Análisis 38,  Juan Conde,  Letras (número 38)

Anorexia Mental

Juan Conde

Siempre me resulta curioso ver las diferentes casuísticas en la demanda inicial de los analizantes.

Están los que sufren una pérdida vital de algún familiar o amigo que se topan con el miedo de lo real y no saben qué hacer con esa angustia.

Están los que pierden un gran amor en su vida y admiten la desorientación de sus puntos cardinales.

Por otro lado, hay pacientes que vienen con una sintomatología muy florida ya sea del lado histérico o bien del lado más neurótico.

Nuestra labor debe ser la de fijarnos en los pequeños detalles, esos que diferencian si la demanda del analizante es genuina o está simplemente impostada.

Recuerdo especialmente un caso que se postulaba como una demanda implacable pero que pasados los días se iba diluyendo en la consecuente eterna postergación, en el sentido, de que el analizante cada vez iba distanciado más las sesiones.

Cuando lo pudimos comentar en consulta, el paciente me comentaba que cada sesión se le iba haciendo cada vez más dolorosa, a lo cual yo siempre respondía que eso era buena señal, que estábamos marchando por buen camino.

La paradoja se formó en este caso tan particular porque la persona sufría de una anorexia nerviosa (o al menos ese era el diagnóstico oficial en nuestro sistema sanitario público) y a la vez que iba disminuyendo la ingesta de alimentos también se iban disipando sus ganas de venir a analizarse.

Algún detalle percibido resonaba en mi persona con este analizante y me descubrí a mí mismo pensando en las palabras del gran sabio Domenico Cosenza[1] en su última aparición en el Ateneo de Palencia donde mencionaba los entresijos de este tipo de analizantes y entendí por fin que quizá estaba tratando su patología como un trastorno y no como un síntoma.

Probablemente una mirada del otro que no tuvo nunca un buen pasaje por el lenguaje de lo simbólico y que persigue a mi paciente hasta puntos extenuantes.

Pienso que una de las claves para el tratamiento satisfactorio es la espera para que se produzca la brecha que permita intervenir correctamente. Y poder así volver a recuperar el deseo de la persona que en algún momento instaló la ecuación de disociarse o anestesiarse de su vida cotidiana.

Lacan[2] pensaba este tipo de casos o sintomatologías como un goce afirmativo dónde el objeto nada se convierte en el rechazo de la comida constante, de tal forma que el sujeto construye este muro para el no encuentro de su propio inconsciente y de su angustia.

Me quedo con la postulación de Lacan en el seminario 21 comentando que es una maniobra del sujeto para abrir una falta en el Otro, es decir, pone el acento en el rechazo del Otro, quizá por eso yo también me sentí rechazado y a la vez enganchado con este caso.


[1] Cosenza, D., Il muro dell’anoressia, Astrolabio, Roma, 2008.

[2] Lacan, J., El Seminario 21. Les non dupes errent, clase del 9 de abril de 1974 (inédito).