Análisis 38,  Fernando Martín Aduriz,  Letras (número 38)

De las primeras sesiones

Fernando Martín Aduriz

Encuentro muy interesante hablar de la entrada en análisis diferenciado de la psicoterapia psicoanalítica. Y es bueno transmitir a los jóvenes el entorno de esa entrada en análisis. Primero, entonces, las primeras entrevistas preliminares.

Relataré para la Revista Análisis las dos primeras sesiones de mis dos análisis. Aunque casi estoy más pensando en la primera sesión de mi tercer y último análisis que emprenderé en el momento de mi vejez con el más joven de los psicoanalistas que se preste, el muy incauto.

Al primer análisis acudí como un jovencísimo de veinticuatro años, que incauto de él no sabía lo que acababa de decidir semanas antes. Nada más y nada menos que abandonar una plaza de funcionario en el ministerio de educación y ciencia sacada en una oposición libre y que le había otorgado un trabajo, un reconocimiento de pares, unas posibilidades de desarrollo profesional, un cobijo en los laberintos de la administración pública, un resguardo en los brazos de papá estado, una cercanía a lo que conocía desde su adolescencia de monitor de campamentos, niños y educación, niños y activismo en la naturaleza. Ahora llevaba dos días en que había pedido una excedencia y no había acudido a su primer día de trabajo tras las vacaciones de navidad.

Además, y para más inri, llevaba un mes justo casado. Un mes.

Pero lo esencial es que no acudía al psicoanalista con un cuadro de síntomas, no había malestares, tan sólo aguijoneado del deseo de seguir una formación. Ya había estudiado dos carreras, era profesor de EGB, y pedagogo.

  Un amigo le había dicho que convenía formarse. La transferencia era eso: un amigo había hablado en su análisis de un chico pedagogo que estudiaba con él psicoanálisis y que ya veía niños en su reciente gabinete, y el psicoanalista, estoy suponiendo, le habría dicho pues que se forme en psicoanálisis. Y como la consulta era entre semana, la excedencia y el abandono era lo suyo. Había que abandonar algo, había que perder algo, si se quería iniciar un camino diferente. Hoy parece inverosímil que alguien abandone su lugar de funcionario a los veinticuatro años, al mes de casarse, y después de aprobar una dura oposición. Tuvo que pasar mucho tiempo antes de comprender la verdadera razón de tal paso, de tal salto arriesgado en el vacío, pero hoy no toca.

Hoy se trata de ver qué sucede en esa primera sesión. Primero la elección del analista. Fue el amigo quien lo eligió por mí, y quien me proporcionó día y hora. Fuimos con un tercer amigo juntos a Madrid, en un viaje que haríamos juntos unos cuantos años. Al llegar a Madrid me dijo a la antigua usanza pre-gps: “tira la segunda a la derecha y tres o cuatro calles más al fondo, calle x, número x, tal piso”.

La psicoanalista no era de mi país. Era muy silenciosa, muy educada y un pelín pendiente del encuadre. Comprobaría después que hacía un uso exquisito del lenguaje, muy conciso y puntual.

  Me dejó hablar cara a cara de lo esencial de mi demanda, que no era otra que formarme. Pedía que me dieran forma, en el sentido clásico de la palabra formación, que Miller muestra muy bien en una conferencia a la que asistí hace muchos años en Valencia, “El desbroce de la formación del analista”, ya publicada y de mucho interés para los jóvenes psicoanalistas. Creo que, solicitando formación, un psicoanálisis didáctico, más allá de cambiar de profesión, y en medio de los estudios de la tercera carrera, psicología, trataba de evitar pasar por una cura. Para mi sorpresa tras esa primera sesión cara a cara de casi una hora de duración me convocó para la siguiente semana, y en esa segunda sesión me invitó desde el primer momento a ir al diván. Los honorarios desorbitados no me importaron, aunque se llevaban buena parte de mi pecunio, pronto comprobé que el dinero destinado a la formación psicoanalítica era el dinero mejor empleado. Porque no era formación, era cambiar paso a paso la vida, el modo de vida, el estilo de vida, la apertura a un mundo ignoto hasta entonces para mí. Un viaje a Ítaca.

Los viajes se terminan. El problema es cuando te vuelves a casa antes de haber llegado a Ítaca.

El segundo analista fue elegido por un significante peculiar, la identificación a la función garante del Otro, el dos del uno. Un colega me señaló ese rasgo. En la Habana otro colega me preguntó muy educadamente que con quién me había formado. Otra vez, el significante formación. Y el tono de su pregunta llevaba implícito un reproche, una carencia en mi formación. Coincidía conmigo en esa idea que ya venía acariciando: la formación del joven psicoanalista que había sido necesitaba una vuelta de tuerca, pues los frutos de mi primer análisis habían permitido un notable desempeño profesional, un entusiasmo por la vida, pero una ristra de desencuentros y un exceso de suficiencia. De modo que a la vuelta de La Habana lo primero que hice fue escribir a París y pedirle una entrevista. Aproveché que Judith Miller quería conocerme y me había dado una cita en su casa para preguntarme por mi viaje a La Habana, e hice coincidir las fechas.

La primera entrevista consistió en varias micro sesiones de muy pocos minutos. Se sucedieron a la velocidad del rayo en tres días que concluyeron con un único pago, en la moneda de su país. Me facilitó poder acudir a la entrevista con la hija de Lacan, se interesó por mi teoría acerca de Newton y su fórmula que condensaban las tres siglas de mi nombre y apellidos, y por lo esencial de mi demanda, por qué ir a París, por qué no acudir con alguien en España, por qué un segundo análisis. Desde el primer instante capté la lógica de la sesión breve. Se trataba de impedir mi dominio de la situación, quitarme el poder de hablar mucho y bien, y dirigirme a lo real, lo que tanta verborrea trataba de eludir, y la espera de una conversación, de una palabra. No había el silencio de mi análisis anterior, no daba tiempo, era la ruptura abrupta, la devolución fría a Saint-Honoré. Y poco a poco fue apareciendo una lógica del uso del lapso.

Pero ya esas primeras sesiones de uno y otro análisis iban a demostrar que la entrada en análisis es solidaria de su salida. En uno el subidón narcisista, la amplificación significante, el camino a la soledad y la autorización; en el otro la bajada de humos, la reducción significante al máximo, el lazo social, el estudio y la escritura y el camino a la experiencia del pase.