiempo que ellos, debido a las condiciones laborales y vitales de mi familia, fue algo omnipresente en mi vida hasta los nueve años y ha determinado mis elecciones vitales. Eso, y una especial sintomatología rebelde, amante de la verdad y la justicia.

Lo demás, a día de hoy, no es sino consecuencia de este feliz encuentro con la escritura de Sigmund Freud, pero también con la lectura de mi propio inconsciente, y la soberbia lección que encuentro cada vez que leo a Jacques Lacan y lo entiendo con Jacques Alain Miller y con Éric Laurent. He podido antes de ejercer yo misma mi profesión actual de psicoanalista, saber que las personas que se dedican al psicoanálisis hacen un bien subjetivo indescriptible.

BIBLIOGRAFÍA

BROUSSE, M-H., El psicoanálisis a la hora de la guerra, Tres Haces, Buenos Aires, 2015.

GONZÁLEZ DELGADO, A., “La guerra de España: el exilio interior”, (pp., 41-48), en BROUSSE, M-H., El psicoanálisis a la hora de la guerra, Tres Haces, Buenos Aires, 2015.

GONZÁLEZ DELGADO, A., “Leer con Lacan”, (pp., 21-22), en Análisis. Rev. de Psicoanálisis y Cultura de CyL, núm. 22-23, ELP, Palencia, 2011.

GONZÁLEZ DELGADO, A., “Calígrafos y tipógrafos. Una labor de costura”, (pp., 37-40), en Análisis. Rev. de Psicoanálisis y Cultura de CyL, ELP, núm. 25, Palencia, 2012.