Desde el instante en que un sujeto decide iniciar un análisis, se despliega un entramado que involucra tanto su deseo como el goce que lo impulsa. Este goce no es el placer inmediato, sino una satisfacción compleja y muchas veces dolorosa que lleva al sujeto a repetir patrones de malestar. En este sentido, el momento en que alguien elige comenzar un análisis no es arbitrario: es una elección cargada de sentido, que revela una posición subjetiva ante el goce y el sufrimiento.
La primera sesión no es un acto casual ni práctico; marca el inicio de un proceso en el que el sujeto ya se presenta en su complejidad. Aunque acudir al análisis puede parecer una decisión consciente —motivada por el deseo de resolver un malestar o por simple curiosidad—, esta elección contiene elementos inconscientes y significantes que revelan una postura frente al goce. El análisis no es solo una entrada al tratamiento, sino una enunciación inaugural que expone algo del deseo y de la relación del sujeto con lo que le genera tanto placer como sufrimiento.
El momento elegido para iniciar el análisis no es azaroso; implica un «tiempo lógico» en el que el deseo y el malestar han alcanzado una tensión específica que impulsa al sujeto a «dar el paso». Este acto inaugural contiene, en sí mismo, un enigma: ¿por qué ahora y no antes? Al explorar este “¿por qué ahora?”, el análisis intenta desentrañar los significantes que orbitan en torno a esta decisión: ¿es el impulso de un malestar intolerable o la búsqueda de resolver algo que insiste en repetirse? Así, el acto de inicio manifiesta una primera inscripción en el «tiempo del goce» del sujeto, que responde a una lógica del inconsciente, no a la cronológica.
En este «tiempo del goce», el sujeto ya no puede aplazar la confrontación con aquello que lo desborda y, a la vez, lo atrae. La decisión de acudir a la consulta refleja cómo se posiciona frente a su deseo y malestar. Sin embargo, no es solo una búsqueda de alivio; es un intento de inscribir el deseo en el tiempo, una inscripción que revela cómo el goce y la repetición organizan el sufrimiento en su vida psíquica.
Desde esta primera sesión, el análisis aborda tanto los motivos conscientes como las razones implícitas de esta elección, explorando la tensión entre el deseo consciente de cambio y la insistencia del deseo inconsciente, que retorna a través de los síntomas. Así, la relación ambigua del sujeto con sus síntomas y con el Otro comienza a delinearse. En este contexto, el goce no es solo una vivencia emocional, sino una estructura que sostiene los puntos de sufrimiento y repetición del sujeto.
Hablar en la primera sesión es más que una introducción; es una enunciación inicial donde el sujeto empieza a confrontar aquello que ha permanecido velado o incomprendido. La palabra en análisis es vehículo del inconsciente desde el primer momento. Así, el sujeto ofrece al analista no sólo una narración, sino una primera representación de su relación con el goce, manifestado en sus síntomas, silencios y en lo que no se atreve a nombrar. En esta primera instancia se establece también la transferencia, un vínculo en el que el sujeto comienza a entregar algo de su verdad inconsciente al Otro.
El discurso inicial revela cómo el sujeto intenta —consciente o inconscientemente— reconciliar su malestar y su goce. Para el analista, que recibe estas primeras claves de la repetición y el sufrimiento, este discurso es una lectura de los elementos que el sujeto pone en juego en su relación con el Otro y su deseo. No se trata de una verdad consciente y absoluta; es una verdad del inconsciente, donde el goce emerge sutilmente a través de síntomas y contradicciones.
De este modo, la enunciación inicial no solo expone el goce del sujeto, sino que abre un espacio en el que su relación con el deseo y el malestar puede ser transformada, o al menos cuestionada. Quizás el análisis permita que algo de ese goce se reconfigure, o quizás tan solo lo ilumine desde una nueva perspectiva. Lo que el análisis descubrirá sigue siendo una incógnita; su interpretación queda abierta, como lo está siempre aquello que, entre el deseo y el goce, permanece aún por decir.